Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Sunday, 25 Jul 2021 10:16 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
De heridas y ausencias

 

Hay retratos familiares en los que el puesto de honor lo ocupa una ausencia. Alrededor de este vacío se acomoda todo: se le hace lugar, se trata de llenar el espacio, se le interroga e interpreta. En la más reciente novela de Rosa Beltrán, Radicales libres, la narradora, que tiene catorce años cuando comienza el relato, hace todo lo mencionado y más.

La novela principia con un abandono y sobre él se construye. Una huida que hubiera podido ser libertaria si no hubiera dejado a los demás atados a una acción incomprensible: la madre, montada sobre una Harley Davidson, se va a Guatemala con su amante. No hay drama, apenas un leve adiós.

La protagonista entiende que lo que ha pasado sólo le deja preguntas y se hace las que su edad le permite: ¿tenía algo que ver con la escapatoria de su madre lo que había pasado en mayo del 68' en París y que la chica escuchó comentar en las sobremesas familiares? ¿Que a su madre le gustara la música de Moustaki? Y, de pasada: ¿no arruinará esa ausencia sus perspectivas de tener novio?

Una escritora menos avezada que Beltrán exploraría solamente las posibilidades cómicas de esta voz, tierna, inocente y sagaz, pero Beltrán enriquece su registro con actos conmovedores. En contraste con el discurrir mental de esta adolescente entregada
al pensamiento ‒“... mi madre me convirtió en Sherlock Holmes” dice‒, Beltrán nos muestra su desamparo. La chica entra en la habitacón de la madre: se enfrenta a las huellas de una decisión sin retorno. Se mete en la cama y se envuelve en las sábanas olorosas a perfume. Una parte de ella determina que, para sobrevivir, tendrá que relevar a la ausente. ¿Qué gesto se puede contraponer con más énfasis a este monólogo que busca la madurez que taparse con la ropa de cama y aspirar el olor de la madre que se fue?

Este es uno de los múltiples mecanismos que impulsan la narración de forma irresistible: la niña que quiere ser la madre ausente y que llena con respuestas hilarantes e inesperadamente acertadas el dolor de su ausencia. Como telón de fondo de esta maduración a trompicones, tan variable como los cambios en el cuerpo de esa muchacha que quiere vivir pero no sabe cómo, se vislumbra un país en el que se estaba gestando el presente violentísimo que apenas soportamos.

Pues Radicales libres no es sólo una crónica de familia. Es la bitácora de la fisonomía cambiante de México, las ilusiones fallidas, las promesas incumplidas. Por sus páginas desfilan los espejismos que muchos perseguimos: el de la izquierda auténtica e incluyente, el del amor sin machismo, el de una conciencia más clara y solidaria. Claro que no todo es fracaso: quedan el amor, el arte, el feminismo, la tolerancia, pero Radicales libres consigna la historia de una pasión colectiva traicionada: la del amor patrio, la promesa de un suelo donde echar raíces y poder vivir sin que el crimen se cebe con los inocentes.

Más adelante el lector atestiguará el vínculo epistolar entre la narradora y su hija, esta última fuera del país debido a la violencia que la afectó en un asalto y un intento de secuestro. No se puede más que sentir dolor ante las interrogantes planteadas: ¿qué hacer cuando una niña se entera de que hay niños sicarios que son asesinados “porque se meten al narco”?

Beltrán ha escogido con tino y sin caer en sensacionalismos ciertos episodios recientes que dejan al lector con la misma sensación límite que atormenta a la narradora: ¿estamos en un país donde la obligación de quien ama es salvaguardar la huida de quien pueda escapar? La novela comienza con una huida y termina con otra en un círculo de preguntas y ausencia.

Quizás así es. Pero la madre ha escogido quedarse. Decidió echar raíces en este suelo envenenado y convertirlo en un lugar habitable. Y en la novela se cumple la promesa. En páginas como éstas se puede vivir, pensar, llorar y, sí, libremente reír a carcajadas.

 

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