Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
12.jpg

Memoria con fundamento

'La ciudad que ya no existe', Carlos Villasana, Planeta, México, 2021.
Xavier Guzmán Urbiola

 

En la solapa de este libro se lee que el coleccionista de las imágenes aquí contenidas, Carlos Villasana, es “investigador iconográfico”, y que ha reunido postales y fotos de Ciudad de México desde hace años. En su Presentación, declara que las ha localizado en “cajitas de chácharas de algún tianguis” y así ha formado su archivo. Ahí escribe que agrupó, auxiliado por María José Cortés y Alejandro Rosas, entre otros, las “más entrañables”, las “que tienen algo”, pues “todo en ellas nos sacude”. Entre la nostalgia y la apelación a la memoria, su aspiración es compartir ese interés como se pasea por esta cambiante ciudad, conversando con quienes se sientan identificados y acepten “disfrutarlas”.

La nostalgia es la tristeza causada por la privación del lugar de origen o la desaparición de un amigo. Son pérdidas que dejan una orfandad. Se puede añorar el terruño si se tiene posibilidad de volver pero, si es imposible, quizá sería mejor no alimentar esa frustración. Con un amigo ausente la situación es más extrema y dolorosa. La nostalgia tiende a la fantasía, pues con base en la evocación idealiza el recuerdo. La nostalgia está cargada de emotividad y es soñadora. Una ciudad a la que se extraña, porque cambió, estaría en un espacio inalcanzable cercano al país dejado atrás o al amigo muerto; de hecho es ambas cosas, porque una ciudad nos da identidad y cobijo. Entonces, la nostalgia no sirve en este caso para mucho, o sirve para objetivos específicos distintos.

La memoria, aunque también selectiva, es diferente. La memoria se ejercita, es una gimnasia que mantiene activo el cerebro. Es además una recordación de hechos fundamentados, esto es, para entenderlos y dotar de sentido a los simples datos. Si se hace la memoria de una ciudad puede leerse en sus cicatrices la belleza imperfecta de su devenir. En Las ciudades invisibles, Italo Calvino imaginó a Marco Polo describir la ciudad de Zaira, esa entrañable urbe que hubiese sido inútil revelar “por los arcos de sus soportales, las chapas de zinc en sus techos, o sus altos bastiones”, porque más bien estaba hecha de “las relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado”. La memoria de las ciudades pareciera que es práctica; sirve más, o para otra cosa, pues al discernir, explica y, del pasado usa información que le da coherencia a su aspecto actual.

Las fotografías “más entrañables”, las “que tienen algo”, pues “todo en ellas nos sacude” (en La cámara lúcida, Roland Barthes decía que tienen “punctum”) y que en este libro es posible admirar, son las que ponen el acento en la memoria. Suman cerca de cien y están fechadas entre 1900 y 1980. Abre la selección el interior de un departamento desde el cual, en primer plano, vemos a un niño que posa y a la vez observa su espacio cotidiano, cuyo paisaje tiene al Cine Lido como telón de fondo; es la reconstrucción de toda una época, además de proveer un ángulo del edificio que todos sus vecinos vimos siempre desde otro encuadre; es como la foto de frente o de perfil que finalmente logramos reunir. Las imágenes del Monumento a la Madre y su antecedente espacial, el largo parque donde se encuentra, es así porque ocupó los patios de La Estación Colonia del ferrocarril. La foto de La Colegiata, antes de la recimentación que hiciera el ingeniero Manuel González Flores para conjurar su ruina, tiene el valor de un diagnóstico médico previo a la operación. La Librería de Cristal en las pérgolas de la Alameda, al desaparecer da una pista sobre el trazo de la arboleda. Por cierto, no justifico, pero sí existió una razón para su demolición y es que ahí se debió ubicar una lumbrera cuando se hizo impostergable la construcción del Drenaje Profundo.

Más que nostalgias ancladas en añoranzas perdidas, hacen falta memorias fundamentadas que, como este libro, ayuden a entender el presente, siempre cambiante.

Versión PDF