Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 18 Jul 2021 08:11 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Queremos tanto a Nacho (II y última)

 

Los comentarios de las cuartas de forros en los libros de Ignacio Mondaca Romero (Sonora, 1956) son mucho más que un coqueteo de invitación a la lectura, por eso se me ocurrió abordarlos para ofrecer un panorama de la obra narrativa de este autor; sin embargo apenas llegué a la orilla de Relatos de ocio. En la contratapa de este libro, Álvaro Gaxiola reconoce que Mondaca supera las limitaciones propias del regionalismo pero a la vez le atribuye cierta misoginia; el mismo Gaxiola firma la contraportada correspondiente a Instrucciones para asesinar a Julio Cortázar, ahí resume algunos cuentos y pondera la prosa depurada de Mondaca sin por ello ahorrarse desahogos más bien polémicos; la contratapa de Relatos sin rastro la firma Mario Canetti, quien tampoco disimula cierta hostilidad contra Nacho Mondaca. Todo esto carecería de importancia de no ser porque Gaxiola y Canetti son seres ficticios que transgreden indebidamente sus espacios para asaltar la realidad de su creador y de los lectores.

El primer cuento de Relatos de ocio comienza así: “Al pie del acantilado, el resplandor de la lámpara ilumina la actividad en la rústica casa de campaña. Un penetrante olor a incienso brota de una vela, mientras la noche cae con infinita oscuridad sobre la playa del Mar Tirreno…” En el segundo el acompañante de un genio narra que este último: “Miró el elevadísimo techo del aeropuerto, caviló por unos segundos y luego hizo algo a mi entender muy francés: se sacó los mocasines, abrió su portafolios, extrajo un par de sandalias de lona color beige que había adquirido en Mallorca, se las metió y luego tiró en un depósito de basura los mocasines. Cuando vio mi sorpresa, lapidariamente dijo: ‘A mí también me desagradan’. ” En el tercero el protagonista describe al “notario y albacea [que] entró en la sala donde esperábamos cuatro hermanos y dos primos. Su rostro frío era un eco silencioso del solemne momento que aguardaba. Saludó a todos con protocolaria sinceridad; hizo un preámbulo formal y relató con la brevedad de un respiro su amistad con mi padre.” El actor del cuarto relato nos cuenta: “Iba, lo recuerdo bien, en la página 321. ¿Quién sería a esa hora?, pregunté al reloj de pared que marcaba las 8:15 de la mañana (… yo sabía que era de mañana). Abrí. ¡Sorpresa!, eran Mel Brooks y Walter Mathau enfundados en batas de médico.” Y poco después aparece el fantasma de Álvaro Gaxiola, o quien se esconde tras tal seudónimo…

El libro inaugural de Ignacio Mondaca noquea al lector por partida doble; primero con la contundencia y la rapidez que Cortázar confiere al género cuentístico… El otro sentido del nocaut solamente lo entenderá quien lea los cuentos; quien, del tono épico de una batalla, pase a la mundanidad taleseana o maileriana que describe a Picasso a punto de volar de París a Nueva York; quien, del tono flemático con el que un clásico porteño o británico afronta el absurdo de heredar un piano encadenado perpetuamente a una mansión, pase al flujo de onirismo cinematográfico de alguien que se queda dormido mientras lee; quien, del sobrio rigor satírico de Petronio o de Arreola durante la secuela de matrimonios de un becario del “Fondo Nacional de Creadores”, transite al relato de tono, técnica y atmósfera de redacción de periódico desde donde se asoma el ubicuo Álvaro Gaxiola, editor y escritor de novelas, reseñas y cuartas de forros…

Admitir su estirpe cortazariana no significó para Ignacio Mondaca Romero un privilegio sino un desafío. Por ello, refiriéndose a este autor, el jazzista Hímber Ocampo comenta: “Lo único que no me gusta de él es que quiera matar a Cortázar”… En fin, esbozar el horizonte de eficacia narrativa que Nacho se trazó desde el principio de su carrera, la afable plasticidad con la que suavizó sus ásperas pugnas con lo real y su impecable forma de asesinar al cronopio mayor, nos sacaría de las cuartas de forros. Y eso es otra historia.

 

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