Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 15 Aug 2021 10:11 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Historia

 

A Omar García y Alina Duarte

Los anuncios navideños alegran el anochecer cenizo de Montgomery Alabama el primero de diciembre de 1955. Los fanales aparecen al fondo de la avenida grabando dos puntas de alfiler en las pupilas de una costurera que trabaja en la tienda departamental Wards. El letrero le confirma que es su autobús pero tras el resoplido de la puerta abatible su gusto se vuelve sobresalto. Quien conduce es James F. Blake, blanco cuarentón un par de años mayor que ella, el mismo que en 1943 la bajara por la fuerza porque ella no quiso pasar hacia atrás, donde no cabía una aguja. Ahora paga, baja, asciende por la puerta trasera y, debido al arrancón, se despatarra en un asiento de en medio. Los colores amarillo lima en la parte del frente y blanco percudido en la de atrás concuerdan con el interior del vehículo y con el reglamento del transporte colectivo, de manera que al ver que un joven blanco viaja de pie Blake exige que los tres negros sentados en la parte media se levanten. Los hombres obedecen, ella no. Ella es Rosa Parks, quien en 1940 ingresó con Raymond su esposo a un comité local de lucha por los derechos electorales de los negros y en 1950 reforzó su activismo por el progreso y las libertades de la gente de color.

–¿Qué te pasa, negra? –Blake no la ha reconocido, ¿a cuántas habrá bajado en doce años? –Deja ese asiento, es la ley.

–Esa ley donde quiera me arrincona, ya estoy cansada.

El resto lo conocemos o lo podemos conocer con sólo googlear las palabras racismo, segregación, derechos civiles, Martin Luther King Jr… Lo sobresaliente del gesto de Rosa Parks es que no quedó ahí ni fue un rayo en cielo sereno. Meses antes, el 2 de marzo del mismo ’55 y en la misma ciudad, la quinceañera Claudette Colvin y tres amigas salieron de la secundaria y abordaron un autobús como el de James Blake, marca Aerocoach o Flxible. Hallaron lugar atrás, pero el conductor les exigió que se levantaran porque adelante viajaba de pie una mujer blanca. Las compañeras de Claudette obedecieron. Ella se arrimó a la ventanilla y siguió sentada. En el crucero siguiente el chofer la denunció y los patrulleros la esposaron sin más trámite. Claudette se sintió aterrorizada, su rabia se había esfumado dejándola sola con su impotencia y, después, con el pánico de estar en una celda para adultas.

Recuerda: Me iba a parar cuando sentí que Harriet Tubman y Sojourner Truth, cuyas historias aprendí en clase, me apretaban los hombros para que siguiera sentada.

Harriet Tubman nació esclava en Maryland en 1820 y consagró su portentosa vida a liberar a hermanos de sangre y color. En 1826 Sojourner Truth también renegó de su condición y nombre de esclava, Isabella Bell Baumfree, huyó de Nueva York con una recién nacida y luego regresó a litigar por su otro hijo convirtiéndose en la primera negra en ganar un juicio a un blanco. Amén de su formación, las propias experiencias de la quinceañera Claudette condicionaron su gesto, un gesto menos espontáneo y sorpresivo de lo que parece y que, como el desplante de Rosa Parks, sólo continuó los de Irene Morgan e Ida b. Wells.

La mañana del domingo 16 de julio de 1944, Irene Morgan de veintisiete años viajaba en Greyhound del condado de Gloucester, Virginia, a la ciudad de Baltimore para ver al doctor. Compartía asiento con otra mujer negra que acató la orden de ceder su lugar a una pareja de blancos, Irene en cambio no sólo se negó sino que agredió a un alguacil y al policía que la detuvo. Con tal de que un hombre blanco viajara sentado, en mayo de 1884 el maquinista de un tren Memphis-Nashville embutió en un vagón repleto a la periodista Ida B. Wells, entonces de veintidós años, aun cuando ella tenía boleto de primera clase. Ida demandó con éxito a la compañía ferrocarrilera y ese fue el principio de una vida de riesgos entregada a luchar por el sufragio femenino y contra la segregación racial.

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