'Colores en el mar y otros poemas': un siglo del primer libro de Carlos Pellicer

- Carlos Pellicer López - Sunday, 04 Jul 2021 07:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Celebración de los casi cien años de la aparición del primer libro de uno de nuestros grandes poetas: Carlos Pellicer (1897-1977). A la edición de 'Colores en el mar y otros poemas' están ligados nombres de probada trascendencia en nuestras letras: Ramón López Velarde, a quien está dedicado, Salvador Díaz Mirón y Amado Nervo.

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El primer libro publicado por Carlos Pellicer, hace ya cien años, es tal vez el que reúne más datos curiosos y algún misterio oculto. La edición consta de setenta y ocho hojas de papel, sueltas, sin cosido ni pegamento, sin numeración, empacadas en un sobre de cartulina ligeramente más gruesa que el resto del papel. Aunque una página esta impresa con la palabra ÍNDICE, no se ha encontrado nada que lo sea, ni un listado de los poemas.

Al día de hoy nunca se ha vuelto a reunir e imprimir el material supuestamente completo. La hoja con una nota a manera de prólogo, apenas la encontré hace unos años, mucho después que Luis Mario Schneider ordenara y numerara tentativamente el ejemplar dedicado por el poeta a su novia, Esperanza Nieto, cuando viajó a Villahermosa a principios de 1922, precisamente para formalizar el noviazgo, compromiso que nunca dio un paso más allá. Así pues, el prólogo permanece, si no inédito, sí desconocido.

La presentación del libro, según contaba mi tío, se hizo físicamente en el aparador de una librería (probablemente la de Editorial Cultura), regadas por el piso las páginas del libro, junto a una amenazante escoba que invitaba a barrer las que no gustaran. La edición incluye tres ilustraciones de Roberto Montenegro, el gran artista con el que mantuvo la mejor amistad toda la vida. Las ilustraciones son a dos y tres tintas.

Cuando, en 1962, Juan José Arreola organizó para la UNAM la edición del Material poético (aquel libro más bien grande y pesado que el poeta gustaba llamar “material de construcción”), Pellicer se encargó de hacer una nueva edición de Colores en el mar, incluyendo sólo treinta y cuatro de los sesenta poemas que conformaban la edición original. Casi nadie advirtió el hecho. Ya para estas fechas, el poeta había logrado recoger cuanto ejemplar original descubría. Al amigo que confesaba tener un ejemplar, se lo pedía prestado. Inventaba que él no tenía ninguno y en cuanto lo copiara lo devolvería, cosa que nunca sucedía. Por esa razón encontré varios ejemplares, dedicados a distintos amigos, sepultados entre el caos de la biblioteca.

No hay que olvidar que para llegar a este primer libro de sesenta poemas ‒la mayoría breves, alguno de sólo un verso‒, Pellicer había escrito casi quinientos, que dejó guardados ‒arrumbados, mejor dicho‒ y que apenas se reunieron y publicaron en los tres tomos de la Poesía completa. Queda claro que la autocrítica del joven poeta era muy severa.

El libro está dedicado a Ramón López Velarde, muerto apenas unos meses antes de su aparición (“tres lunas”, dice la dedicatoria). Pellicer alcanzó a conocer un poco a López Velarde a su regreso de su estancia en Colombia y Venezuela, entre 1919 y 1920. Admiraba enormemente su poesía, aunque no es fácil encontrar su influencia.

Un dato curioso: en los “Recuerdos de Iza”, tan justamente recordado por su indiscutible personalidad pelliceriana, tal vez el más citado de sus dísticos dice: “Aquí no suceden cosas/ de mayor trascendencia que las rosas.” Este poema está fechado luego de la visita al pueblito boyacense en 1919. Entre los poemas que López Velarde dejó sin publicar está “El perro de San Roque”, seguramente escrito después de 1919, fecha en la que apareció Zozobra, último libro publicado en vida. En este poema hay un dístico con idéntica consonancia al de “Recuerdos de Iza”: “A medida que vivo ignoro más las cosas,/ no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas.”

Cincuenta años después, Pellicer volvió a dedicarle al zacatecano un poema, “Poema en dos imágenes”, en recuerdo por el medio siglo de ausencia. (Posiblemente hasta fue presentado a un concurso, con su correspondiente fracaso). En este extenso homenaje, el tabasqueño dedica sus recuerdos a la “dama de los guantes negros” Margarita Quijano‒, con quien sostuvo largas y entrañables pláticas. En alguna de ellas, Margarita le regaló el único manuscrito del admirado Rubén Darío, que conservó desde entonces en su ropero, junto a otros tesoros. El poema, en su segunda parte, mira hacia la “suave patria” que llenó literalmente la vida de ambos.

Los otros dos poetas citados por Pellicer en Colores en el mar son Salvador Díaz Mirón y Amado Nervo. Al primero la dedica todos los poemas marinos y al segundo lo señala como uno de sus maestros y ejemplos de vida, además de dedicarle un poema al final del libro. La admiración a Díaz Mirón fue uno de los pilares poéticos de Pellicer. Algún día se estudiará el tema. Juan Villoro ha dedicado recientemente un estudio admirable y puntual a la relación entre Nervo y Pellicer.

Curiosamente, en el libro no se menciona a José Juan Tablada, con quien tejió gran amistad el joven Pellicer durante su estancia colombiana. De esta amistad surgieron esas imágenes sintéticas que descubrió para los “Recuerdos de Iza” o para el poema de Curazao, que guardan un gran parentesco con los haikú que cultivaba con tanta gracia Tablada. Pero será hasta 1941, veinte años después, cuando se publique Exágonos, con veintidós breves poemas dedicados a Tablada, reconociendo así su deuda poética.

Colores en el mar nos muestra perfectamente definidos los caminos que transitará Pellicer. Ahí están, a las claras, su fe en Dios, su admiración “tamaño natural” a los héroes, su devoción gozosa a sus sentidos y su inagotable deslumbramiento ante el paisaje. Es la voz de la permanente alegría, inspirada por el aire y la luz milagrosa del Mar Caribe.

En estos tiempos de tristeza y aislamiento, de incertidumbre y desasosiego, la poesía de Pellicer es una de las compañías ideales para renovar nuestro corazón. Cierro estas notas con los últimos versos del poema inicial del libro: “Ser bueno como el agua del camino/ que la herida refleja y que la alivia./ Ser dichoso, Señor, no es ser divino// pero ser bueno, sí. Por eso entibia/ la nieve y que sea lago. La infinita/ palabra del amor, arda y conviva// en mi ser, y se dé la estalactita/ de la obediencia a ti. Toma mi frente/ y cíñela Señor con la infinita/ corona del amor.”.

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