La canción endurecida de Giorgio Caproni
- - Sunday, 27 Jun 2021 08:01
A los diez años se trasladó con sus padres a Génova, donde estudió música y aprendió a tocar el violín. El interés por la música no lo abandonó nunca, hasta el punto de convertirse en una característica fundamental de su producción poética, de la que llegó a decir que era “como una canción endurecida”. Caproni tradujo del francés a Louis-Ferdinand Céline, Charles Baudelaire y a Paul Verlaine. Al mismo tiempo, mantuvo una relación cercana con los poetas Mario Luzi, Eugenio Montale, Piere Paolo Pasolini y, sobre todo, con Camillo Sbarbaro, de quien heredó toda su correspondencia.
Hojas
Cuántos se fueron…
Cuántos.
¿Qué quedó?
Ni siquiera
el aire.
Ni siquiera
el rasguño del rencor o el mordisco
de la presencia.
Todos
se fueron sin
dejar rastro.
Como
no deja rastro el viento
en el mármol por donde pasa.
Como
no deja huella la sombra
en el concreto.
Todos
desaparecidos en el polverío
confuso de los ojos.
Un murmullo
de voces afónicas, casi
de hojas respirando
detrás de los cristales.
Hojas
que sólo el corazón ve
y que la mente no cree.
El gibón
Para Rina
No, este no es
mi país. Aquí
‒entre tanta gente que viene
y tanta gente que va‒
yo estoy lejano y solo
(extranjero) como
ángel en la iglesia donde
no hay Dios. Como
gibón en el zoológico.
En mis huesos hay una ciudad
que me consume. Allá está.
La he perdido. Ciudad
gris de día y, de noche,
todo un destello
de fuego ‒una lumbre
para cada vivo, como aquí
en el cementerio, una lumbre
para cada muerto. Ciudad
que nada, ni siquiera
la muerte, me devolverá.
Condición
Un hombre solo,
encerrado en su habitación.
Con todas sus reflexiones.
Con todos sus tropiezos.
Solo ‒con los muertos‒ en una
habitación vacía de conversación.
¿Para qué continuar?
Por la noche
me siento en esta piedra, y espero.
No sé con certeza qué, pero espero.
Quizá el sueño. Yo diría que la muerte ‒sí,
a ella la espero desde hace mucho tiempo,
y no sé si se marchó de estos lugares.
Generalización
Todos recibimos un regalo.
Después, no recordamos más
de quién, ni qué cosa era.
Sólo conservamos
‒punzante y sin absolución‒
la espina de la nostalgia.
Versiones de Roberto Bernal.