Cuatro poemas* / Charles Baudelaire

- Charles Baudelaire - Sunday, 10 Oct 2021 07:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
*Tomados de 'Las flores del mal', Cátedra, España, 17ª edición, 2015. Versiones de Luis Martínez de Merlo.

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Spleen e Ideal

(fragmentos)

 

XXIV

 

Te adoro de igual modo que a la nocturna bóveda,

oh vaso de tristeza, oh inmensa taciturna,

y más te amo, hermosa, cuando tú más me huyes,

y cuando me pareces, ornato de mis noches,

acumular las leguas más irónicamente

que separan mis brazos de las inmensidades

azules. Y yo ataco y me lanzo al asalto,

como tras de un cadáver un coro de gusanos,

y adoro, ¡oh bestia cruel e implacable!, hasta esa

gelidez por la cual me eres aún más hermosa.

 

 

LIII

 

¡Mi niña, mi hermana,

piensa en la dulzura

de ir a vivir juntos, lejos!

¡Amar a placer,

amar y morir

en un país como tú!

Los mojados soles

en cielos nublados

de mi alma son el encanto

cual tus misteriosos

ojitos traidores,

que a través del llanto brillan.

 

Todo allí es orden y belleza,

lujo, calma y deleite.

 

Muebles relucientes,

por la edad pulidos,

adornarían el cuarto;

las flores más raras

mezclando su aroma

al vago aroma del ámbar,

los techos preciados,

los hondos espejos,

el esplendor oriental,

todo allí hablaría

en secreto al alma

su dulce lengua natal.

 

Todo allí es orden y belleza,

lujo, calma y deleite.

 

Mira en los canales

dormir los navíos

cuyo humor es vagabundo;

para que tú colmes

tu menor deseo

desde el fin del mundo vienen.

–Los soles ponientes

revisten los campos,

la ciudad y los canales,

de oro y de jacinto;

se adormece el mundo

en una cálida luz.

 

Todo allí es orden y belleza,

lujo, calma y deleite.

 

 

 

Los desechos

(poemas censurados en 1857)

 

El Leteo

 

Alma sorda y cruel, ven a mi pecho,

tigre adorado, monstruo de indolencia;

yo quiero hundir mis dedos temblorosos

en el denso espesor de tu cabello;

 

en tus enaguas llenas de tu aroma

sepultar mi cabeza dolorida,

y respirar, como una flor ajada,

el dulce tufo de mi amor ya muerto.

 

¡Más que vivir, dormir, dormir ansío!

En un sueño tan dulce cual la muerte,

pondré mis besos sin remordimientos

en tu cuerpo pulido como el cobre.

 

Para enterrar mis calmados sollozos

no me sirve el abismo de tu lecho;

vivir en tu boca el poderoso olvido,

y el Leteo en tus besos se desliza.

 

A mi hado, desde ahora mi deleite,

he de seguir, como un predestinado;

condenado inocente, dócil mártir,

cuyo fervor aviva su suplicio,

 

para ahogar mi rencor, he de chupar

la piadosa cicuta y el nepente

en las agudas puntas de este pecho,

que un corazón jamás ha aprisionado.

 

 

El rebelde

Airado un Ángel baja, cual águila, del cielo,

al descreído agarra del cabello, bien fuerte,

y dice, sacudiéndole, “¡Conocerás la regla!

(porque soy tu Ángel bueno, ¿me entiendes?) ¡Yo lo quiero!

 

Sabrás que es necesario amar, sin hacer ascos,

al pobre y al tullido, al malvado y al necio,

y así podrás hacerle a Jesús cuando pase,

siendo caritativo, una alfombra triunfal.

 

¡El amor es así! Antes de hastiarse tu alma,

tu éxtasis reaviva la gloria de Dios;

¡Es el único goce de encantos duraderos!”

 

Y el Ángel, ¡a fe mía!, castigando igual que ama,

al réprobo tortura con puños de gigante;

y el condenado siempre responde: “¡Yo no quiero!”

 

 

*Tomados de Las flores del mal, Cátedra, España, 17ª edición, 2015. Versiones de Luis Martínez de Merlo.

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