La perspicacia del inge
- Héctor Perea - Sunday, 12 Sep 2021 07:17



Y entonces Susana tomó la palabra y aseguró: nada, nada: el huauzontle no es un quintonil. A lo que Silvia respondió, mientras acercaba la sal a Sergio: pues sí que lo es; como la flor de calabaza y el epazote. Pues yo lo aseguro, afirmó Sanjuana con el brazo extendido para tomar una rebanada de baguette: lo googleamos y basta de tonterías. Para entonces Soraya había apuntado el dedo hacia Susana y, en claro compromiso de alumna, dijo: pues yo me adhiero a lo afirmado por la maestra, que lo anticipó hace varias semanas en su clase de cultivos originarios: no es un quintonil, pues no tiene las hojas tiernas. Para entonces, con cara despistada y los rizos blancos sobre el rostro y las orejas, el inge irrumpió en la plática y con voz ronca y seguridad técnica y científica, aseguró: ¡pero si el huauzontle es una planta silvestre de la milpa, así que sí que lo es: un quintonil con todas las de la ley! Y entre el barullo de la discusión antes política convertida en botánica y el chopeo en la sopa de calabacitas tiernas casi por terminar alguien, quién sabe quién, uno nuevo de seguro, puso los puntos sobre las íes al recordar en voz alta que una cuata le había asegurado quién sabe dónde y ni recordaba por qué que el huauzontle era pariente del amaranto… lo que provocó un silencio inesperado, embarazoso, mientras Sanjuana afinaba la búsqueda en el Google, en un sentido y en otro; leía aproximaciones, aseveraciones en una y otra página web; rectificaba la estructura y el sentido de las frases, cambiaba el orden de las palabras en una pantalla tremulante, bajo la presión de los veinte ojos invitados, ya enrojecidos de tanta hierba, ávidos de certeza y precisión. Los términos quintonil, cacao, chinampa, Xochimilco, ocote, quelite, verdolaga, chaya, pápalo, xocoquilit, xocoyoli, ixtiotol circularon entre los comensales, encantados con los sonidos suaves, sensuales, sugestivos, susurrantes del momento. Atardecía al llegar, por fin, el segundo tiempo: el blanquette de veau. Para esto, al caer la noche y llegar el fondant de chocolate, Salomone Gian Luigi di Sardegna, además de para comerse su ración de postre, no paraba de abrir la boca asombrado por su incapacidad de pronunciar el nombre de las hierbas de la milpa y, de hecho, de la casi totalidad de los letreros vistos de reojo por las calles, avenidas y plazas con los nombres de volcanes y tlatoanis, guerreros y dioses mexicas; de pájaros, insectos, fieras y alimañas del zoológico de Moctezuma que habían cruzado frente a sus ojos o surgido de la plática con el taxista durante el trayecto en Uber desde la plancha del Zócalo hasta la calle de Tepeximilpa, en pleno corazón de Tlalpan, donde el inge festejaba su cumpleaños rodeado de amigos, chapulines y ahuejotes. Bajo la sombra de un ocote monumental.