El cuaderno de sombras de Philippe Denis

- Philippe Cheron - Tuesday, 14 Dec 2021 19:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
He aquí una pequeña muestra de la obra del poeta francés Philippe Denis (1947-2021), ensayista, traductor del inglés y del japonés, catedrático en universidades de Estados Unidos, Turquía y Portugal. “Sus poemas están marcados por las cosas de la vida cotidiana (“estridencia del pan”), por una especie de homenaje a la realidad más humilde, a lo efímero y lo trivial, así como a la naturaleza.”

----------

Elíptica es la poesía de Philippe Denis –en el linaje de un Paul Celan o un André du Bouchet, por sólo citar a dos obras mayores, en alemán y en francés, de la segunda mitad del siglo XX. En su intento por nombrar lo innominable, se expresa de manera deliberadamente antónima, llamando a “callar la lengua” como si el silencio fuera más capaz de discernir y designar “el dolor/ de ser”, de permitir que “mi palabra/ sost[enga] en el horror/ esta falta de signo”. De hecho, si bien hay que callar la lengua, al mismo tiempo se debe hacer el esfuerzo de arrancarle el habla al silencio, a lo inanimado, al aire: “Las palabras han remplazado a las piedras,/ al viento.”

Este juego dialéctico entre discurso y silencio, entre habla y mutismo, se vuelve herramienta de conocimiento y técnica poética, como lo anuncia uno de sus títulos al reclamarse de una “afasia lírica”. Sin la menor duda, Denis no ignora que el camino se hace al caminar, pero para él, además, es infinito y es una vuelta: “Lo que busco no es un lugar/ sino un punto de partida.” (Por lo demás, significativo es su manejo de la puntuación, con paréntesis o guiones que abren y no cierran.)

Sobrios, lacónicos, a veces muy concisos u oscuros, sus poemas están marcados por las cosas de la vida cotidiana (“estridencia del pan”), por una especie de homenaje a la realidad más humilde, a lo efímero y lo trivial, así como a la naturaleza. En ello reside el secreto, el “perfumado enigma” después de un trabajo agotador (“sobre esta página/ caigo hecho cenizas”) o de un largo paseo: “cuando una margarita sustraída/ no es más que un ligero temblor entre el pulgar y el índice” (Divertimenti, 1991).

Denis posee “una sensibilidad de infinita delicadeza –escribió Yves Bonnefoy– para celebrar la flor que se encuentra al borde del sendero”. Su sencillez induce a la profundidad, al misterio del sueño, de la ausencia, del tiempo, del lenguaje: “El presente está en el futuro de cada aliento.” Y es que “la poesía nace –dice Bonnefoy– cuando la frase se coloca más allá de sí misma, más allá de las palabras, cuando se encuentra con el mundo mudo”.

Poeta, ensayista, traductor del inglés (Emily Dickinson, Sylvia Plath, etcétera) y del japonés, Philippe Denis (1947) ha enseñado en Estados Unidos, Turquía y Portugal, donde reside desde hace años. Entre sus numerosos libros de poesía citemos Cahier d’ombres (“Cuaderno de sombras”), de 1974, que incluye los poemas cuya versión en español presentamos ahora; Les Cendres de la voix (“Las cenizas de la voz”, con dos grabados de Gisèle Celan-Lestrange), 1975; Carnet d’un aveuglement (“Libreta de una ceguera”), 1980; Souci de nuage (“Inquietud de nube”), 1984; Bruissements (“Zumbidos”, con un grabado de Gilles du Bouchet), 1984; Autour d’une absence (“En torno a una ausencia”), 1989; Nugae (“Nimiedades”, introducción de Yves Bonnefoy), 2003; Petits traités d’aphasie lyrique (“Pequeños tratados de afasia lírica”), 2011; Pierres d’attente (“Piedras de espera”), 2018.

PD. Poco después de entregar estos poemas a La Jornada Semanal nos enteramos de que Philippe Denis falleció el pasado 8 de noviembre, a causa de un cáncer. Valgan esta nota y estas versiones como homenaje mínimo a su obra y a su persona.

 

La vida invisible


Indomable es la altitud

para quien se asombraría–

 

Más ausencia es lo que elegimos

 

(Fiel

a lo que el dolor

habrá sido

 

–ella

que toda palabra balbucea

en el dolor

de ser.

 

Lo que ocurre aquí–

nieve sin fin…

 

(Turbulencia de un polo al otro

 

–escenas nuevas

por doquier–

donde el frío nos instruye del frío.

 

Rumor nuevo

al prestar atención,

 

si me empeño en demasía:

la angustia de siempre.

 

La luz del día no me deja escribir–

 

Sobre esta página

caigo hecho cenizas

hasta la noche.

 

(Alternancia de los postigos

–la casa es este sueño

 

donde ardo

–cuando el secreto de las lágrimas

me mantiene

–sal despierta.

 

De alta púrpura, lo que fue

verano de una estación por venir…

Origen del sueño

–que vivir no concilia

en la labor de vivir

siempre–

más allá de la más simple muerte.

 

(El presente está en el futuro de cada aliento

 

¿Es tiempo anterior a la noche

–en sí,

este tiempo

de un ensueño distinto?

 

En la sangre encorvada

–estoy fletando

naves de paciencia.

 

A imagen de las nieves

–lo inefable nos modifica.

 

En lugar del viento

sólo veo un incendio–

 

Pero sólo respiro

para reconocerme

 

y no deberle

sino a esta nieve

 

–cuya blancura

me ha encaminado.

 

Donde ve el cuerpo…


Norte arqueado–

(el ruido negro de las lámparas

 

El agua vacía ahora

que adquiere el color de nuestras manos…

 

Vestigio del lapso…

de un instante nuestro–

como aumento o mínimo

en la precisión de lo inverso.

 

Y esta parte ahora,

si me vuelvo,

de horizonte redoblado.

 

Callar la lengua


Callar la lengua

 

Lo imprevisible del agrandamiento.

 

Las palabras han remplazado a las piedras,

al viento, en medio del campo.

 

Ocre de dolor, cada vez,

(alveolos del plural

 

Voz, voz repentina –y lo que excede el nulo

criterio del habla–

 

–La herramienta…

 

y la palabra ya,

la imperiosa palabra, de donde en ella misma tengo que hablar

a contratiempo de un vacío,

hasta la ida de tal dolor

que habla.

 

Por un pedazo de tierra

 

Lentitud,

–estridencia del pan–

 

endureciendo el hambre

el soplo mismo

reencuentra

la sangre que los guiaría.

 

Vivaz imagen

–a la altura de los ojos,

el aliento se bifurca

donde sólo veo porvenir.

 

Oscura, oscura

la boca muerta, que besa

 

y soporta la palabra,

–la mentira

es su edad–

emblema de una vida incierta.

 

Pero somos aves

de mucha prisa,

calma

de animales ciegos–

tanto hemos de temer

por ser distraídos,

por estar ahí,

 

en el centro

de nuestras vidas

sucesivas.

 

El reparto

Por esta concha de memoria,

vengo,

abriéndome paso bajo mi muerte…

 

En el lindero de las sangres

filtradas por todas las desorientaciones,

mi palabra

sostiene en el horror

esta falta de signo.

 

Y para siempre,

hijo, soy

huérfano de esta memoria.

 

El trabajo la piedad

 

Gritamos con vocablos que la palabra

alcanza.

 

(el viento ataja por los campos

 

La frente de los rebaños

fluye

en lentos senderos de la montaña…

 

No hay otro aire sino éste–

que puntea

el esbozo de una respiración,

le sucede

al viento–

en el que me obstino en hablar.

 

Por la herida

lo que nos armoniza con lo desconocido–

 

Permanezco

insomne –como una lámpara

que tiene la edad

de esta ladera–

 

La nieve me emplea

en la noche –para recobrar

su blancura

en la saliente

de la lengua.

 

Lo que recorro…

 

Aquí, donde vivo, a la espera–

voy bordeando

la dura precisión del sueño.

 

Encuentro apoyo

en la desaparición

de todo apoyo.

 

(Funámbulo

en la página:

 

pacientemente

entre dos vacíos,

voy cosiendo

una línea

 

que me alcanzará

ahí donde me olvidé de mí mismo

Versión PDF