Danza contemporánea, la diversidad desarticulada

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 11 Jul 2021 07:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Un necesario y puntual análisis de la situación en la que se encuentra la danza contemporánea en nuestro país, sobre todo a raíz de la todavía vigente pandemia, que hizo aún más visibles, y apremiantes, las muchas dificultades que enfrenta este arte en México en todos los niveles: bailarines, directores, escenógrafos, pero también administrativos y de política cultural.

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La UNAM es un escenario privilegiado para la danza porque en su seno se dan cita proyectos artísticos, más que la presencia de los creadores con su estela de prestigio y sus públicos fieles. La Coordinación de Difusión Cultural logró remover una visión anticuada e improductiva de las artes escénicas y movilizar a creadores muy propositivos en torno a temas y proyectos que han animado seminarios, encuentros y festivales con ideas perdurables que, sin embargo, discuten coyunturas y problemas acuciantes, como el sentido de la ciencia en nuestros días o el propio sentido del confinamiento que provoca la pandemia.

Ha sido un acierto que, en el marco de la interdisciplina y la convergencia, el trabajo con artistas mexicanos destacados y reconocidos cobre un interés particular, al poner sobre la mesa del espectador la posibilidad de evaluar ante todo las convergencias que, si bien tienen una curaduría, rompieron con una percepción de arbitrariedad en la programación universitaria, cuya “pluralidad” dejaba algo qué desear para muchos que se consideraban excluidos. Ha sido así con el Aleph, IMPulso Vértice y El Día Internacional de la Danza.

Desde 2020, la pandemia refrendó una vocación de pensamiento y discusión de ideas. El documento Para salir de terapia intensiva. Estrategias para el sector cultural hacia el futuro, tuvo un espacio para la danza muy mezclado con el teatro y la música, en lo que categorizó como artes escénicas. La participación y el diagnóstico grupal a través de la Cátedra Inés Amor quedará como signo de los tiempos y síntoma de una comunidad muy lastimada laboralmente.

A ese diagnóstico, que es al mismo tiempo una propuesta administrativa y legal, todavía le hace falta el tejido fino de la cotidianidad donde circulan los que bailan y actúan, dirigen y trazan. La propuesta que transforme las modalidades de operación actuales, inspiradas en modelos clientelares y paternalistas de producción replicados por los propios grupos a su interior, que a veces funcionan como si fueran dueños de la franquicia: taller de música o taller de danza para niños, y así negocian con las autoridades como entidades clientelares. La noción misma de grupo artístico tiene que replantearse.

Por una Muestra Nacional de Danza

La danza contemporánea mexicana carece de una Muestra Nacional como la que tiene el teatro, que alcanzó en Ciudad de México los más altos niveles de su historia a cargo del Sistema de Teatros, que impulsó también un aparato documental e interpretativo coordinado por Luz Emilia Aguilar Zínser. Ni de lejos existe algo así para la danza mexicana, que lo máximo que ha tenido son una especie de kermeses donde compañías y bailarines muy generosos bailan todo el día, en el Día internacional de la Danza, con la idea de que están recibiendo una gran oportunidad para mostrar lo que saben hacer; un maratón que paradójicamente tiende sobre ellos un manto de oscuridad donde la cantidad invisibiliza la calidad. El Festival de Danza de San Luis Potosí quedó muy atrás y fue lo más parecido a una muestra del arte nacional.

Una danza escolar sin programa ni continuidad

La pandemia logró desarticular un esfuerzo que, en nuestros medios, es casi imposible de visibilizar porque la modestia difícilmente genera una nota informativa: la presencia de la gestión desde el aparato educativo, que deriva a alguna casa de cultura municipal, para orientarse hacia alguna universidad estatal y/o alguna compañía institucional.

¿Por qué no se visibiliza? Tomemos el caso más a la mano: la Escuela Secundaria 76, donde el maestro de baile, José Luis Guerrero, ha impulsado generaciones de las que algún alumno sale y encuentra lugar en ese periplo que acabo de describir. El maestro Guerrero está a punto de jubilarse y tal vez las nuevas formas de normalidad no le permitan continuar con ese esfuerzo que, con pandemia o sin ella, no tendrá continuidad, porque la institución no tiene la capacidad de metabolizar los esfuerzos personales, aunque formen parte del tejido social.

Así como pasa en esa modesta escuela secundaria en Ticomán pasa en más de cien espacios culturales municipales, cuyos talentos y excepcionalidades (supongo que habrá excepciones) jamás se integrarán a un sistema de creadores con mayor visibilidad. Todo se convierte en una tómbola donde saldrán premiados algunos jóvenes apoyados por sus tutores, por familiares que no tengan estigmatizadas las artes escénicas.

La danza infantilizada para los niños

El espacio infantil y juvenil es prácticamente inexistente como ámbito formativo. Para los niños todo se verbaliza, todo se explica y se procede como si esa población careciera de inteligencia y se le puede servir cualquier plato. La danza infantil es un territorio muy irregular en materia de enseñanza y práctica artística. Las escuelas privadas son el escenario de los primeros pasos que combinan con venta de zapatillas, mallones, payasitos y tutús, con cabellos estirados y engominados; se le da trabajo a los jóvenes de compañías de danza clásica, supervisados por alguna gloria nacional que ya no baila.

En los últimos tiempos surgió una figura originaria de Texcoco y triunfadora en Berlín: la bailarina bienintencionada y generosa Elisa Carrillo, quien con sus intenciones de ser madrina de todo niño con cualidades, involuntariamente ha evidenciado el modelo dancístico con el que se identifican las autoridades en el Estado de México.

Se trata de un modelo que aplaude formas de excepcionalidad porque no puede generar procesos de producción artística de calidad capaces de articularse con esfuerzos nacionales. El modelo que conocemos los mexicanos y funciona muy bien si se trata de un negocio, es el de la Federación Mexicana de Futbol. Si no es negocio, el modelo conduce al fracaso resignado porque ni siquiera hay oportunidad de sacarle partido a la catástrofe.

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