Raymond Chandler más allá del thriller

- Adrián Medina Liberty - Saturday, 31 Jul 2021 19:13 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Raymond Chandler (1888-1959) elevó la novela policíaca al nivel de literatura seria, atenta a las sutilezas del lenguaje, la complejidad de los personajes y su entorno social, y a los distintos planos de la trama, aspectos que en su obra van más allá de averiguar quién había cometido el crimen. Fue el creador del detective Philip Marlowe, figura protagónica que, se afirma aquí, se convirtió en el modelo a seguir para las novelas posteriores del género.

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No escribía sobre el crimen o sobre la detección… Escribía acerca de la corrupción del espíritu humano.

George V. Higgins

Hace 133 años y dos días, el 23 de julio de 1888, nació Raymond Chandler, creador del emblemático detective Philip Marlowe, personaje que inspiró innumerables e imperfectos epígonos que se multiplicaron en una literatura fácil y de precaria calidad. Irónicamente, tanto Chandler como Dashiell Hammett, los indudables puntales de la llamada novela negra o hard-boiled por su sobrenombre en inglés, se forjaron como escritores en las páginas de revistas de mediocre calidad ‒conocidas pulp magazines por el color amarillento de su papel‒, como la icónica Black Mask.

Raymond Chandler se inició como escritor tardíamente cuando se acercaba a los cincuenta y casi como resultado de su despido como ejecutivo de una empresa petrolera. Su alcoholismo propició dicho fracaso laboral pero también abrió la puerta a una productiva carrera literaria. Aunque nació en Chicago, parte de su infancia transcurrió en una pequeña ciudad de Nebraska. Su formación escolar la obtuvo en instituciones privadas de la Inglaterra eduardiana. En el colegio de Dulwich y en Harrow recibió una sólida formación clásica, de la que siempre se sentiría orgulloso. Al egresar de ambas escuelas inició un largo viaje por Europa, particularmente por Alemania y Francia, donde logró dominar el alemán y el francés.

Siempre atento a las peculiaridades de las culturas estadunidense e inglesa, Chandler nunca sintió su pertenencia a ninguna y en sus últimos años se describió a sí mismo como “un hombre sin hogar” (a man with no home).

Con el inició de la primera guerra mundial, Chandler se enlistó en el Canadian Gordon Highlanders y fue destacado en Francia. Pronto ascendió a comandante de pelotón y tuvo su primera experiencia sobre los sinsabores de la muerte. Tiempo después, le comentaría lo siguiente a uno de sus editores: “Una vez que has dirigido a un pelotón directo hacia el fuego de una ametralladora, nada puede volver a ser lo mismo.”

Después de la guerra regresó a los Estados Unidos y escogió el sur de California para vivir. Fue aquí donde comenzó a forjar la imagen de Los Ángeles como una ciudad donde coexisten el asesinato, la corrupción política y policíaca, el chantaje y la ambición, con la lealtad, la amistad, el amor y el afán de justicia. Para decirlo pronto, convirtió a Los Ángeles de los años treinta y cuarenta en un espacio casi mítico. Muy pronto, Hollywood se encargaría de fortalecer esta imagen contradictoria pero nostálgica con las numerosas adaptaciones al cine de su personaje central, Phillip Marlowe.

Un hombre vacío en una sociedad insensible

Aunque hubo otros escritores, como Carroll John Daly, que perfilaron una nueva novela policíaca, alejada de los herméticos espacios trabajados extensamente por Agatha Christie, por mencionar a la más visible de una larga cohorte de amantes del asesinato como acertijo, fueron Hammett y Chandler quienes incuestionablemente elevaron a la novela policíaca al nivel de buena literatura, sin referencia a su género y sin menoscabo de su calidad por la temática. Chandler se consideraba un escritor serio y cuidadoso del uso del lenguaje. Con la excepción de Hammett, pensaba que el resto de sus contemporáneos trabajaban con descuido sus novelas criminales, recurriendo a un lenguaje fácil y sin resonancias estilísticas. A James M. Cain, Eugene O’Neill e incluso Ernest Hemingway, por mencionar tres casos, los pensaba como escritores perezosos sin la debida atención por el empleo del lenguaje. En Adiós, muñeca, un policía le pregunta a Marlowe quién es ese Hemingway; “es un tipo ‒contesta‒, que se la pasa diciendo lo mismo una y otra vez hasta que uno termina creyendo que debe de ser bueno”. Opinión que el propio Chandler externó en varias ocasiones con sus editores.

Chandler sacó los crímenes de los salones de té y de las mansiones victorianas y los colocó en la despiadada realidad de las calles. No le interesaba el crimen como fórmula para descubrir al asesino con un melodramático final sino la trama social que concatenaba eventos de diversa índole para provocar que un ser humano le quitara la vida a otro. En El largo adiós, quizá su novela más lograda, Philip Marlowe comenta que “nadie que tenga cientos de millones de dólares puede estar limpio. En alguna parte del proceso las personas son lanzadas contra la pared, los pequeños negocios son sacados del juego. Personas decentes pierden sus empleos. Una fortuna es un poder grande y es poder que puede ser empleado de manera errónea. Así es el sistema”.

Philip Marlowe es la quintaesencia del caballero errante, idealista, perspicaz y noble. Ante todo, es solitario y se autorreconoce como invisible frente a una sociedad sorda e insensible. Hacia la parte final de La hermana pequeña, Marlowe reflexiona con acritud sobre sí mismo: “Soy un hombre vacío. No tengo rostro, sin personalidad, apenas con un nombre. Soy la arrugada página de ayer del calendario y lanzada al bote de basura.”

Marlowe es un hombre con principios. A pesar de su apariencia dura y su frecuente cinismo, siempre sigue un código de honor propio de caballeros que observa y resguarda contra un mundo corrupto y vicioso. Como en círculos concéntricos, invariablemente Marlowe afronta un crimen sólo como el centro de una compleja trama que hilvana a personajes y acciones en diferentes niveles sociales que culminan en asesinatos. En su primera novela, El sueño eterno, los eventos se tejen de una manera tan compleja que, cuando Howard Hawks se dio a la tarea de filmarla, se encontró ante un enigma. Le encargó nada menos que a William Faulkner la elaboración del guión y, cuando éste leyó la novela, no entendió quién había matado al chofer, así que se comunicó con Chandler para indagar al respecto, pero su respuesta sólo incrementó el misterio: “Yo tampoco lo sé.”

La esperanza agazapada

Raymond Chandler fue el autor más lirico de su tiempo; ni siquiera Hammett logró una prosa tan cuidada y precisa. La prosa de Chandler es rica y sus diálogos son agudos, sin caer en descripciones ampulosas o impertinentes. Su empleo de metáforas, hipérboles y símiles permiten resaltar el carácter o las peculiaridades de los personajes y, al mismo tiempo, les otorga realismo, los torna de carne y hueso. Tres ejemplos del estilo chandleriano que lo separaron de sus contemporáneos lo podemos constatar en La venta alta: “A nueve metros de distancia, ella se veía como una mujer con mucha clase, a tres metros parecía alguien que debía ser vista a nueve metros”; en El sueño eterno: “Los hombres muertos son más pesados que los corazones rotos” y en Adiós, muñeca: “Necesitaba un trago, necesitaba un considerable seguro de vida, necesitaba unas vacaciones, necesitaba un hogar en el campo. Lo que tenía era un saco, un sombrero y una pistola. Me los puse y salí de la habitación.” Son innumerables las muestras de frases que destilan una actitud cínica y sombría pero también las hay de una esperanza agazapada y de un deseo de ser reconocido como alguien leal y honesto.

En vida, Chandler siempre fue más reconocido en Inglaterra que en Estados Unidos. En En Inglaterra soy un autor, le comentaría al editor Paul Brooks: “en los Estados Unidos sólo soy un escritor de novelas de misterio”. Tras su muerte, en 1959, no hubo ningún evento para honrarlo como los hubo para Ernest Hemingway, en 1961, o para William Faulkner, en 1962; sin embargo, gradualmente la crítica lo fue redescubriendo de manera positiva, se publicaron estudios y varias biografías, siendo las de Frank MacShane y la de Tom Hiney las más exhaustivas y significativas. Muchas universidades incluyeron el análisis de sus obras como parte de sus cursos y la corona de su reevaluación fue la inclusión de su obra completa en la prestigiada colección Library of America, que lo ubicó en la cercana y grata compañía de William Frost, Henry James y William Faulkner.

 

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