Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 18 Jul 2021 08:39 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nada nuevo bajo el sol (II de III)

 

Afinidad” es el término que la plataforma streaming Netflix emplea para denominar las sugerencias que hace a sus cuentahabientes acerca de lo que puede ver, y lo acompaña con un porcentaje por demás extraño: tan pronto uno acaba de ver la película “A”, si se pone a explorar en las listas de contenido, el algoritmo genera una cifra de “afinidad” de las películas “B”, “C”, “D”…, con “A”, que por lo regular supera el setenta y cinco por ciento. El resultado es que si a uno le dio por ver, póngase por ejemplo, Un padre no tan padre, Netflix se apresurará a proponer que sea vista, entre muy escasas opciones más, No se aceptan devoluciones, indicando que entre una y otra hay un ochenta y pico de “afinidad”. No deja de ser una perogrullada pero, para entender a cabalidad lo pernicioso del esquema, es forzoso tener en cuenta la imposibilidad de que la plataforma esté enterada de la opinión que a uno le mereció Un padre no tan padre, dado que se trata de un mecanismo unidireccional, privado de auténtica retroalimentación en tanto no incluye interacción de ningún tipo con los usuarios. Así las cosas, si a uno le pareció que Un padre no tan padre es una película-complaciente-más, ahíta de clichés, plagada de facilismos y moditas formales, temáticamente descafeinada al grado de dar la impresión de que sus guionistas se autoimpusieron la obligación de no pensar, que da grima nomás de ver a Héctor Bonilla despilfarrando su innegable talento histriónico y abollando su prestigio al compartir escena con cartones y rinoplastias parlantes como, verbigracia, Benny Ibarra, Sergio Mayer Mori y ¡Jaqueline Bracamontes!... Decíamos, si a uno le sucede que ver Un padre no tan padre desemboca en la firme convicción de haber desperdiciado de manera miserable una hora y media de vida, amén de reforzar la percepción de que el cine ligero mexicano –por agruparlo de algún modo– está peleado a muerte con la inteligencia, y a renglón seguido viene Netflix a proponer un descenso aún más pronunciado en ese abismo de mediocridad desahuciada, ahora a cuenta de la estulticia bobalicona sin remedio del peluche mayor, lo primero que inevitablemente se piensa es que Netflix no lo quiere a uno, que busca ahuyentarlo para siempre, o que en una de ésas es chicle y pega: a lo mejor uno es masoquista o, tal vez, más sencillamente es un perfecto haragán en materia de gustos y preferencias y, aunque no tenga modo de verificar en qué lo basará, de manera tácita confía en el “criterio” cinematográfico netflixeano… que se sustenta en un algoritmo, es decir, en una función cibernética necesariamente ciega y arbitraria.

Gato y liebre cinéfilas

El anterior no es un ejercicio de la imaginación: este juntapalabras se dio a la tarea de avenirse a las multimencionadas sugerencias de “afinidad” y así le fue; a Don Algoritmo le quedó claro que todo debía consistir en comedias, románticas o de las otras, habladas en español, ya fuesen películas o series, de manera que aparecieron cosas tan lamentables como Sin hijos, Ahí te encargo, Solteras y algunas otras, de las que se habló en este espacio en anteriores entregas. No faltará quien diga algo como “pues si no te gustan simplemente no las veas”, ni quien aduzca que basta con desestimar las tales sugerencias y explorar por otro lado, rechazando la pasividad y con un mínimo de autonomía. Ambos tendrán razón pero será parcial, pues lo que pretende señalarse aquí no son la postura y la actitud del espectador, sino la insidia implícita en el mecanismo al que es enfrentado: es innegable gato por liebre eso de querer, nomás de entrada, encerrarlo a uno en un perfil de producción determinado, el que sea, a lo que debe añadirse un aspecto mencionado en la entrega anterior: los “géneros” aquí son todo menos definidos de manera que sea claro si se trata de un thriller, un filme de terror o un drama, pues una misma película aparece en dos o más rubros, eso sí, acompañada de su “porcentaje de afinidad”… (Continuará.)

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