Exposiciones, museos y universo digital

- José María Espinasa - Sunday, 18 Jul 2021 09:21 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La prohibición primero y luego la restricción del aforo a los recintos cerrados ocasionado por la pandemia, la tecnología ha proporcionado una solución. Es el caso de las visitas virtuales a los museos del mundo. Pero esa alternativa plantea algunos problemas y cambios en nuestra manera de apreciar el arte, algunos de los cuales se cometan en este artículo.

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Los museos en todo el mundo se vieron empujados por la pandemia a reforzar su actividad digital. Constantemente se daba la noticia que importantes recintos subían acervos, proponían recorridos virtuales por autores o épocas, o programaban coloquios y debates, e incluso se ha llegado a proponer, según mi punto de vista de manera errónea, que las características virtuales pasarán a ser las principales en algunos museos y no sólo un apoyo didáctico y publicitario. Al universo museístico, como al de las salas de conciertos, la pandemia los afectó gravemente y con consecuencias que se verán a mediano y largo plazo. Pero tal vez uno de los fenómenos más curiosos sea el maridaje de la tecnología y el arte con usos de tipo espectacular y con fines comerciales. Esto ya ocurría antes de la pandemia, pero ahora se ha visto subrayado. Como ejemplos están La Capilla Sixtina en reproducción, el Universo de Van Gogh, las “exposiciones” de Dalí y Frida Kahlo con una tendencia inmersiva digital. Aunque el juicio de los resultados lo dejo para después (algunas de ellas aun no las he visto), me gustaría aquí tratar asuntos que esa tendencia trae.

Lo primero es el cambio de las prácticas culturales de acercamiento a las artes plásticas. En otro lugar he contado la anécdota de un pintor mexicano que, en una exposición, vendió un cuadro a un comprador japonés pero, ante su sorpresa, cuando preguntó la dirección adonde debía hacer llegar la obra le respondieron que no era necesario, que ellos sacarían una fotografía para reproducirla ene número de veces, que no era necesario mandar el original. Llevamos muchos años, ya siglos, reflexionando sobre el camino que seguirá el arte en la era de su reproductibilidad técnica, e incluso la idea misma de original empieza a ser cuestionada. Es un laberinto cuya salida no es fácil de encontrar. Así, reconstruir con todo el esmero y rigor que se pueda la Capilla Sixtina tiene algo de la ideología de la ciudad de Las Vegas: Venecia limpia y sin malos olores y con un cielo permanente y siempre soleado. Y esa ideología es además un asunto económico. Los costos de esas exposiciones suelen ser muy altos.

En esta época en que, sobre todo en países sin grandes recursos como el nuestro, la emergencia sanitaria ha ocupado los presupuestos y los museos no tienen dinero, el asunto de los precios de entrada se vuelve relevante. Frente a recintos públicos dependientes del Estado, que mantienen sus boletos con bajo costo, hay otros que llegan a cobrar precios más propios de un espectáculo masivo.

México llegó a crear una asistencia constante a museos gracias a la combinación de buenas exposiciones con precios de entrada bajos. Hasta ahora, los museos públicos mantienen esa tendencia. Sin embargo, la tendencia a comercializar el arte es una amenaza. En Europa, si alguien visita Toledo y quiere visitar sus museos e iglesias se gasta bastante más de cien euros (2 mil 500 pesos). No es un asunto fácil: los museos son caros de mantener y de programar y son, además y naturalmente, un atractivo turístico. Para el visitante de nuestra capital, la visita al Museo de Antropología es casi obligada, como lo es para el que visita Madrid ir a El Prado o en París El Louvre. Se dirá que los museos con una vocación divulgativa la mantendrán, como lo harán los que tengan una visión más mercantil, de la misma manera que hay (con diferencias, pero puede servir el símil) archivos, bibliotecas y librerías. Pero hay un asunto menos visible y tal vez más grave: se deforma la relación del público con el arte y se altera la democratización de ese derecho a la cultura (inscrito en la Constitución de nuestra capital), volviendo a un consumo de clase que parecía olvidado.

Se tendrán que encontrar nuevas formas de relacionar las artes plásticas con el público. La grabación en sus distintas modalidades técnicas alteró y sigue haciéndolo la relación con la música en vivo, pero no acabó con los conciertos. La televisión transformó la relación con el cine de manera muy lesiva y la relación del libro en papel y en digital está en evolución. En todos los casos, lo peor es dejarse llevar por la corriente fijada por su resultado económico, sin reflexionar en las consecuencias. Los expertos tendrán que explicar las tendencias y los resultados creativos pueden, tal vez (no lo han hecho hasta ahora) sorprendernos.

Hay otro problema paralelo: la tecnología suele ser un artefacto de distracción y no de atención. Se tiene mayor concentración en un concierto que si ponemos una grabación, el espectador que veía la película sin interrupciones en una sala de cine ganó comodidad al poder detenerla, pero algo perdió en su relación con ese lenguaje. Pocas veces el uso tecnológico profundiza la experiencia, pues su tendencia a volverla espectáculo la trivializa. El porvenir siempre ha sido incierto. Hoy lo es más.

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