Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 26 Sep 2021 01:16 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Sofía 87

 

Usted lo sabe, señora Sofía: cuando se habla de alguien que, como es el caso, se ha ganado todos los elogios y reconocimientos posibles, suele ser el ocaso vital quien ayunta la memoria, de cuya nobleza no cabe dudar, con lo que muchas veces sólo es oportunismo. Estas líneas quieren ir a contrapelo de ese hábito, no aguardar guadañas indeseables y aprovechar que apenas el pasado lunes 20 usted alcanzó la edad de ochenta y siete años, tan bien vividos, tan pletóricos de luz, celebridad y gloria que no tendría caso intentar, en un espacio así de breve, un recuento pretendidamente completo, sin olvidar que la intención de este irredento admirador suyo no es sino festejar su nueva vuelta al sol. Por lo demás, se antoja imposible la exhaustividad: ¿cómo, si hace siete décadas y un año, en un 1950 ya lejano, en su debut no firmó Loren sino Scicolone, apellido que de inmediato cambió por Lazzaro? No sólo eso sino, por ejemplo, su participación sin crédito en Quo Vadis?, complican otro poco la tarea.

Más valioso que la enumeración sería ponderar, a lo largo de un periplo que comenzó cuando tenía usted apenas dieciséis años y sigue hasta el presente –apenas en 2020 protagonizó La vida por delante, de Edoardo Ponti–, la transformación a la que usted misma sometió su presencia en las pantallas: que suene lo menos obvio posible pero su belleza física, insoslayable hasta lo paradigmático –la rebautizaron como Princesa del Mar, Sirena del Adriático, Señorita elegancia…–, habría bastado para garantizarle fortuna y fama cinematográficas, y sin embargo, en compañía de Carlo Ponti, a su tremendo impacto icónico y su simpatía irresistible amalgamó a partes iguales lo que tuvo desde siempre: talento, sensibilidad y vocación por el arte, no por el mero espectáculo.

Digo lo último porque Hollywood, esa máquina trituradora de personalidades, quiso considerarla suya y todavía hoy se ufana de ser su demiurgo, vaya falsedad: antes, durante y después de la Paramount, Cary Grant, Frank Sinatra, George Cukor, Sidney Lumet y Michael Curtis, estuvieron Vittorio de Sica, Claudia Cardinale, Gina Lollobrigida, Ettore Scola… y deliberadamente dejo hasta el final a Marcello Mastroianni, por razones que sin duda sabe de antemano pero, antes de aludir a ellas, querría dejar dicho y redicho que salvo De Sica, Scola y Mastroianni, con quienes me atrevo a decir usted se sabe indisoluble –y nada importa que la muerte los alcanzó a ellos antes–, el resto pueden considerarse honrados por Fortuna, por haber tenido el privilegio de compartir guión, set y créditos con una diva que sí merece ser llamada así, y más: una que antes y después de serlo ha sabido ser ella misma, sin los andamios de la pose ni la lejanía que mistifica, no obstante haber ganado todo lo ganable en materia de premios y reconocimientos –Palma, César, Concha, Oscar, BAFTA, Globo, David de Donatello…– y ser, desde un principio constatado hasta la fecha, El Rostro del mejor cine hecho en Italia.

Desde luego están o, mejor dicho ustedes son, Filomena y Domenico del Matrimonio a la italiana; la vendedora de cigarros, la enjoyada y la prostituta de Ayer, hoy y mañana; Giovanna y Antonio amorosísimos de Los girasoles, todas bajo el genio de De Sica, más las otras siete u ocho que protagonizó al lado de Marcello, pero es difícil no decirlo con la frase recurrente: para la inmortalidad les habría bastado con ser la Antonietta y el Gabriele de Una jornada particular, esa obra maestra de Ettore Scola, por mil razones: el entendimiento histriónico absoluto entre ustedes, desde luego, pero sobre todo lo que encarnan en sus personajes: el sufrimiento que infligen intolerancia, autoritarismo, tradicionalismo, y la protesta sutil e insospechada en contra de esos males, resumidos en la palabra fascismo, ejerciendo las virtudes más humanas: solidaridad, empatía, compasión…

Se termina el espacio, señora Loren, y bien sé que rozo apenas las orillas de su biografía. Terminaré deseándole larga vida; en este mundo, porque el de la posteridad ya le pertenece.

 

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