La UNAM, un clásico del rock mexicano
- Omar López Monroy - Sunday, 11 Jul 2021 07:35



El rock es un género musical que se convirtió en una forma de vida: desde la estridencia de su sonido hasta el articulado grito de su protesta ante el 'establishment' de las buenas conciencias y el naciente neoliberalismo a la mexicana, su historia en nuestro país está fuertemente ligada a la UNAM. Aquí se da cuenta de su evolución en aquellos años en que reinaba y también se perdió la inocencia.
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En torno a la cultura del rock hay lugares emblemáticos en Ciudad de México, como el Tianguis Cultural del Chopo. Durante la década de los años setenta surgió el Museo Universitario del Chopo (1975) en la zona centro de esta ciudad, lugar que fue una suerte de cuna para los que, desde entonces, fueron conocidos como choperos, y son quienes han dado vida a este espacio cultural. En la historia del rock mexicano la UNAM ha sido un espacio natural para que florezca el espíritu rockero, y es parte de su historia en esta capital chilanga.
Las buenas costumbres y la gente joven
El rock llegó a México a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, y la primera artista local en grabar una canción de rock and roll, “Rock loco”, fue Gloria Ríos. En poco tiempo este nuevo ritmo se volvió parte de los gustos musicales de miles y miles de jóvenes; surgieron los llamados cafés cantantes, donde se podía escuchar rock, tomar café y bailar. Se conformaron las primeras bandas locales que apostaron todo a su entusiasmo, tocando en su mayoría covers aceptables para las buenas costumbres de la época, de bandas rockeras sobre todo estadunidenses e inglesas. Entre el final de la década de los sesenta e inicios de los setenta, la llamada Onda Chicana abanderaría un naciente rock mexicano. Y claro, el rock hizo acto de presencia casi de inmediato en la UNAM. Eduardo Ruiz Saviñón, universitario y rockero irredento, recuerda que por los años sesenta ya se organizaban varias tocadas en las preparatorias y facultades de la UNAM la Ciudad de México.
Tras las sangrientas masacres perpetradas por el gobierno priista de esa época, apoyado por buena parte la sociedad mexicana ‒la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco (1968) y el halconazo del 10 de junio en la zona del Casco de Santo Tomás (1971)‒ en contra principalmente de estudiantes de preparatoria y universitarios de aquellos años, se llevó a cabo el mítico Festival de Rock y Ruedas Avándaro, los días 11 y 12 de septiembre de 1971. Este evento fue un fenómeno social que para los cientos de miles de asistentes significó un despertar, una nueva forma de ser y estar en torno a la cultura musical; las carreras de automóviles pasaron a segundo plano.
Eduardo Ruiz, también director de teatro, había escuchado la emblemática ópera rock Tommy, que la banda británica The Who lanzara en 1969, y en los primeros días de 1971 sintió la necesidad de crear una versión teatral. Ya con varios meses de ensayo y trabajo arduo, a invitación de Waldo Tena, de los Rebeldes del Rock, y Armando Molina, organizadores del festival, la obra se presentó al amanecer del primer día del festival, y por azares del destino Eduardo interpretó al personaje principal. Después, la hoy pionera pieza teatral se presentó a partir del 4 de octubre de ese mismo año en el teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura (UNAM), donde se ofrecerían veinte funciones con el teatro lleno; tal fue el interés del público capitalino.
Balance de medio siglo: entre el rock y la represión
Hay un consenso en torno a que, a partir del “avandarazo”, el rock mexicano no volvería a ser el mismo. Aunque las bandas mexicanas todavía tocaban covers y algunas cantaban en inglés, la semilla del rock había sido sembrada en estas tierras. A raíz del festival de Avándaro comenzó el veto oficialista al rock, sobre todo en las radiodifusoras y para la realización de conciertos masivos. Los rockeros siguieron a contracorriente; por varios años se realizaron tocadas clandestinas en los llamado hoyos funky (Parménides García Saldaña dixit), y realizaron apariciones kamikazes en las inmediaciones de algunas preparatorias capitalinas, incluyendo algunas de las pertenecientes a la UNAM. El plan era sencillo: un grupo de músicos llegaba a bordo de camionetas de redilas descapotadas y armaban un pequeño concierto, antes de que llegaran las patrullas y el radar de las buenas costumbres.
De aquel concierto, de la puesta en escena nacional de la ópera-rock Tommy y de la violencia desaforada emanada del halconazo, este 2021 se conmemoran cincuenta años. Para muchas personas han sido años de continuar firmes en sus ideales y preferencias musicales, porque “ya era demasiada chingadera que no pudieras escuchar la música que te gustaba”.
Cuando despertamos el rock seguía vivo
Eduardo menciona que hacia 1974 propuso la realización de ciclos de rock y otros géneros musicales en el teatro de la Facultad de Arquitectura, a través del Departamento de Intercambio que él encabezaba, el cual era parte del área de Cultura de la UNAM, a cargo del maestro Hugo Arguelles (1932-2003), quien, dice Eduardo, le dio su respaldo. La vinculación implicaba también que las bandas se presentaran en recintos universitarios de otros estados del país, una especie de gira que resultó un estímulo importante para los músicos participantes. El evento se llamaba “Una alternativa para los lunes” y en él se podía escuchar rock, jazz, blues o canción urbana, géneros emparentados con el rock.
Jorge Pantoja, a la par de reportear para la Gaceta de la UNAM, ávido de involucrarse en la vida cultural universitaria, en 1978 aceptó el encargo de suplir a Ruiz Saviñón en la coordinación de los ciclos de rock. Tiempo después, con Pantoja a la cabeza ‒invitado por la entonces directora del museo, Ángeles Mastretta‒, los ciclos se mudaron al Museo Universitario del Chopo. Durante su paso por el recinto, en donde llegaría a ser subdirector, entre 1980 y1985 Jorge organizó los ciclos “Rock desde acá”, una exposición sobre portadas de discos, así como el concurso “Rock en la UNAM”, ganado por Guillermo Briseño, bluesero mexicano de renombre.
En 1980, Pantoja planteó la realización del i Tianguis de Publicaciones Musicales y Discos durante cuatro sábados del mes de octubre. Arrancado el sábado 4, la idea de su creación surgió a partir de una charla entre los hermanos Pantoja: Jesús, Eduardo, Antonio y Jorge. Se invitó a coleccionistas, sellos discográficos, editoriales y radiodifusoras en torno a diversos géneros musicales, entre ellos el rock, mismo que al final “se impuso como amo y señor” de los gustos musicales de una naciente grey rockera: los choperos. El tianguis permaneció dentro del museo dos años, y hasta 1985 en las inmediaciones del mismo, sobre la calle Chopo –de donde tomó el nombre–, en la céntrica colonia Santa María la Ribera
Los choperos reconocen como su cuna el Museo Universitario del Chopo, pero defienden, y con razón, el surgimiento natural de este espacio alternativo una vez que salieron a las calles (1982). Es en las calles donde el tianguis se ha forjado como un lugar único en su tipo en la historia del rock mexicano, donde el trueque de discos, revistas, libros, afiches y saberes, era y sigue siendo una gran opción para acceder a propuestas musicales y culturales nuevas. Justo en aquellos años de crisis económica ante un naciente neoliberalismo a la mexicana, se planteaba esta forma de intercambio comercial. Tras varios años de cambios de sede, durante los cuales terminaron por convertirse en Tianguis Cultural del Chopo ac, en 1988 el tianguis se asentó en su actual territorio autónomo y de tolerancia: a espaldas de la Biblioteca José Vasconcelos, a lo largo de la calle de Juan Aldama, entre Mosqueta y Luna, en Buenavista, nada lejos por cierto de su sede original.
Larga vida al rock
El mismo día en que se conmemora desde 1985 el Día Mundial del Rock (13 de julio), pero de 1994, se organizó en Ciudad Universitaria, en el Estadio de Prácticas Roberto Tapatío Méndez, el concierto masivo de rock en apoyo al naciente Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuyo surgimiento cimbró la vida pública del país con tan sólo unos cuantos días de combate franco y en clara desventaja. El EZLN es un vaso comunicante con la década de los setenta, marcada por la guerra sucia en contra de los movimientos guerrilleros de esa época. En aquel entonces, el atisbo de una “actitud rockera” o “rebelde”, o sólo por ser joven, convertía a cualquiera en una persona sospechosa y podía ser detenido sin más por la policía y, literalmente, no pasaba nada; eran los días de las llamadas razzias: “levantones” efectuados por la policía, incluso contra menores de edad. Cientos de estudiantes de la UNAM sufrieron vejaciones de forma directa e indirecta, como parte del control que ejercía la dictadura perfecta de entonces.
En aquel 1994, con la nostalgia por el cercano fin de siglo, la reciente muerte del candidato presidencial oficial, Luis Donaldo Colosio, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y una violencia desaforada recorriendo el país, se realizó este concierto pionero en territorio universitario. En ese momento, para muchas personas el rock ya era una forma de vida y tenía una larga historia en la UNAM y Ciudad de México. Después, para bien y para mal vendrían el Festival Vive Latino, la compañía Ocesa, y conciertos masivos por doquier, pero la UNAM quedaría registrada como parte sustancial de la historia del rock ‒esa nueva música clásica, diría el maestro José Agustín‒ en México.