1925-2021 Rosita Quintana 'carne, demonio y humor'

- Rafael Aviña - Sunday, 12 Sep 2021 07:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En un sencillo y preciso homenaje a la recientemente desaparecida Trinidad Rosa Quintana Muñoz (1925-2021), actriz nacida en Argentina y muy activa en nuestro país desde la segunda mitad del no tan lejano siglo pasado, aquí se repasa y se comenta con tino y calidez su larga filmografía.

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Se dice que, en una gira por Sudamérica, el Charro cantor Jorge Negrete se impactó con la presencia de la joven argentina Trinidad Rosa Quintana Muñoz (16/VII/1925-23/VIII/2021), a quien invita a trabajar a nuestro país. Ya como Rosita Quintana, debuta en el cabaret El Patio en aquel 1947 y, pocos meses después, aparece en un papel secundario en La santa del barrio, protagonizada por Esther Fernández y dirigida por Chano Urueta en enero de 1948, año en el que participa en ocho películas, entre las que destaca ¡Ay Palillo, no te rajes!, para lucimiento del feroz comediante Jesús Martínez Palillo y, sobre todo, Calabacitas tiernas ¡Ay qué bonitas piernas!, con la que Germán Valdés Tin Tan iniciaba su mancuerna con el realizador Gilberto Martínez Solares.

Desde su primera aparición con uniforme de trabajadora doméstica en una mansión de Las Lomas, Quintana deja turulato al cómico, cuando éste observa sus pantorrillas; de ahí el subtítulo ¡Ay qué bonitas piernas! y, en honor a la verdad, pocas veces el cine mexicano tuvo la fortuna de contar con ese bellísimo par de extremidades inferiores que causarían furor en filmes subsecuentes como en Susana, carne y demonio (1950), de Luis Buñuel.

Por supuesto, Rosita Quintana era mucho más que un par de hermosas piernas: se trataba de una jovencita cálida, agradable, sensual, de bello rostro, con talento para el canto y gracia natural para componer cualquier tipo de papeles: ya sea la joven inocente de barrio bajo o de pueblo, la chica adinerada y altiva, o la muchacha que enloquece de deseo a los hombres, según el catálogo de ese cine mexicano de la época de oro, hoy tan burdamente vilipendiado fuera de contexto.

Rosita y el pachuco

La química entre Germán y Rosita fue evidente desde las primeras escenas, como aquellas donde ella lo rechaza y cachetea: “Qué diantre de gata angoriana, persiana...” le dice aquél, por ejemplo. Aunque nada comparado con las miradas acompañadas de gestos de amor que ella le prodiga luego de una trifulca entre las artistas que se disputan la atención de Tin Tan, al tiempo que ella interpreta el tango de Gabriel Ruiz “Ya no vuelvas”. Al final, cuando el cómico es encarcelado, Quintana le dice “mi rey” y ambos se besan a través de los barrotes de la prisión.

Ambos aparecerían en otro par de divertidos filmes: en Yo soy charro de levita (1949), Rosita encarna a una pueblerina empistolada y él, a un artista de carpa capitalino romántico y ladino que se entusiasma con esa hembra bravía. En una curiosa escena, varias jovencitas, todas ellas con pantalones, miran con recelo a Tin Tan y a la provincianita Quintana, y una de ellas, molesta y celosa, comenta: “mira a ese diablo de trompudo qué buen mango se agarró”. Al final, cuando Tin Tan cree agonizar, Quintana le dice: “No me dejes, pachuco, no te mueras, pachuco”, preámbulo de un largo y acalorado beso, como sucede en No me defiendas compadre (1949), en la que Germán comenta que Quintana “hace el amor como las mulas… a patadas”.

Armado con una pistolita de agua, Tin Tan enfrenta a villanos pueblerinos como Arturo Martínez y Julio Villarreal, y al chamaco majadero Ismael Pérez Poncianito, que le aclara a su tía, encarnada por Quintana: “No te dije que este cirquero era puro payaso” en Yo soy charro de levita, donde Germán parodia a Jorge Negrete y los dramas rurales de Emilio Fernández. Y en No me defiendas compadre, Tin Tan da el salto al cuadrilátero para enfrentarse con Wolf Ruvinskis y se enamora de la joven ingenua que encarna Rosita, en un filme en el que aparecen dos bellezas más: Leticia Palma en un brevísimo papel, y la exótica desnudista de origen estadunidense Turanda…

El Gallo Giro de pareja

En 1949, Raúl de Anda dirige Dos gallos de pelea, con Luis Aguilar y Rosita Quintana. Aquel mostraba sus dotes de macho cantor en esta curiosa comedia en la que él y su primo (Dagoberto Rodríguez) se dedican a la parranda junto con sus sirvientes (Fernando Soto Mantequilla y Armando Soto La Marina el Chicote), hasta que quedan impresionados por la belleza de una profesora brasileña (la guapa Quintana con anteojos de intelectual) que anda en busca de un insecto que puede servir para contrarrestar una plaga en su tierra. Cadáveres, serenatas, supuestas ánimas y semidesnudos de la heroína (su ropa se la lleva el río mientras se baña y tiene que utilizar por ello la camisa del bragado Gallo giro), para darle un toque erótico y lucir el torso desnudo de Aguilar y las piernas de Quintana.

Más interesante resulta Tú, sólo tú (1949), de Miguel M. Delgado, también con Quintana y Aguilar, quien abandona su universo campirano y se va en busca de su novia a la capital y llega al hotel El Pradito y luego se degrada en los cabarets de la urbe alemanista y en El Zarape se topa con su novia Paloma, convertida en cabaretera (Quintana con cabellera negra) y luego de borracheras y pleitos se enamora de Marta, una riquilla que interpreta la misma Rosita de rubia, que vive en las Lomas, lugar adonde llega a caballo el héroe para enseñarle a montar. “Mira nomás cómo me la fui a encontrar, mascando chicle…”, comenta ahogado en alcohol Luis Aguilar con sus tremendas cejas de azotador en una cantina, mientras entona “Tú, sólo tú”, de Felipe Valdés Leal, y atrás se observa publicidad de Orange Crush y Royal Crown Cola…

El demonio de la carne

Mala hembra (Miguel M. Delgado, 1950), protagonizada por Rosita Quintana y producida por su marido Sergio Kogan, a quien conoció en 1948, fue un drama excesivo y truculento con elementos de suspenso y psicoanálisis para lucimiento de la bella estrella y cuya publicidad la promocionaba así: “Su capricho era ley y su deseo el hombre.” Todo resulta desmedido y a la vez divertido, como la canción tema “Miseria”, compuesta por Miguel Ángel Valladares con algunas imágenes muy impactantes a cargo del maestro Víctor Herrera. Quintana huye de su padrastro, un ferrocarrilero alcohólico que la acosa y, en apariencia, ha abusado de ella, quien llega a la ciudad hambrienta y sin dinero y, de a poco, triunfa en un cabaret como cantante.

Sin embargo, nada comparado con la impactante Susana, carne y demonio (1950), de Buñuel, producida por Kogan con argumento de Jaime Salvador y Rodolfo Usigli. Rosita es una joven rebelde que huye de un reformatorio en una secuencia freudiana y delirante que sucede bajo una lluvia torrencial, cuando logra salir de una mazmorra repleta de arañas y murciélagos. Encarna la frialdad, la soberbia, el deseo carnal y el apetito sexual liberado. Bajo el inquietante subtítulo de Carne y demonio, el filme es otro ejemplo de Luis Buñuel por insistir en los resortes del deseo erótico y del humor subversivo. Quintana es una hembra perversa con cara de ángel que trastorna una hacienda idílica, provocando un ansia feroz en todos los personajes masculinos: el dueño, interpretado por el siempre notable Fernando Soler, su hijo, el joven Luis López Somoza, y el caballerango Víctor Manuel Mendoza, a quienes doblega a sus pies en un relato con un final en apariencia feliz que delata la doble moral y la hipocresía de la sociedad mexicana.

Retiro, retorno y Ariel de Oro

En Y mañana serán mujeres (Alejandro Galindo, 1954), un grupo de jovencitas desatendidas por sus padres y con su virginidad en juego, coinciden en la historia de una retraída y solitaria profesora solterona (Quintana), que sirve de acompañante de unas adolescentes hijas de matrimonios frívolos y millonarios que se deshacían de ellas por un rato, enviándolas a una finca en el campo. Ahí encuentra el amor verdadero en la figura del decente y entusiasta médico e investigador que interpreta Roberto Cañedo, al que desea también una de las chicas. Rosita dice frases como: “hay que guardarnos para un solo hombre”, en un relato en el que debutaba la hermosa Sonia Furió.

Ese mismo año de 1954 protagoniza, al lado de Pedro Infante y Joaquín Pardavé, El mil amores, de Rogelio A. González. Quintana tiene una hija, Patricia (Martha Alicia Rivas), que estudia en un colegio de señoritas donde creen que está casada con un marinero y hace pasar a Bibiano (Infante), como su marido al verse en aprietos y la joven lo cree su padre, quien en realidad está comprometido con la interesada Lilia Durán. Rosita luce hermosa y Pedro canta “Contigo en la distancia”, “El mil amores” y “Muñeco de cuerda”.

A El mil amores seguirían varias cintas de fórmula, donde la actriz interpreta personajes melodramáticos o el arquetipo de machorra de la época, como en Serenata en México (1955), Me gustan valentones, Siempre estaré contigo/Concierto de amor, Carabina 30-30, Mi niño, mi caballo y yo –todas de 1958.

Destaca El hambre nuestra de cada día (Rogelio A. González, 1959), excesivo drama social con Quintana como empobrecida corista que, por necesidad, se hace amante del violento acaparador de semillas Pedro Armendáriz, hasta que conoce al joven y noble médico Ignacio López Tarso, quien le propone matrimonio y le explica las contradicciones económicas de la cotidianidad nacional. Poco después del rodaje de Paloma Brava (1960), que producía su marido Sergio Kogan, ocurriría una tragedia automovilística donde éste fallecería. Quintana, que lo acompañaba, entró en coma por algunos días; logró salir, pero abandonaría su carrera cinematográfica para hacerse cargo de sus pequeños hijos, Sergio y Paloma, para regresar en 1975 con El compadre más padre y en cintas como El hombre de la mandolina, Coqueta o Club Eutanasia.

Por fortuna, la bella Rosita Quintana recibió en vida un homenaje al obtener el Ariel de Oro en 2016. Descanse en paz.

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