Yo bailé con don Porfirio: nostalgias y evocaciones de la 'belle époque' mexicana

- Rafael Aviña - Sunday, 27 Jun 2021 07:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En las primeras épocas del cine mexicano, allá por el año 1897, se realizaron varias obras que en conjunto representan una espacie de 'belle époque' de nuestra cinematografía, signadas por la atmósfera del porfiriato, gobierno de un hombre que “para bien o para mal, transformó la fisonomía del país”. Un breve recuento de las obras más representativas de esa “nostalgia” es el eje de este artículo.

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El cine llegaba a México el 6 de agosto de 1896 a la residencia oficial del presidente Porfirio Díaz, quien recibía en el Castillo de Chapultepec a los franceses Gabriel Veyre, farmacéutico de 25 años convertido en operador de cámara,y Claude Ferdinand Bon Bernard, enviados de los hermanos Louis y Auguste Lumière, portadores de un nuevo aparato óptico llamado Cinematógrafo Lumière, que competía con el del estadunidense Vitascopio de Thomas Alva Edison. Veyre y Bon Bernard fueron recibidos con viandas francesas y mexicanas, preparadas con productos obtenidos en los mercados de La Merced y Jamaica, y de las patisserie de las calles de Plateros y La Profesa.

Los visitantes traen consigo, además, cámaras toma vistas con las que, en breve, mostrarán la vida política y cotidiana de ese país en transición que se abría de cara al siglo XX: sus costumbres, folclor, miedos, errores, aciertos y aspiraciones. El anecdotario social, político y cultural de una nación dirigida por un hombre que se percata del impacto masivo de aquel aparato y, por ello, se hace filmar en sus recorridos y paseos…

Pocos meses después, en 1897, un joven de dieciocho años nacido en Anenecuilco, Morelos, de ojos negros y profundos y largo bigote, es arrestado por participar en una protesta por el robo de tierras a campesinos. Emiliano, de apellido Zapata, es forzado a integrarse al 9° Regimiento del ejército, bajo el mando de Ignacio de la Torre, en breve protagonista de un escándalo durante un baile en la colonia Tabacalera y yerno del presidente Porfirio Díaz, hombre fascinado con el poder y el cine y que, para bien o para mal, transformó la fisonomía del país.

 

¡Ay qué tiempos, don Simón, don Susanito!

Así como existen múltiples filmes que intentaron mostrar los excesos del poder durante la dictadura de Porfirio Díaz, antes y después se plantearon exaltaciones porfirianas que nuestro cine exploró en tono de comedia ligera apoyada en bailes, canciones y coreografías, así como una visión romántica de una supuesta Ciudad de México inmaculada y sin pobreza. Evocaciones de una suerte de belle époque mexicana, en la que caben relatos como En tiempos de Don Porfirio/Melodía de antaño (1939), de Juan Bustillo Oro, con Fernando Soler como Francisco, tahúr y bohemio que, a finales del siglo XIX, pierde dinero en el juego y olvida su boda con Carlota (Aurora Walker), enviada a Europa para tener a la hija de aquél. Años después, regresa a México y su hija Carmen (Marina Tamayo) le tiene afecto a Francisco sin saber que es su padre, y se enamora del ahijado de éste, Fernando (Emilio Tuero), aunque su madre desea casarla con el viejo ridículo que encarna Joaquín Pardavé.

En ¡Ay qué tiempos señor don Simón! (Julio Bracho, 1941), situada en 1900 en Ciudad de México, Inés (Mapy Cortés), una joven viuda, descubre que su novio Miguel (Arturo de Córdova), le es infiel con una tiple de teatro (María Luisa Carbajal) y por ello rompe su compromiso. Inés coquetea con don Simón (Joaquín Pardavé), para darle celos a Miguel; éste cree que Inés y el avejentado don Simón se fugarán, por lo que lo reta a duelo.

El mismo Bracho dirigió, en 1946, Don Simón de Lira, ambientada en ese mismo año de 1900. La hermosa Blanquita (Elsa Aguirre), esposa de El Cuervo (Raúl Castell), coquetea con el viejo Don Simón de Lira (Pardavé) –cuya enamorada es Cristina (Consuelo Guerrero de Luna)– y con el Capitán Bernardo (Carlos Navarro) y es que El Cuervo pretende heredar al carcamán

Yo bailé con Don Porfirio (1942), de Gilberto Martínez Solares, se ambienta al inicio del siglo XX: el provinciano Don Severo de los Ríos (Joaquín Pardavé), su mujer Leonor (Consuelo Guerrero de Luna) y su hija Rosa (Mapy Cortés), visitan en Ciudad de México a la gemela de ésta, Violeta, que debuta como vedette en una obra musical que dirige el compositor Alberto (Emilio Tuero). En una fiesta en honor a don Porfirio, Alberto confunde a Violeta con Rosa y a Violeta la toma por Rosa el seductor Rodolfo (Jorge Reyes), con lo cual se arma un lío tremendo. Entre los extras en la escena del baile puede verse a Leticia Palma y a Roberto Cañedo.

En 1899, Salvador Toscano filmó al excéntrico Joaquín de la Cantolla en su globo aerostático en el corto Ascensión en globo de don Joaquín de la Cantolla y Rico. Cuarenta y cuatro años más tarde, el mismo Martínez Solares dirigió otra evocación porfiriana sobre dicho personaje en El globo de Cantolla (1943), con Agustín Isunza como Joaquín, que narra las aventuras de tres bohemios que conocen a tres hermanas, cuya madre desea casarlas con jóvenes de la sociedad porfiriana y cuyo marido es admirador de los globos de Cantolla y Rico.

México de mis recuerdos (1943), de Juan Bustillo Oro, presenta al enorme personaje Susanito Peñafiel y Somellera, encarnado por Joaquín Pardavé, a quien el presidente Porfirio Díaz (Antonio r. Frausto) le encarga que busque al compositor Chucho Flores para regalarle un piano, ya que ha compuesto el vals “Carmelita”, dedicado a su esposa. Don Susanito encuentra a Chucho (Fernando Soler), un bohemio borrachín. Son extraordinarias las escenas donde Pardavé baila y canta algunas zarzuelas, acompañado de la bella Sofía Álvarez. En 1963, Bustillo Oro realizó una nueva versión con Fernando Soto Mantequilla en el papel de Pardavé, Ernestina Garfias y Fernando Soler, y en 1965 dirigió otra remembranza porfirista con Garfias y Soler: Los valses venían de Viena y los niños de París.

Olas nostálgicas porfirianas

Si me viera don Porfirio/Rancho de la discordia (1950), dirigida por Fernando Cortés, con canciones de Tata Nacho, intentaba aportar otros elementos a los relatos de añoranza porfiriana. Aquí se insertan imágenes del verdadero presidente Díaz –quizá tomadas por Salvador Toscano o los hermanos Alva–, durante una exposición ganadera en Coyoacán en 1905, como parte de la trama. El licenciado Aníbal Delgado (Ángel Garasa), hablador y trinquetero, llega a un pueblo donde reina la enemistad de dos familias que viven en sus respectivos ranchos: la de doña Martirio (Sara García) y la de don Prudencio (Domingo Soler), quienes fueron novios en su juventud.

A diferencia de las anteriores, Sobre las olas (1950), de Ismael Rodríguez, resulta otra añoranza porfiriana en tono melodramático sobre la vida del compositor guanajuatense José Juventino Policarpo Rosas Cárdenas, nacido en 1868 y fallecido en La Habana, Cuba, en 1894 a los veintiséis años, pobre y alcohólico, que vendió los derechos de su afamado vals “Sobre las olas” a la Casa Wagner & Lieven en tan sólo 45 pesos. Pedro Infante interpreta a Juventino, llevado antes a la pantalla en el filme homónimo de 1932, dirigido por Miguel Zacarías, con Adolfo Girón, Carmen Guerrero, René Cardona y Emma Roldán. Ambas son evocaciones porfirianas excesivas y acartonadas, adornadas con los valses “Carmen”, “Dolores” y “Sobre las olas”, compuestos por Juventino Rosas.

El argumento versa sobre sus problemas económicos, su talento para el violín, sus escapadas alcohólicas, su anciana mecenas Doña Calixta (Prudencia Grifell), su encuentro con Dolores (Alicia Neira), hija de un diplomático que le inspira el vals homónimo, su paso por el ejército, su encuentro con Ángela Peralta, “El ruiseñor mexicano” (Berta Lomelí) y con el presidente Porfirio Díaz (Antonio r. Frausto), a cuya esposa Carmen le escribe un vals, su boda obligada, su frustración al darse cuenta que no lo reconocen autor de “Sobre las olas”, la muerte de su mujer y la suya propia, a través de un flashback…

 

Los 41: la mirada oblicua

Por último, otra oblicua invocación del porfiriato que resulta una antítesis de las añoranzas del régimen vistas con anterioridad es la reciente cinta de David Pablos, El baile de los 41 (2020), escrita por Monika Revilla, inspirada en los intrigantes sucesos ocurridos en noviembre de 1901 en una vivienda de la Colonia Tabacalera en Ciudad de México. La policía “descubrió” una escandalosa reunión-orgía llevada a cabo por cuarenta y dos hombres, la mitad de ellos travestidos con ropas femeninas. El gobierno del presidente Díaz intentó, en apariencia, silenciar el incidente; no obstante, la prensa informó del caso ya que los participantes pertenecían a las altas esferas de la sociedad, incluido el yerno de Porfirio Díaz (Fernando Becerril), Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera), casado con Amada Díaz (Mabel Cadena), hija del presidente y enamorado del joven gay Evaristo Rivas (Emiliano Zurita). Era la primera vez que se discutía de forma abierta sobre la homosexualidad en los medios mexicanos, y eso tendría un impacto duradero en la cultura mexicana. De hecho, Díaz consiguió desaparecer momentáneamente a su yerno, de ahí que sólo se hablara de cuarenta y un individuos y no de los cuarenta y dos originales. No sólo eso: a partir de ese momento, el número 41 quedaría ligado a un comentario homofóbico para designar a un homosexual.

Pese a la elegancia de la puesta en escena a cargo de un sensible realizador como David Pablos (La vida después, Las elegidas), El baile de los 41 es un relato gélido, distante e incluso tieso en cuanto a su narrativa. Una obra que parece más orientada a escandalizar con el tema y a replantear desde el pasado una visión del empoderamiento femenino de hoy y las proclamas de diversidad sexual recientes. De ahí que el personaje de Amada parezca más una feminista radical que la posible mujer sumisa que era, hija de un hombre tan dominante como Porfirio Díaz, o que otro hijo de éste: Félix (Rodrigo Virago) actúe como un acosador homofóbico, en esta nueva evocación de una nostalgia sin regreso.

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