Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
12.jpg

Contra la violencia y el miedo masculinos

'El invencible verano de Liliana', Cristina Rivera Garza, Editorial, México, 2021.
Eve Gil

 

En su novela de no ficción de 2020, Autobiografía del algodón, impresionante, épica y no solo histórica, una quirúrgica recreación de hechos vinculados a la genealogía de su autora, la tamaulipeca Cristina Rivera Garza, aparece por primera vez su hermana menor, Liliana. “Su cabello lacio. Su sonrisa. Las piernas que, con el tiempo, van a ser tan largas”, sobre la cual arroja una súbita revelación que deja frío al lector no puesto en antecedentes: “Mi hermana murió asesinada un 16 de julio de 1990. Para mí la guerra inició ese día (…) Un depredador, un ex novio celoso que prefirió verla muerta a libre, la asfixió en su cuarto de estudiante en la Ciudad de México…”

Un año más tarde, paladeado apenas el grato sabor dejado por aquella novela, se publica El invencible verano de Liliana, donde ese personaje que tanto (nos) dolió se vuelve centro de una narración polifónica, entre periodística y detectivesca. A partir de la tragedia, cuando CRG era una joven autora en ciernes, ganadora de un par de premios, comenzó a reunir toda la documentación de Liliana, correspondencia, libretas escolares, diarios, recados –tinta morada- dibujos, música… tarea facilitada por la pulcritud de la joven. CRG clasificó, escrupulosa, todo el material y, finalmente, recogió los testimonios de aquellos que la conocieron, que la amaron. La madre, el padre, la amiga posesiva, las muchas amigas y amigos, los pretendientes, el que pudo ser su novio, incluso aquel que la conoció muerta, el reportero de nota roja que consignó primero el crimen. Casi treinta años de amorosa reconstrucción que le permitieron devolverle su voz a Liliana.

Más que ejercicio de devoción por su hermana, restaña la verdad de los hechos expuestos, algunos por fuerza conjeturados, y nos brinda además un retrato físico y, más que nada, psicológico del feminicida que calza perfecto con la gran mayoría de los hombres que incurren en violencia extrema contra las mujeres. Inevitable sacar a relucir la muy informada máxima de Margaret Atwood: “Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos, las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten.” El hombre acomplejado, lastimado en su fragilísima “hombría”, pues la mujer que lo obsesiona (y dice que “ama”) se ha burlado de él, que es como nombra al hecho de que ella ha decidido realizarse profesionalmente en otro lugar. Liliana, recién salida de la adolescencia, toma la decisión de terminar su relación con Ángel, un joven sin aspiración ninguna cuando éste ya había dado señales de alarma. “Le dio su primer jaloneo, creo que una cachetada, cuando ya tenían como un año de salir (…) le decía que estaba gorda.” De esto se entera la autora a través de cartas y diarios de su hermana que, hay que decir, no era muy específica con sus desahogos. La distancia entre Toluca y Azcapotzalco –Liliana se ha matriculado en la UAM para estudiar arquitectura- no frenará el enfermizo acecho del ex novio. La espía, la embosca cuando está con sus amigos, soborna a terceros para mantenerse al tanto de quién entra y sale del cuarto alquilado. La razón por la que Liliana no fue lo suficientemente firme para cerrar ese capítulo de manera definitiva sólo tiene una explicación: miedo.

A principios de los años noventa estaba por crearse el término “feminicidio” para denominar los asesinatos por odio de género, tras la reiterada desaparición, tortura y muerte de jóvenes mujeres, casi todas trabajadoras de la maquila, en Ciudad Juárez. “(No) tuvimos a nuestra disposición un lenguaje que nos permitiera identificar las señales de peligro. Esa ceguera, que nunca fue voluntaria sino social, ha contribuido al asesinato de miles de mujeres en México y en el mundo.” Pero entonces todavía no existía definición para tal horror… asesinada, violada. “Crimen pasional”, le decían, y la mayoría daba por hecho que “algo” tenía que haber hecho la víctima para provocar tanta violencia. Odio. La justificación del Asesino. Al dolor de la muerte de la amada hija y hermana se suma el de la humillación por la que pasa la familia en su legítima búsqueda de justicia. “Los empleados que se cubrían las bocas y las narices canturreaban entre ellos mientras manoseaban los brazos y las piernas de los cuerpos desamparados”, luchando acaso por no pensar, por no imaginar que aquel cuerpo podría ser el de una hija o una hermana… o sencillamente porque se trata de una más… o seguro se lo merecía, si no, no hubiera terminado así. Como cientos, miles de padres, esposos, hermanos e hijos que perdieron a una amada en tales circunstancias, la autora vuelve a clamar justicia a través de lo que mejor sabe hacer… porque Ángel González Ramos continúa libre. Y si bien no está en manos de CRG encontrarlo y ajusticiarlo, sí lo está alertar a quienes se abismen en esta historia, de que existen muchas Lilianas… demasiados Ángeles, no precisamente alados, que arrastran un miedo atávico que históricamente se ha inculcado a los hombres contra las mujeres que no los necesitan.

Versión PDF