Traer a la luz las realidades ocultas / Entrevista con Jorge Souza
- Ricardo Venegas - Sunday, 31 Oct 2021 07:31



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–Fuiste periodista y dirigiste diversos periódicos, ¿cómo fue tu arribo a la poesía?
–Sigo escribiendo una columna sobre temas culturales en Milenio. Pero a la poesía entré desde siempre. Mi madre sabía de memoria cientos de poemas, nos recitaba a mi hermano y a mí constantemente. Yo escribí, sin saberlo, mis primeros poemas a los nueve o diez años. A los dieciséis se los mostré por vez primera a un amigo. A los dieciocho, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, creamos un taller llamado Protoestesis, con Gilberto Meza, Ricardo Yáñez, Carlos Próspero y otros amigos. Entonces gané algunos certámenes de poesía y escribí mi primer poemario.
Unos tres años más tarde nos convertimos en el taller de Elías Nandino, quien llegó a vivir a Guadalajara; se agregaron jóvenes como Dante Medina y Ricardo Castillo. El Doc, como le llamábamos, nos ayudó a publicar en suplementos culturales de Ciudad de México y a tener mayor conciencia de nuestro trabajo. A partir de entonces, la poesía se convirtió en la actividad más relevante de mi vida. Los textos me permitían encontrar puntos de referencia trascendentes en la narrativa, verbalizar emociones y dar forma a mis propias representaciones del mundo. El poema –ese fino objeto lingüístico– crea un espacio que disuelve la temporalidad lineal, inmoviliza el segundo y lo convierte en el “instante”, ese espacio que permite mirar a las profundidades y a las alturas.
–Se ha dicho que tu poesía es un mapa por el cual se puede ir a través de un itinerario variopinto con registros a veces imperceptibles, ¿qué opinas?
–Esas palabras son muy generales. Creo que mis itinerarios poéticos transcurren por dos rutas –comunes, por otra parte, a todos–: la del amor y el erotismo (para mí vinculados necesariamente), y la de la vida y el transcurso del tiempo, con su inevitable desgaste y su exigencia de decisiones. Todo ello sustentado en un mapa –por usar tus palabras– conceptual construido con la herencia de los imaginarios judeocristiano y grecorromano, y reconfigurado en el espacio del poema. Esto me han permitido crear el “mapa” íntimo y personal por el que transito y por el que, lo sé, caminan muchos otros semejantes.
–El padre que oprime o libera se asoma en tu obra: “Si vírgenes y bestias/ Intentan no encontrarse en laberintos, ¿Cuál es entonces/ Padre, el nombre de este juego?” ¿Qué lugar ocupa el padre en tu poesía?
–No lo sé de cierto. Supongo que en la nebulosa del inconsciente se mezclan la imagen del padre mítico y la del padre carnal. El padre, esquemáticamente, es el progenitor, el proveedor, el que escucha y juzga; el que te otorga, desde el fondo, la seguridad de ser. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años apenas y dejó muchas preguntas sin respuesta; pero el Padre, con mayúscula, también ha dejado preguntas sin respuesta. Si la vida es semejante a un juego y, más concretamente, a un juego de video en el que los personajes son manipulados por manos ajenas a las que están inmersas en la pantalla, entonces la pregunta es –como lo ha sido siempre– quiénes somos y dónde estamos.
El padre, supongo, tiene las respuestas. Pero ¿estamos en edad de entenderlas? Parecemos niños obsesionados por conquistar dinero, placer y sexo en este juego de la vida cuando, en realidad, debería obsesionarnos la innegable aproximación cotidiana de la muerte, para descartar lo superfluo y ahondar en lo indispensable: encontrar la luz suficiente para iluminar aquello que somos y que la ciencia aún no logra responder; pero que, oh sorpresa, la poesía, por momentos, nos permite vislumbrar.
–Terminator y The Matrix son dos cintas aludidas en tu obra, ¿cómo descubres que el cine puede derivar en poesía?
–Ya no somos animales que habitan un planeta sino, según los nuevos relatos científicos, configuraciones energéticas conscientes de cierto entorno, situados en una partícula mínima que gira en torno a una estrella, una entre las 600 mil millones de las que forman la galaxia. El buen cine es generador incontenible de historias. Nos entrega constantemente metáforas de lo que somos, de lo que son los otros y de lo que es o puede ser el mundo.