Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 12 Sep 2021 07:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Cartas marcadas

 

El checo Josef Skvorecky usa la ironía, se usa sin piedad a sí mismo y usa el concepto estalinista de la función social del escritor para poner título a su novela El ingeniero de almas, publicada en 1977, a nueve años de la “invasión fraternal” del ejército soviético a Checoslovaquia que lo arrojó al exilio y a sólo dos de que también se exiliara su colega y compatriota Milan Kundera. En siete capítulos, El ingeniero de almas despliega con gran angular y microscopio tres momentos de la vida checa, durante la ocupación nazi, bajo el totalitarismo llamado socialista y en el exilio desde donde narra la historia Daniel Smiricky, novelista que da cátedra de literatura gringa en una universidad de Toronto. Skvorecky-Smiricky ofrece en seiscientas páginas, con la estructura de observador astronómico metido a recontar galaxias, nubes y hoyos negros, prácticamente lo mismo que ofrece la obra de Milan Kundera traducida al español y, además, con los amenos tonos del humor que genera la absurda realidad y con el sostén de temas básicos de la literatura yanqui (los capítulos tienen nombres divinos: abre Poe, siguen Hawthorne y Twain y cierra Lovecraft pasando por Crane, Fitzgerald y Conrad).

La novela tiene cartas personales que contrapuntean la acción o complementan la información o, como en el siguiente ejemplo, proporcionan el contexto anímico del segmento novelado… En 1949, tras la liberación de los nazis, la facción estalinista toma el poder; al respecto, comenta un amigo del narrador: “…después del golpe me uní al partido y hasta ahora pensaba que había hecho bien. Entonces pensaba que el partido era como Greta Garbo y ahora me doy cuenta de que tiene unos cuantos defectos en la cara. Pero sólo los perversos buscadores de almas como tú se desenamoran en el momento en que aparece una verruga en su dulce naricita de pastel”.

En México, tras un siglo de dictadura se eligió a un gobierno que realmente representa a la mayoría. Sin embargo, el narcoprianismo salinista en sus diferentes modalidades y giros sigue ostentando impunidad y capacidad de negociación y decisión. Sigue, en suma, ejerciendo el poder. Y si lo dudan vean a la ínfima turba que pone, dispone e impone sentencias, nombramientos y verdades históricas… Vivitas y coleando siguen las “razones” sociales BOA, Tumor, Frenaa, Va por México, INE, TEPJF y las 650-mil-2 mil 500 firmas de notables a los pies del patrón oro y con consignas tan garridas como “Esto tiene que parar”, “En defensa de la libertad de expresión” y “Contra la deriva autoritaria”. Siguen, bajo la gerencia y el patrocinio de la élite desnacional más rapaz y parasitaria; siguen sus ocurrencias propagandísticas concebidas sin culpa por la migra finolis de Nexos, Letras Libres y porros universitarios para los medios masivos que las procesan y difunden.

Aquí, en tiempos de aires fachos, de cretinismos estalinistas y oportunismos logreros, la carta de Vox –una más de tantas cartas desbordantes de incongruencia– hace que el rabino Krauze desgarre sus vestiduras, que la santurrona Téllez se dé golpes de pecho y que otra senadora plurinominal, Xóchitl Gálvez, niegue ser conservadora y jure luchar por la diversidad, la pluralidad, la inclusión y los derechos de las mujeres, de las minorías y de los pueblos originarios, y estar comprometida con el medio ambiente, la interrupción legal del embarazo, la legalización de la mota y el valor de disentir del tirano autoritario; más todavía, también tres veces tres, las mismas veces y con el mismo discurso progre de la feminista de última generación que en carta promocional de no renuncia niega a sus seniles padrinos, Xóchitl finge un deslinde del hampa política que la cobija. Así, cubriendo púdicamente sus auténticos intereses, esta cuarteta subraya con hechos su demagogia (demagogia cara, además, porque obtiene sueldos de senadurías sin voto y sinecuras y agregadurías costumbristamente alfonsinas y pacianas).

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