Las horas oscuras de la depresión / Entrevista con Mauricio Montiel Figueiras

- Alejandro García Abreu - Sunday, 18 Jul 2021 07:44 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En 'Un perro rabioso. Noticias desde la depresión' (Turner, 2021) Mauricio Montiel Figueiras narra su experiencia como paciente que lidia con el trastorno clínico. Nacido en Guadalajara, en 1968, es cuentista, poeta, ensayista y traductor, así como crítico literario y de cine, géneros en los que ha publicado varios libros. En 1993 recibió el Premio Elías Nandino y en 2000 el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés.

 

Nacido en Guadalajara, en 1968, es cuentista, poeta, ensayista y traductor, así como crítico literario y de cine, géneros en los que ha publicado varios libros. En 1993 recibió el Premio Elías Nandino y en 2000 el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés.

-----------

¿De qué manera percibes la identidad tras la escritura de Un perro rabioso: Noticias desde la depresión?

‒En una entrevista que le hice en 2003, el cineasta David Cronenberg me dijo algo que desde entonces me acompaña e inquieta: “Es difícil cimentar y mantener la identidad. Cada mañana, al despertar, tenemos que reconstruirnos: recordar quiénes somos, dónde estamos, cuál es nuestro idioma, a qué nos dedicamos.” Es verdad: el despertar constituye una minuciosa labor de reconstrucción de nosotros mismos, y la depresión socava esa labor no sólo a primera hora de la mañana sino a lo largo del día. La voluntad de reconstruirme, de recuperar la noción de una identidad más o menos unitaria y no fragmentada por el trastorno depresivo, ha equivalido a juntar los pedazos de un espejo roto, en este caso el espejo interior al que me asomo a diario para confirmar que sigo siendo aquel que creo ser. Las fisuras, sin embargo, persisten en insinuarse en el cristal: de aquí en adelante ya va a ser imposible ignorarlas porque el agrietamiento ocurrió y mi reflejo ya no puede ser el mismo que el espejo me devolvía antes de que me mordiera la enfermedad.

¿Qué significan tristeza y melancolía en función del trastorno clínico?

‒Nostalgia, melancolía y tristeza son emociones que están contenidas dentro de la depresión, que las potencia a un grado casi insoportable. Estas emociones, a las que añadiría las ideas de duelo y pérdida, son intrínsecas a la naturaleza humana: debemos experimentarlas y sortearlas en distintos momentos de nuestra vida, de lo contrario estaríamos enfrentando un serio desajuste anímico. Diría incluso que tales emociones son esenciales para la creación literaria: se sabe que la escritura reclama cierto estado de alteración psíquica, ya que no se escribe desde la paz y la bonanza interiores. Aquí recuerdo la frase célebre de Hemingway, uno de los tantos autores a los que acudo como compañeros a lo largo del libro: “La felicidad en las personas inteligentes es lo más raro que conozco.” La inteligencia, y específicamente la inteligencia creativa, implica saber acomodar en distintos espacios los golpes que nos propina el mundo de manera cotidiana, transformándolos en materia artística. Esto no quiere decir que para escribir debemos sentirnos nostálgicos, melancólicos o tristes por la fuerza, pero algo de esas emociones se va filtrando de manera quizá imperceptible a medida que avanza el proceso creativo.

El insomnio rigió. Luchaste contra ideaciones suicidas durante horas oscuras.

La ideación suicida es sin lugar a dudas el fondo del pozo depresivo, el demonio más difícil contra el que hay que luchar durante la enfermedad debido a su insidia y a su persistencia. Con el tiempo he podido comprender que el suicidio tiene que ver más con la necesidad imperiosa de acabar de una vez por todas con el hondo dolor físico y psíquico desatado por el trastorno y no tanto con el impulso de poner punto final a la vida. Me explico: en las horas más oscuras de la depresión, que para mí se produjeron en las crisis de insomnio, se anula por completo la noción de futuro y por ende de continuidad vital, por lo que sólo queda el presente extendido como un páramo que se antoja infinito y que se halla dominado por completo por la angustia y el desasosiego. ¿Para qué, recuerdo haberme preguntado en varias ocasiones, seguir soportando este suplicio interminable que podría eliminar en un abrir y cerrar de ojos? En mi caso lo que me mantuvo con un mínimo de cordura en medio de las tinieblas, el faro que me iluminó en los momentos más aciagos de mi proceso depresivo, fue el hecho de pensar en mi hija y en el daño permanente que le causaría si decidiera atender las ideas suicidas que me rondaban con tenacidad escalofriante. Asumir que tienes que responder por alguien más, que hay otra vida que de muchas maneras depende de que no interrumpas tu vida por mano propia, puede ser un aliciente para salir adelante, aunque por supuesto no hay recetas infalibles: esto funcionó para mí y no es extensivo a otras personas en una situación similar. Cada depresión es, por desgracia, rigurosamente intransferible.

¿Cómo distingues la oscuridad visible de Styron?

Como dice mi querido Juvenal Acosta, la depresión no se cura sino que se comprende. Así pues, he aprendido a convivir con esa comprensión cada vez más clara de la enfermedad pero asimismo con la certeza de que la oscuridad siempre acecha en la periferia de la luz: puedo sentir su presencia cuando la angustia, las dificultades o la tensión cotidiana que se ha agravado con la pandemia del Covid-19 amenazan con avasallarme de nuevo.

Citas a Rimbaud: “Es el fuego que se reaviva con su condenado.”

La noche en que más temí por mi integridad física, mientras luchaba contra la ideación suicida en una de mis tantas crisis de insomnio depresivo, supe que pasaba por una de las etapas más duras de mi propia temporada en el infierno. El recuerdo de Rimbaud y su extenso poema en prosa escrito hacia 1873 me llevó a consultar la admirable biografía de Starkie para repasar algunas andanzas del poeta. No dejará de causarme admiración la vida relampagueante de Rimbaud: empezó a escribir a los dieciséis años y renunció a la literatura a los veinte para entregarse a una intensa existencia itinerante que concluyó antes de los cuarenta, luego de que le amputaran la pierna derecha debido a un carcinoma en la rodilla. Me da la impresión de que gracias a la escritura el poeta francés se asomó a simas tenebrosas con las que tuvo que lidiar el resto de sus días. De un modo u otro el infierno lo persiguió siempre, y eso es algo que puedo entender ahora.

En un grupo de A.A. dijiste: “Hola, soy Mauricio y soy alcohólico y adicto al alprazolam.”

Con ayuda tanto de la red de contención afectiva como del batallón de aliados artísticos de los que hablé antes fui capaz de emerger poco a poco del pozo depresivo. A ello también contribuyeron los integrantes de ese grupo de A.A. al que acudí a diario durante algunos meses, pero muy especialmente la psicoanalista y el psiquiatra que al día de hoy me continúan atendiendo. Hay que insistir en que el sentimiento de soledad se recrudece al máximo durante la depresión, convirtiéndose en una dolencia extrema, por lo que es fundamental procurar un acompañamiento triple –familiar, amistoso y profesional– para disipar la noción de aislamiento casi cósmico que se apodera del enfermo.

Evocas a una amiga que se suicidó “por efecto de la misma enfermedad rabiosa […] contra la que ella luchó durante al menos dos décadas antes de darse por vencida.” No creo que la muerte voluntaria implique derrota.

Evité la palabra derrota justo porque no creo en absoluto que el suicidio implique que un individuo haya sido derrotado por su pulsión de muerte. Uso más bien la idea de vencimiento en el sentido de que, eso sí, la depresión puede terminar por vencer la voluntad vital de una persona de la misma manera que un peso considerable y en aumento constante vence la superficie que lo soporta si ésta no posee la resistencia suficiente. Y una de las principales armas de la depresión consiste en socavar poco a poco, día tras día, la resistencia interna del individuo, hasta despojarlo de las fuerzas que requiere para continuar tolerando los brutales embates anímicos. El suicidio me sigue pareciendo la decisión más valiente que una persona puede tomar en y con su propia vida. Y no dejaré de coincidir con Camus: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.”

¿Lo refulgente suscitó el libro?

No exactamente. Escribí buena parte de lo que acabaría por ser Un perro rabioso desde el fondo de la depresión, mientras atravesaba mi propio infierno, como una forma de localizar una luz en las tinieblas. Cuando aún consideraba que Twitter podía ser una plataforma creativa y no enteramente tóxica como lo es en la actualidad, usé mi cuenta para registrar el día a día, a veces el hora a hora, de mi enfermedad y sus fluctuaciones salvajes. Fue un experimento de escritura catártica que redundó en un proceso terapéutico durante el que conté con una retroalimentación por parte de una amigable y sorprendente cantidad de lectores que se identificaron con el padecimiento que yo describía. Fue así como me percaté de que el registro de mi trastorno podría servir a otras personas y de que tal vez valía la pena armar un libro con esa experiencia íntima e intransferible, aunque no obstante comprensible para otros.

¿Qué generó en ti la escritura?

Cierta sensación de paz y triunfo por haber sobrevivido al infierno de la enfermedad. Aunque debo decir que es un triunfo muy relativo: el perro de la depresión está dispuesto a mordernos si nos atrevemos a descuidarlo y nos jactamos de haberlo domado para siempre. Se trata de un animal salvaje, peligrosamente recurrente, y hay que juzgarlo como tal. Una vez que hemos escuchado de cerca sus ladridos furibundos resulta difícil deshacernos de su eco y sobre todo dejar de temerlo.


Versión PDF