Teatro (y temazcal) en casa

- Agustín Ramos - Sunday, 19 Dec 2021 09:42 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Tomar la palabra

 

Por una maldición, la dote de mi abuela materna sirvió para salvar de la miseria a unos bastardos haraganes. Esa maldición alcanzó a cinco nietos –mi hermano y cuatro primos– muertos trágicamente a los diecinueve años de edad. Esto no es ninguna ficción y tampoco me pertenece del todo, fue una experiencia que tuve en forma de una estupenda obra de teatro. Por si fuera poco, la obra incluyó un rito de temazcal en donde queriéndolo o no entró mi hermana Flor, con quien asistí a la puesta en escena de Onironauta en La Casa Encantada. (https://casaencantada1730.wixsite.com/casaencantada1730). Esta casa comenzó a construirse en las primeras décadas del siglo XVII, en plena borrasca minera y justo cuando llegó a Pachuca el infortunado visionario José Alejandro Bustamante, quien planteó soluciones para ese y otros males de la minería. Hoy La Casa Encantada es sede de una empresa intercultural, horizontal, paritaria y, sobre todo, autogestiva, que nació hace una década a partir del trabajo en comunidades originarias del país. Como colectivo, La Casa Encantada ofrece productos artesanales orgánicos y promueve la vida desde las raíces, es decir, desde la cultura.

Onironauta es un monólogo muy bien interpretado por el artista plástico Levy (Marco Levy Correa), y también muy bien escrito por él, aunque perfeccionado por el colectivo del que forma parte junto con Lara (Alberto Lara), Ana Turquesa (Ana Liedo) y Anwar Tallabs, entre otros. La obra, dirigida por Lara con la técnica de espejo, se concibió para el oído y la vista pero también para el olfato, el tacto y el gusto; consiste en el viaje a un sueño muy personal que se va compartiendo con el público mediante aullidos, delirios, reflexiones y cuestionamientos, hasta convertirse en un sueño compartido, en una experiencia común de actor y espectadores, merced a la atmósfera creada y a la persuasión del texto: “¿de verdad estás aquí?, ¿tú también tuviste un abuelo militar y una abuela bíblica que maldijo a la segunda y tercera generación?, ¿tienes primos hermanos muertos fatídicamente a cierta edad? Sin plantear un conflicto específico, la actuación deriva en interacción (en interactuación), con espectadores que trascienden la condición de espectadores y se comprometen a saber, o cuando menos a atestiguar, algo diferente, diferente pero familiar, debido a los olores, los tactos, las miradas, los sonidos, el mezcal, las frutas y un escenario no convencional, un espacio de reunión doméstica en la que quienes atestiguamos nos complicamos (nos volvemos cómplices) de pesadillas, sueños lúcidos y buenos augurios.

Apurado el trago, fuerte, puro, de alambique artesanal, la obra se transforma en convivencia (connivencia), el autor-actor invita con gestos al público a salir, pero no a la calle sino a otro ámbito casero donde la escenificación asciende a ritual en el que participan él, los técnicos y los espectadores. Subiendo siete escalones aparecemos en el jardín, un espacio abierto donde el performance combina la danza con lo que solemos llamar una “limpia”. Los sonidos cambian, ahora predominan las percusiones, la chirimía, los alientos. Intervienen más actores, además del público y el onironauta original. En el aire libre se renueva el vetusto viento pachuqueño y las cortinas bastidores se vuelven bailarinas. El cielo oscuro nos observa entrar en el temazcal. De la maldición bíblica –impulsados por ella e iluminados por el sueño teatralizado– descendemos al espacio de la bendición, de la limpieza, por obra de un profundo y generoso trabajo colectivo. Yo, mi hermana, mi abuela, mis queridos hermanos y primos sacrificados en plena juventud, y hasta el infortunado visionario José Alejandro Bustamante, comenzamos a sobreponernos de la maldición. Quienes hayan vivido en cuerpo y alma la experiencia de sumergirse en un temazcal no necesitan mayor explicación. Los demás quedan invitados (de todo corazón, amén).

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