Antonia Pozzi poemas de una vida breve

- Eugenio Montale - Sunday, 19 Dec 2021 20:53 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En el otoño de 1945, después de leer 'Parole', de Antonia Pozzi (Milán, 1912-1938), el poeta italiano y Premio Nobel de Literatura Eugenio Montale (Génova, 1896-1981) escribió la siguiente nota que más tarde, el 1 de diciembre de ese mismo año, fue publicada en el periódico 'Mondo', de Florencia, Italia.

----------

Siempre, cuando se leen versos oscuros o intrincados, y más en los años en que el manierismo y la afectación parecen adular toda expresión directa, tenemos y guardamos este deseo, esta ilusión: que surja un poeta de otra naturaleza, no importa si es hombre o mujer, que nos lleve a la verdad, a la naturalidad, al estilo que no parece estilo y no se siente como tal. Y siempre, cada vez que se presentó el Mesías, la gente enterada aplaudió y lo olvidaron, gritaron viva y él sintió el vacío en sus páginas. ¿Continuará de esa manera? Así sería, inevitablemente, en el caso de Antonia Pozzi, si hiciéramos sólo un contrapeso a la otra poesía de hoy, más pretenciosa, más encadenada, más dura; si quisiéramos aislarla del cuadro de las búsquedas de hoy para convertirla en un suceso decisivo, realmente feliz, acerca de un período claramente experimental que la preparó e hizo posible. Entonces se repetiría una vez más el error que está en la base de tantos tropiezos memorables de la crítica contemporánea: el error de intercambiar el agua del grifo por alcohol destilado. Quizá sólo la muerte prematura y la desatención debida a la guerra han salvado a Antonia de convertirse en la poetiza del corazón de tanta gente buena que dice no, siempre no y exclusivamente no a la aparición de toda voz nueva. Por lo tanto, ayudemos a la feliz-infeliz suerte de Antonia diciendo que ni siquiera en ella se realiza el trabajo de una verdadera poesía de penetración y estilo, y que si su libro se lee con una fluidez que no tienen otros, esto sucede porque las fracturas y las resistencias de la artista son disimuladas por la relativa unidimensionalidad de su búsqueda, y no por la ausencia de control y escrúpulo crítico. Hay dos maneras de entender este libro: se puede leer como el diario de un alma y se puede leer como un libro de poesía. Y si nos inclinamos por lo segundo, veremos que Antonia deja de ser fácil y predecible, y adquiere el derecho a ser juzgada en segunda instancia, como la poesía de siempre. No proponemos de ningún modo una antología de su trabajo, quizás interna, mental, que aísle pocos versos elegidos aquí y allá, y trozos del corazón vertidos en los puntos suspensivos que indican el final del “fragmento”; no pidamos que se reconduzca a la estética de la lírica intermitente, fulgurante, que no es la suya; sólo pedimos –porque también en ella es visible la cercanía y el deseo de avanzar con la lírica de sus contemporáneos– que la no-poesía y la elocuencia de Antonia sea considerada como la imborrable matriz de un arte fundamental que fue destruido en el umbral de su desarrollo. Probablemente Antonia nunca habría incursionado en la oscuridad y los peligros de la poesía pura, pero se advierte que en ella está el deseo de reducir al mínimo el peso de las palabras, y que ese deseo la sitúa ya al margen de la gratuidad genérica femenina, que es el deseo de tantos críticos masculinos.

Alma de excepcional pureza y sensibilidad, que no pudo soportar el peso de la vida, Antonia Pozzi requiere una lectura que haga vivir en nosotros los progresos que ella sostenía y que no expresaba sino en porciones; y si su diario nos ayuda a penetrar en aquella alma, ninguna reducción, que aísle versos y destellos de poesía, nos podrá dar una imagen parcial y diminutiva de ella. Técnicamente su lírica deriva del verslibrisme de principios de siglo y de ciertas lecturas de Ungaretti: voz ligera, muy necesitada de apoyos, que tiende a quemar las sílabas en el espacio blanco de la página, pero es compleja, y sólo la ligereza del sonido hace que con cierta dificultad se descubra el hipérbaton y las repeticiones. Una uniformidad aérea era su límite más evidente; la pureza del sonido y la claridad de la imagen, sus dones naturales.

Hoy que los versos de Antonia, enriquecidos con un tono novedoso y que en conjunto se desprenden de cualquier cosa superflua, salen en la colección “Specchio” de Mondadori, no me queda más que alegrarme con el editor, y un poco conmigo por el acto de fe que permitió incluir el libro en una colección de obras poéticas verdaderamente significativas de nuestro tiempo. Impreso aparte, relegado de la colección (e incluso con el escrúpulo y la dignidad que le convenía), el Diario de Antonia corría el riesgo de exponerse como un caso curioso, como una singularidad, como una excepción: el cuaderno de un alma entregada al recuerdo de quien la conoció, y no la voz de una poetiza que puede esperar el juicio del futuro. Su creciente éxito podría parecer fundado en un equívoco, en uno de esos malentendidos que surgen a menudo en aquel demi-monde pseudocultural, donde se sigue creyendo que los buenos sentimientos producen, infaliblemente, la buena literatura.

Antonia Pozzi merece ser liberada de este equívoco, merece salir del limbo entre lo polémico y lo mundano, en los que encuentra fáciles consensos cierta “contracorriente” de la poesía actual. Necesita que se hable de ella de una manera directa y no por caminos cruzados, con el propósito de denigrar otras formas de arte o simplemente otras búsquedas.

Puede ser que un día, al examen del análisis formal, la guirnalda de Antonia pueda marchitarse en alguna hoja, en algún pétalo, pero seguramente no se perderá la evidencia de la imagen de ella, el centro, el “fuego” que sus poesías componen en el alma del lector.

No son frecuentes los poemarios (aunque vivos y fuertes en algunos aspectos) que den el entero retrato de una “persona”. Antonia Pozzi, que, en vísperas de la madurez artística, veía los peligros de una poesía del arrebato, hecha únicamente de confidencias, sol y erupciones, comenzó por este camino y con ser mujer le bastó para describirse sin perder el control de sí misma. El sentido crítico, que ella poseía en medida rara y que la llevaba a experiencias y a esfuerzos más penetrantes, la sostuvo también en sus experimentos de adolescente, que le permitieron tocar un punto, un solo punto de expresión, de autenticidad, que debió significar, además de todo, incluso para ella, un nuevo comienzo.

A esa “partida” feliz, que en su caso también fue un “arribo”, le queda confiar que Antonia será reconocida. ¿Es poco? ¿Es mucho? Confieso mi incompetencia para juzgar. Que lo digan aquellos para quienes (en poesía) palabras como estas todavía tienen un significado.

---------

Acostarme

 

Ahora la suave aniquilación

de nadar bocarriba,

con el sol en la cara

y la mente penetrada de rojo

a través de los párpados cerrados.

Esta noche, sobre la cama, en la misma postura,

la ilusión cándida

de beber,

con las pupilas dilatadas,

el alma blanca de la noche.

 

Santa Margarita (Génova, Italia), 19 de junio 1929

 

 

Amanecer

 

Y cuando haya nacido

tú abrirás la ventana

para que podamos ver

toda la mañana

todo el amanecer abrirse

en nuestro cielo.

Y él dormirá

pequeño

en su cuna blanca

y la luz estará

sobre él

en sus ojos

entristecidos

desde mi llanto.

 

2 de febrero de 1933

 

Fuegos de S. Antonio

 

Siento arder mi nombre en las llamas

de la tarde a la orilla

de una costa oscura,

y a lo largo del puerto estallan hogueras

de cosas antiguas,

de algas y de barcos

naufragados.

 

Y en mí ya nada puede arder;

sin embargo, en cada hora de mi vida,

aún –con el peso indestructible

del presente–

el corazón apagado de la noche

me persigue.

 

17 de enero de 1935

 

 

Amor al destino

 

Cuando desde mi oscuridad se desborde

el choque

de una cascada

de sangre,

navegaré con una vela roja

por terribles silencios

hacia los cráteres

de la luz prometida.

 

13 de mayo de 1937

 

 

Traducción y selección de Roberto Bernal.

Versión PDF