1938-2021 Joan Margarit: adiós a un grande

- Marco Antonio Campos - Sunday, 19 Sep 2021 07:28 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Homenaje y entrañable despedida dedicada a Joan Margarit (1938-2021), poeta y arquitecto catalán que fue distinguido con el Premio Reina Sofía y el Premio Cervantes, y que, como Ungaretti, hizo de su obra una “bella biografía”.

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El 16 de febrero pasado murió Joan Margarit, uno de los últimos poetas mayores de la lengua española. Margarit nació en 1938 en Sanahuja, Lleida, en la región de Cataluña, y estaba cerca de cumplir los ochenta y tres años. Murió como vivió: con lúcida dignidad. Sentí una inmediata y honda tristeza. Un día antes, según me relató Luis García Montero, le pidió que se despidiera de mí. Le escribí de inmediato, pero seguramente ya no leyó el mensaje. Margarit estaba en el momento más alto del reconocimiento a su obra en los países de lengua española. En 2019 había ganado las más altas distinciones de poesía y literatura: el Premio Reina Sofía y el Premio Cervantes.

Gran arquitecto, poeta mayor, de una dignidad granítica, Joan Margarit es uno de los mejores seres humanos que conocí en mi vida. Como arquitecto le deben la comunidad catalana y la comunidad internacional su trabajo en equipo del estadio y el anillo olímpicos de Montjuic, y una obra que es del mundo, la Sagrada Familia, el proyecto alucinante de Antoni Gaudí, arquitecto icono de la ciudad de Barcelona. En múltiples ocasiones los poemas de Margarit se hallan hermanados con la arquitectura y su símbolo esencial, como idea o palabra, es la casa.

Margarit escribió en catalán y en español, y cuando escribió en catalán él mismo tradujo al español sus poemas. En una entrevista que le hice en el Café de la Ópera de Barcelona hace más de diez años me contestó que para él los tres aspectos que debería tener un poema deberían ser exactitud, concisión e intensidad. “Se dice en tres o cinco versos lo que en prosa requiere un capítulo.”

Creyó en una poesía hecha a partir de los cinco sentidos. La inteligencia y el corazón se unían en su lírica. Que la melancolía, el dolor y la ternura, que en nada le fueron ajenos, nos pertenecieran a todos. Complejamente sencilla, Margarit pudo haber dicho con Ungaretti que labró su obra para que fuera una “bella biografía”. En la conversación diaria Margarit fue tan lúcido y emotivo como en su poesía –que fue también conversacional. “Tú y la poesía,/ desde hace veinte años es todo cuanto tengo”, escribió a su mujer (Mariona-Raquel).

Le ponían de mal humor la poesía hermética, los circos verbales vanguardistas, el preciosismo en el lenguaje, la poesía crítica. Si hubiera convivido con Pablo Neruda en los años treinta se hubiera puesto en sus filas para apostar por una poesía impura. Lo irracional en su lírica, como en toda verdadera poesía, era tan importante como lo racional.

Era –se reconocía– un melancólico, y creía que sólo ellos entendían en verdad la vida, pero en su melancolía hubo siempre una penetrante dulzura. Habitó el pasado o, mejor dicho, los pasados que le tocó vivir, y dejó en los poemas una nostalgia triste o un dolor sin acuchillamientos.

Su último libro, Animal de bosque, aparecido en Visor, a la que hizo su editorial, apareció dos meses después de su deceso. Hondamente autobiográfico, el libro es una conversación consigo mismo y una conversación con su esposa. Es un lento y largo adiós y también una suerte de diario de un año, que “ya está entre los que fueron los más felices de mi vida”. Es la relación de un hombre que se prepara a bien morir y en el que trata de precisar en los versos los momentos sustanciales de su vida: desde su niñez de pobreza dura y seca en los años de la postguerra civil bajo una dictadura ominosa, hasta la inminencia oscura de la muerte donde tal vez acabe todo.

Animal de bosque es asimismo un libro de amor a Mariona, a quien en su obra poética llamó siempre Raquel, su esposa, novia, musa, compañera, amiga, madre de sus tres hijos, que lo acompaña en los poemas como lo acompañó seis décadas de la vida, y el libro es también un adiós a ella, un adiós donde habita principalmente ella. “Raquel, amaste a un solitario/ que ya ha llegado demasiado cerca/ del confín de sí mismo, donde empieza el misterio./ Es el final, Raquel: regresemos a casa.” El último verso es enigmático, estremecedor.

Si la casa es un símbolo para su arquitectura y su poesía, dentro y alrededor de Animal de bosque gira otro extraordinario libro, la Ilíada, que en Animal de bosque tiene diversos motivos, pero ante todo significa la crueldad de las guerras desde siempre, y en su caso, el regreso repetido de la Guerra civil española, que marcó para siempre a varias generaciones españolas.

Vivió con pasión el arte y la cultura, pero detestó o desdeñó la política, las ideologías, las guerras, el nacionalismo fanatizado, la religión oscura, y tuvo, como me dijo en la entrevista, un amor-odio por España y un amor-odio por Barcelona. En pintura –es curioso– tuvo apego por aquellos pintores donde se concentran, hasta la pureza negativa, el horror y la melancolía, como Balthus, Lucien Freud, Paula Rego y Francis Bacon, o por las mujeres calladas y tristes en la obra de Isidre Nonell, o, por otro lado, una cercanía ante “la helada claridad de los flamencos”. Le atrajeron los impresionistas y le fue muy próximo Van Gogh, que vivió y murió bajo la noche estrellada de su desdicha. De los músicos me doy por creer que su dios fue Mozart.

Hay también poemas para los amigos, de los cuales es especialmente conmovedor el dedicado y escrito para Juan Marsé (1933-2020), del que dice en algunas bellas líneas (“El largo final”): “A su generación tan literaria/ y tan alegre en un país tan triste,/ fue recubriéndola el desamparo./ Ahora él, que fue el más bondadoso/ y que es el último en partir, lo hace/ después que se han ido/ aquellos personajes de todas sus novelas.” No menos bello, no menos afligido, es su poema al escultor catalán Josep Maria Subirachs (1927-2014).

Poniéndose en paz consigo mismo y con el mundo, librándole al alma todas sus miserias y pequeñeces, Joan Margarit, en este libro como en la vida, lo acaba venciendo la nobleza.

Me gustaría, para terminar, hacer dos citas de poemas distintos que tienen como tema la casa. En una, en algún momento, la identifica desoladamente con la vida entera de una persona: “Cada uno es su casa. La que fue construyéndose/ que al final se vacía”; la otra, aquello que significa hacerla bien: “Construir una casa es hablarles/ con palabras de afecto a unas personas/ a las que tú jamás conocerás.” En ambas, en vez de casa, pudo haber puesto obra poética.

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