La canción endurecida de Giorgio Caproni

- - Sunday, 27 Jun 2021 08:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Giorgio Caproni (Livorno, Italia, 1912-1990) es una de las figuras centrales de la poesía italiana del siglo XX, autor, entre otros, de los libros "Il muro della terra" (1975) y "Il franco cacciatore" (1982).

 

A los diez años se trasladó con sus padres a Génova, donde estudió música y aprendió a tocar el violín. El interés por la música no lo abandonó nunca, hasta el punto de convertirse en una característica fundamental de su producción poética, de la que llegó a decir que era “como una canción endurecida”.
Caproni tradujo del francés a Louis-Ferdinand Céline, Charles Baudelaire y a Paul Verlaine. Al mismo tiempo, mantuvo una relación cercana con los poetas Mario Luzi, Eugenio Montale, Piere Paolo Pasolini y, sobre todo, con Camillo Sbarbaro, de quien heredó toda su correspondencia.

A los diez años se trasladó con sus padres a Génova, donde estudió música y aprendió a tocar el violín. El interés por la música no lo abandonó nunca, hasta el punto de convertirse en una característica fundamental de su producción poética, de la que llegó a decir que era “como una canción endurecida”. Caproni tradujo del francés a Louis-Ferdinand Céline, Charles Baudelaire y a Paul Verlaine. Al mismo tiempo, mantuvo una relación cercana con los poetas Mario Luzi, Eugenio Montale, Piere Paolo Pasolini y, sobre todo, con Camillo Sbarbaro, de quien heredó toda su correspondencia.

 

Hojas

Cuántos se fueron…

Cuántos.

¿Qué quedó?

Ni siquiera

el aire.

Ni siquiera

el rasguño del rencor o el mordisco

de la presencia.

Todos

se fueron sin

dejar rastro.

Como

no deja rastro el viento

en el mármol por donde pasa.

Como

no deja huella la sombra

en el concreto.

Todos

desaparecidos en el polverío

confuso de los ojos.

Un murmullo

de voces afónicas, casi

de hojas respirando

detrás de los cristales.

Hojas

que sólo el corazón ve

y que la mente no cree.

 

El gibón

Para Rina

No, este no es

mi país. Aquí

‒entre tanta gente que viene

y tanta gente que va‒

yo estoy lejano y solo

(extranjero) como

ángel en la iglesia donde

no hay Dios. Como

gibón en el zoológico.

 

En mis huesos hay una ciudad

que me consume. Allá está.

La he perdido. Ciudad

gris de día y, de noche,

todo un destello

de fuego ‒una lumbre

para cada vivo, como aquí

en el cementerio, una lumbre

para cada muerto. Ciudad

que nada, ni siquiera

la muerte, me devolverá.

 

Condición

Un hombre solo,

encerrado en su habitación.

Con todas sus reflexiones.

Con todos sus tropiezos.

Solo ‒con los muertos‒ en una

habitación vacía de conversación.

 

¿Para qué continuar?

Por la noche

me siento en esta piedra, y espero.

No sé con certeza qué, pero espero.

Quizá el sueño. Yo diría que la muerte ‒sí,

a ella la espero desde hace mucho tiempo,

y no sé si se marchó de estos lugares.

 

Generalización

Todos recibimos un regalo.

Después, no recordamos más
de quién, ni qué cosa era.

Sólo conservamos

punzante y sin absolución‒

la espina de la nostalgia.

 

 

Versiones de Roberto Bernal.

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