Dos cuentos
- Laura Linares Palacios* - Sunday, 18 Jul 2021 07:42



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La costurera
A Tranquilino comienza a dolerle el pecho y un brazo se le duerme. Cuando la transpiración perla su frente, tiene una visión: la muerte viene en camino. Su tez es púrpura como el atardecer, también los ojos. La trenza le llega a la cintura, y en sus morenas y ahuesadas manos trae unos lirios del campo. Son para Tranquilino.
Al campesino se le cae el costal de granos de maíz a la surcada tierra y se derrumba. Mientras el viento comienza a secretearle palabras que no alcanza a comprender, voltea a mirar su pequeña casa de adobe en la que nació y creció. Le llega el aroma del escaso pozol.
Tranquilino espera sin saber en qué pensar hasta que llega su jaspeado perro café. A pesar de su debilidad, el campesino intenta acariciarle la cabeza sin conseguirlo. Entonces el perro comprende y comienza a lamer el rostro de su amo para reanimarlo; es inútil, así que se echa a su lado y aúlla, pero quedo, para no revelarle a la muerte la ubicación de Tranquilino.
Ya casi inconsciente, el campesino la vislumbra de nuevo. Viene serena y silenciosa a través del vasto maizal: no miente con promesas de otra vida mejor. Sus pies huellan la tierra y los mosquitos la importunan.
Ante su cercanía, Tranquilino se arrastra hasta el seto y se recarga en las podridas varas. Quiere que ella lo encuentre digno, pero al notar que su camisa está llena de hoyuelos y sus huaraches rotos siente vergüenza.
Cuando la muerte llega, encuentra a Tranquilino con la mirada afligida, pero no por su presencia, sino por la pobreza de sus ropas. Entonces, del bolso de su amplia falda, la muerte saca un costurero y, mientras canta, remienda la ropa y los huaraches.
Después de entregar los blancos lirios al campesino, se van de la mano. El perro los sigue hasta que se cansa.
Escarcha de sal
Al escuchar que su padre parte rumbo al mar poco antes del alba, Jaino prende una veladora a fin de que tenga una pesca llena de fortuna.
Como el niño sabe que ningún viento conseguirá apagar el cirio, pues eso sólo es posible a través de su soplo, lo coloca en la cornisa de la ventana abierta y vuelve a dormir tranquilo.
A eso del mediodía, cuando su padre regresa con unos hermosos pescados púrpuras, el pequeño apaga la veladora y, luego de vestirse, lo acompaña al mercado.
Mientras su padre vende, Jaino se va hacia la fuente que se encuentra en el centro de la plaza. Ahí hace una hermosa barca de papel y la pinta con sus acuarelas. Luego la echa a navegar cerca del chorro de agua. La corriente regresa la barca una y otra vez a manos del niño.
Así juega hasta que la barca comienza a humedecerse, mas antes de que se hunda algo inusitado sucede. En ella aparece un diminuto fantasma con una botella en la mano. A través de sus largas y pobladas cejas asoman unos ojos tan azules como gotas de mar. Sus largos cabellos son negros y viste una camisa gris y pantalones rojos muy agujereados.
‒¿Quieres aguardiente, Jaino? ‒pregunta el espíritu con una voz tan ronca que parece escarchada de sal.
El pequeño intenta responder, pero las palabras se le atoran en la garganta. Después de unos momentos se reconstituye y contesta:
‒¿Quién eres, de dónde vienes?
‒Soy un fantasma. Antes era un pirata. Ahora vivo en las fuentes y no en el mar, que es lo que más anhelo, debido a que no tengo barco. ¿Podrías, con tu padre, construirme uno? Sé que él tiene serrucho, clavos y martillo.
‒No tenemos madera ni dinero para comprarla.
‒Constrúyeme ese barco. De otra manera, me apareceré en tu cuarto todas las noches y te cantaré al oído las canciones que aprendí en altamar hasta que, de insomnio, te vuelvas loco. ¡Ah!, y no olvides: cuando esté acabado, llévalo a la orilla del mar.
Al momento, Jaino se levanta y corre hasta donde está su padre para contarle lo ocurrido.
El hombre, un tanto preocupado, pues sabe que los asuntos de fantasmas son serios, decide ir con el brujo porque recuerda haber oído que éste disipa a los espíritus.
En el camino Jaino siente la necesidad de ayudar al pirata; después de todo, lo único que quiere es regresar al mar.
‒Papá, ¿hay maderos tirados en la playa?
‒Podemos encontrar algunos, ¿quieres que construyamos un barco para el fantasma a pesar de sus amenazas?
Jaino asiente. Entonces el pescador y su hijo bajan por un sendero de guijarros a la playa y llevan a casa los mejores maderos que encuentran. Varios días tardan en fabricar el pequeño barco, barnizarlo y coser las velas pero, al fin, terminan una buena tarde.
Antes de que anochezca, aunque ya las primeras estrellas se dibujan en el cielo, lo llevan a la orilla del mar. Apenas un par de olas lamen la proa del barco, el pirata aparece. Luego de hacer una venia, extiende al niño y a su padre una hogacita de pan.
–Pónganla en la mesa y nunca les faltará sustento.
Momentos después el fantasma se interna en el mar.
Desde entonces, todas las mañanas, en lugar de uno, Jaino prende dos cirios.
*Laura Linares Palacios. Ciudad de México, 1972. Es autora de los cuentarios Migajas y El silbido del pescador. Ha publicado, entre otros medios, en el suplemento Sábado, de Uno más uno (1998), y las revistas Generación (1998), Voz Pública (1998) y Punto de Partida (UNAM, 2000).