Federico Campbell: volver siempre a Tijuana
- Vicente Alfonso - Sunday, 15 Aug 2021 07:49



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¿Qué habría ocurrido si Federico Campbell se hubiese quedado en Tijuana?, preguntó la poeta Elizabeth Villa durante una mesa redonda celebrada en el CEART por el octogésimo aniversario del nacimiento del escritor. Como ella misma señaló, la cuestión ha desvelado a más de uno. Lo prueba el cuento de Luis Humberto Crosthwaite titulado “Si por equis razón Federico Campbell se hubiera quedado en Tijuana”.
El propio Campbell se lo planteó muchas veces. La vuelta al terruño le obsesionaba: “Basta escribir sobre el tema clásico del regreso a casa, como el del hijo pródigo, para sentir que ya, inevitablemente, se está haciendo literatura”, escribió hace quince años. Aunque no se quedó, Tijuana fue siempre más que un escenario para su literatura. Era una esencia, una forma de estar en el mundo: “Cada quien se proyecta en Tijuana y ve lo que su propio mundo subjetivo le permite percibir y reconstruir por escrito.” Quizá por eso, porque visitar la urbe fronteriza era una forma de reconstruirse, volvía cada vez que tenía oportunidad.
Federico dejó Tijuana a los dieciséis años para cursar la preparatoria en Sonora. Se mudaría muchas veces, trazando círculos cada vez más amplios que, no obstante, tenían a Tijuana como centro: Ciudad de México, Hartford, Washington, Barcelona... De los años en Hermosillo conservaría el hábito de buscar en los diarios noticias de su tierra. Algunas hallaban sitio en sus cuentos y novelas. De Pretexta a La clave Morse, de los cuentos de Tijuanenses a los ensayos de La hora del lobo, la urbe fronteriza late en su obra. No es de extrañar, entonces, que Tijuana fuese la última ciudad que Campbell visitara.
Desde el pasado 1 de julio de 2021, Río Bravo, la calle donde Campbell nació, lleva su nombre. El cambio se debe a una iniciativa presentada al Ayuntamiento por la alcaldesa de Tijuana, Patricia Ruiz Macfarland, por el secretario de Cultura de Baja California, Pedro Ochoa, y por un nutrido grupo de escritores que incluye a Juan Villoro, Elena Poniatowska, David Huerta, Margo Glantz, además de plumas esenciales de Baja California como Víctor Soto Ferrel, Ruth Vargas, Eduardo Hurtado, Leobardo Sarabia, Elizabeth Villa y Gabriel Trujillo Muñoz. Por supuesto, fue decisivo el apoyo de Carmen Gaitán, editora y especialista en arte, quien fue esposa y cómplice de Campbell desde el 4 de octubre de 1986.
Las celebraciones por las ocho décadas del autor de Pretexta incluyeron un recital de música de cámara, mesas redondas, lecturas y la develación de una placa conmemorativa en el número 10051 de la calle que hoy tiene su nombre. Se trata de un sitio clave en la memoria familiar, pues Campbell y sus hermanas –Sarina y Silvia– pasaron su infancia en esa casa. Fotos de época muestran la modesta vivienda con techo de dos aguas, construida por el padre de los Campbell Quiroz hacia 1940. Oriundo de Magdalena de Kino, Sonora, telegrafista de oficio, el hombre había llegado poco antes a Tijuana atraído por la oferta de trabajo que generaba la construcción de la presa Abelardo l. Rodríguez. En el norte del país se decía que en Tijuana los dólares se barrían con escoba. El telegrafista llegó llamado por esa leyenda, sin saber que con el tiempo su hijo convertiría Tijuana en un lugar legendario.
Es significativo que el logotipo creado para festejar los ochenta años de Campbell sea una máquina de escribir, pues tales artefactos están ligados a la memoria familiar. “Era un hombre de máquina de escribir, no de pluma”, dice el escritor sobre su padre en La clave Morse, novela que inicia con un episodio de su infancia: la ocasión en que el telegrafista renunció repentinamente luego de casi treinta años de servicio. Tras meses sin conseguir otro trabajo, un día sale de casa cargando una máquina Smith Corona. Afuera del telégrafo, en una mesita, abre un escritorio público donde redacta, por unas monedas, cartas y telegramas para quienes lo necesitan. “No sé si alguna vez imaginó que la vieja máquina negra le daría de comer”, dice Campbell en esa magistral novela.
Campbell, el memorioso
En otro entrañable recuerdo, el joven Federico recibe de su madre una Olivetti portátil el día en que va a salir de Tijuana para hacerse un lugar en el mundo. En esa máquina habría de escribir buena parte de una obra que comprende cuatro novelas, decenas de cuentos, cinco volúmenes de ensayo, dos de entrevistas, un diario literario, un manual de periodismo, y cientos de reportajes y notas periodísticas. “En esa máquina he escrito todos mis libros. El mensaje, en el fondo (lo interpreté años después), era que el regalarme la máquina de escribir equivalía a decirme, bueno, está bien que tú seas lo que tú quieras ser, allá tú, adelante”, escribió en un ensayo titulado, claro, “La máquina de escribir”. Así, Campbell aprendió de su padre la economía y la velocidad en el uso de la palabra, y de su madre heredó el instrumento para trabajar con el idioma.
La memoria es un ingrediente central en la obra de Campbell. Lo acusan los títulos de tres de sus libros más emblemáticos: Padre y memoria, La memoria de Sciascia y La ficción de la memoria. Si bien sus ensayos y novelas bordan una amplia constelación de temas (el crimen, la relación con el padre, la identidad, el poder), es imposible abordar esos tópicos sin hablar de la memoria.
¿Qué habría ocurrido si mi maestro se hubiera quedado en Tijuana? Cómo saberlo. Lo que sí sé es que soñó siempre con el regreso a casa. No en vano solía citar estos versos de Constantino Cavafis: “No hay tierra nueva, amigo mío, ni nuevo mar, pues la ciudad te seguirá. Por sus mismas calles andarás interminablemente.”.