La realidad y el realismo según Edgar Mendoza

- José Ángel Leyva - Sunday, 17 Oct 2021 07:12 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Retrato hablado en primera persona de un pintor, Edgar Mendoza, nacido en Durango en 1967, radicado en España, de filiación hiperrealista, aunque está convencido de que la imaginación es la que manda y de que, desde siempre, el arte “nunca nos hará pobres; nos dará la certeza de que vivir es un don”.

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Soy de Durango, de esa tierra a la que han llamado la tierra del cine. Hay mucha fantasía al respecto y escasa correspondencia con la realidad. Yo me hice mi propio guion de película, forjé mi identidad personal. Puedo decir que el filme de esa época está lleno de momentos sin movimiento, de narrativas estáticas. Como un cactus al que le crecen raíces en sequía. Ahora vivo, desde hace veinte años, en España. El tiempo se ha encargado de acomodar mi pasado mexicano en un presente español. Hace cuatro años elegí como residencia una pequeña población cercana a Alicante, Hondón de las nieves, de 2 mil 500 habitantes. Me acompañan mis dos perras, la Lupe y la Julieta. Mis ideas acerca de pertenecer a un solo lugar se han modificado con el paso de los años. Quizá nacemos por accidente biológico en un determinado sitio, por circunstancias temporales y espaciales. Luego descubres que puedes pertenecer no a uno sino a varios lugares, uno nace también en otros territorios, en otras soledades, en distintas situaciones.

Penúltimo de cinco hijos, cuatro varones y una mujer, nací el 11 de octubre de 1967. Con mi hermano Óscar comparto el amor por el arte y la pintura. Mi madre y mi padre son las personas más buenas y nobles que he conocido, tal vez por haber sufrido la orfandad y las privaciones de la época. Ambos rebasaron ya los noventa años de edad. Mi madre fue profesora de primaria y hace tiempo que perdió la memoria y con el olvido los dolores y la penas, los achaques, las preocupaciones. De oficio relojero, mi padre se mantiene lúcido y dinámico. Su madre fue costurera y mi abuelo materno sastre, por eso en mi imaginario estuvieron presentes los hilos y las telas, el sonido de la máquina de coser, y quizá por ello sentí el impulso inicial de ser modisto. Me inscribí en la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la Universidad de Durango. No concluí la carrera, pero no me aparté de ese camino y procuré siempre instruirme con los recursos y las posibilidades que encontraba a la mano.

Con mi hermano Óscar entendí que el arte nos otorga la capacidad de crear para mostrar nuestra idea de lo que somos y sentimos, en lo privado y en lo colectivo. El arte es un testimonio supremo del paso de las civilizaciones, del tiempo humano, es una memoria indispensable para la vida. El arte nunca nos hará pobres; nos dará la certeza de que vivir es un don, que la cultura es sembrar y cultivar lo mejor de la humanidad, su historia. El arte es una forma no sólo de vivir los sueños, es también una forma de manipularlos.

Mi búsqueda se ha dado en la pintura realista. He coqueteado e incursionado en otros lenguajes pictóricos, pero en mi obra ha dominado la figuración y el realismo, sobre todo el retrato y la figura femenina. España tiene una tradición muy fuerte en pintores realistas, eso se debe a que su formación académica es más estricta que en América Latina, pero también son víctimas de la crisis económica que afecta al mercado del arte. Mi pintura se instaló en un lenguaje neutro, que suele gustar a diferentes tipos de personas, desde las que no tienen una formación plástica, que se mueven más por la intuición y la sensibilidad, hasta quienes poseen un nivel intelectual elevado. De alguna manera pinto y recreo mi propia vivencia, mi perspectiva de la realidad, mi conclusión de lo que ha sido mi vida: atmósferas interiores tengan o no que ver con experiencias propias, porque las ajenas también pasan a ser de uno, del mundo personal. Somos testigos y parte de lo que sucede.

Hiperrealismo plástico y fotografía: la coexistencia

Pertenezco a una generación que, a diferencia de la de mi hermano Óscar, aún ligada a los acontecimientos del ’68, la sentí huérfana. Fuimos la colita del huracán. Tuvimos que buscar en nuestro propio entorno, nos alimentamos más de nosotros mismos que de los libros y las noticias, como si fuéramos corresponsales de guerra de nuestro medio para consumo personal; a nadie, más que a nosotros mismos, le interesaba lo que atestiguábamos y vivíamos.

Las nuevas realidades tecnológicas, más que distanciarme de mi oficio, se han convertido en auxiliares, como la fotografía, que es en sí un instrumento de apoyo para quienes practicamos la pintura realista, pero no dependemos de ésta. Es sólo una herramienta más de trabajo, como lo son los demás soportes transmisores y generadores de imágenes. No pretendo copiar la realidad sino dialogar con ella, encontrar sus expresiones en mi imaginación, buscar y hallar lo invisible en su presencia.

He capturado todo aquello por lo que mi cerebro ha mostrado interés o deseo. En mí domina la necesidad de forjar imágenes propias, no de copiar o imitar, sino de dar a luz a imágenes íntimas, subjetivas, muy personales. Intento sacudirme las posibles influencias y dejarme llevar más por esas imágenes que pasan a toda velocidad por mi mente, o las que vienen del sueño o del recuerdo. Es la imaginación, no la realidad, la que impone el rumbo que va a tomar mi obra, el sentido de lo que voy a comenzar a buscar y construir, crear. A partir de esas sugerencias imaginativas me apoyo en lo que sea, en modelos que respondan a mi búsqueda, en fotografías y revistas que contribuyan a enriquecer esas imágenes preconcebidas, esos colores y formas aún invisibles, pero presentes. Yo manipulo la realidad a mi alcance, y una vez preparada la materia visual comienzo a trabajar sobre el lienzo.

Me hago responsable de los contenidos de cada obra y puedo asumir que en todos estoy yo, que son autorretratos aunque no aparezca mi rostro, son otra forma de expresar mi ser. Por ello busco personajes neutros que no distraigan mucho las emociones del espectador, de allí la recurrencia de figuras que se replican, que se manifiestan como autómatas, inexpresivas, si no indiferentes sí inmersas en motivos inextricables. Los personajes fungen como vehículos de mi necesidad expresiva, comunicativa, que no puede darse con palabras. Las palabras no son mi fuerte. Esos personajes viven dentro de una escenografía, como una obra de teatro, pero en realidad son utilerías, fondos para capturar, provocar la atención del espectador en las figuras y sobre todo en sus miradas. Técnicamente, intento que haya una guía visual de movimiento y de composición para conducir la mirada del espectador en lo que realmente me interesa que vea y que descubra, que no es necesariamente lo que yo pretendo hacer ver, sino lo que cada quien encuentra o busca.

Un personaje femenino, por ejemplo, puede vestir una prenda traslúcida, ligera, tener un cuerpo aéreo y sostener en ambas manos una motosierra de forma amenazante. Ese golpe, ese contraste de rudeza, un poco gore, que no lo es, genera un impacto que, al final, va a conducir a un foco de atención en el rostro del personaje femenino, en su gestualidad.

El debate entre el hiperralismo y la fotografía atiende a un riesgo objetivo, pero son dos lenguajes diferentes. Ese peligro latente se evita con propuestas interesantes “pictóricas”, que no repitan solamente el lenguaje de los estilos fotográficos: artísticos, publicitarios o periodísticos, si no que muestren su propia expresión pictórica, independiente. El lenguaje de la pintura es diferente al de la fotografía en estructura, intención y efecto. Esto se vio más claro cuando, a finales de los años sesenta, aún tenía la sombra del empalagoso arte pop, al cual logró quitárselo de sus espaldas y conservar su propia personalidad. No se trata de evitar nexos con la fotografía sino de mantener una línea y una tregua de cooperación, aprovechando sus nuevos avances y efectos tecnológicos para investigar el propio lenguaje de la pintura. La fotografía y la pintura hiperrealista o fotorrealista se expresan y ejecutan con lenguajes estructurales diferentes, y si se invaden entre sus territorios es sólo para coexistir y enriquecerse entre ambas.

El debate da lugar a múltiples e interesantes temas que se derivan y relacionan con la importancia de lo que observa un pintor y la manera en cómo plasma su testimonio de la realidad actual. No tenemos una idea exacta de cómo observaba Velázquez y menos aún de cómo observaba un pintor rupestre. La realidad no es sólo una aguda observación, es también un cúmulo de factores que se recrean en nuestros cerebros para interpretarla. Entre esos factores están la época y los avances tecnológicos en constante transformación. Conforme he ido involucrándome en el ambiente y lenguaje de la pintura realista mundial, me he dado cuenta de los preceptos técnicos que rigen a una rigurosa academia. Una formación técnica estricta debería ser parte fundamental en la formación de un pintor, pero esa academia debe contemplar especialidades entre la diversidad de estilos y técnicas pictóricas, como en la apertura y manejo de las últimas tecnologías para crear imágenes. Tener preceptos especializados y saber utilizarlos potenciará nuestra libertad creadora y proporcionará herramientas para que la pintura realista continúe subsistiendo. Paradójicamente, la ausencia de una academia en mi formación me sitúa entre los pintores de libre creación y sin preceptos.

El aislamiento es un concepto muy presente en mi trabajo. Esa sensación máxima que se vive cuando te colocas un casco para experimentar la realidad virtual, en un espacio aislado, con una temperatura determinada para entrar en un campo de información que te lleva a una dimensión ajena pero sensible, experimentable, prácticamente tangible, aunque esto no sea más que una ilusión. Esas atmósferas de aislamiento, de soledad, tienen que ver con los escenarios que yo vivía cuando comencé a pintar. Durango es una región aislada, apartada de todo, rodeada de montañas y zonas áridas y semiáridas, distante de los focos de información y de cultura. Uno nace y crece en atmósferas con sensación de vacío, de lejanía. No digo que sea bueno o sea malo, es lo que es. Y desde esa experiencia corporal y mental vemos y seguimos viendo la realidad, concebimos la obra de arte, que en mi caso puede ser una tendencia a la desolación, la austeridad, la carencia, la aridez.

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