Cinexcusas
- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 05 Sep 2021 07:56



Debido a innumerables causas que van desde la insuficiencia hasta la distorsión –lo primero en sistemas y contenidos educativos de todos los niveles, lo segundo en la cooptación de espacios difusivos por ciertos grupos de intereses económico-político-intelectuales–, para un enorme sector de la población la historia de México se reduce a tres o cuatro, cuando mucho cinco hitos o piedras angulares: la fundación de México-Tenochtitlan, su caída en manos de la Conquista española, la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Peor aún, en la mayoría de los casos esos fenómenos colectivos han quedado reducidos a su mínima expresión, muchas veces sólo iconográfica, sin mayor texto ni contexto que el correspondiente a las clásicas estampitas de otros tiempos, detrás de las cuales –como de las “monografías” temáticas– quién sabe quién pergeñaba unas líneas de contenido y redacción apresurados e insuficientes. De ese modo, la fundación del imperio azteca se reduce a un águila devorando a una serpiente; la Conquista, a poco más que las figuras de Moctezuma y Cortés; la Independencia, a los bustos de Hidalgo, Morelos y acaso Vicente Guerrero; la Reforma, a Benito Juárez y su apotegma de los individuos y las naciones, y finalmente la Revolución a los rostros de Madero, Villa, Zapata, Carranza y pare usted de contar.
Posiblemente el siglo XIX mexicano sea el período peor y más escasamente difundido a gran escala; no historiado, pues la bibliografía, la hemerografía y hasta la iconografía son abundantísimas, a pesar de lo cual los nombres, pero sobre todo las acciones y el legado de los gigantes decimonónicos mexicanos le han pasado de noche a una generación tras otra, para las cuales Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez el Nigromante, Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Vicente Riva Palacio y muchos más, sólo les suenan a nomenclatura urbana.
Es preciso insistir: a la distorsión por insuficiencia se suma la originada en la convención histórica –un ejemplo inmejorable es el relegamiento de Prieto y el Nigromante en favor de Juárez y Lerdo de Tejada–, y a ésta se agrega el encumbramiento, desde hace por lo menos tres décadas, de grupos intelectuales que avalaron, con su discurso, las posturas políticas de los poderosos en turno.
Revolución, Reforma e Imperio
Ese es el contexto en el que hace tres años se produjo y hace dos se estrenó el documental Patria (México, 2019), cinematográficamente dirigido por Matías Gueilburt pero, en lo que corresponde al contenido, atribuible ciento por ciento a Paco Ignacio Taibo II –el actual titular del Fondo de Cultura Económica–, a partir de la trilogía homónima de su autoría, en la que hace un relato ampliamente documentado, prolijo en detalles, tan lejos como es posible de hieratismos y solemnidades, de los tres lustros que, en la segunda mitad del siglo XIX, no sólo son parte insoslayable de la historia de este país sino, de manera definitiva, significaron su preservación, su conceptualización y su posibilidad de futuro. Desde 1854 hasta 1867, es decir desde la Revolución de Ayutla hasta la caída del llamado imperio de Maximiliano de Habsburgo, en Patria, el documental, Taibo II literalmente va de un punto a otro, de manera geográfica y verbal, contando la Historia; vale decir, contándola desde una perspectiva que al mismo tiempo la recupera, la amplía, la revalora y la reinterpreta, con el propósito claro de volverla accesible al gran público sin pérdida de matices, anécdotas y detalles, despojándola así del aire lejano y la distancia que, entre el pueblo raso y sus orígenes, han instalado lo mismo académicos tiesos que intelectualoides infatuados que políticos convenencieros.
Auténtica delicia para cualquiera que desee asomarse al más fascinante de los períodos de un país abundante en riqueza histórica, cultural e intelectual, el documenta Patria merece una difusión más grande aún de la que permite la plataforma Netflix, donde se encuentra disponible.