Al Averno

- Guillermo Samperio - Sunday, 26 Dec 2021 07:30 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

En una noche de invierno en Guatemala, durante una reunión de escritores, alguien, no recuerdo quién, dijo con una risita desdentada:

–Quisiera seguir bebiendo, pero no aquí... ¡Vámonos al Averno!

Cuatro cabezas se alzaron desafiantes y gruñeron entre divertidas y temerosas. Mis compañeros estaban ligeramente borrachos, las miradas de sospecha tejieron una bruma de misterio desgarrador, pero asintieron vencidos por la curiosidad o el morbo.

Ya había sonado la hora de las brujas. Entre risas y tropezones caminamos cerca de media hora hasta llegar al bar que se alzaba en el centro de una inmensa miseria, entre callejones oscuros que exhibían tendederos colmados de fantasmas hechos jirones, entre charcos cubiertos de una nata verde y pestilente. Unos niños que hormigueaban de mugre jugaban arrojándole piedras al insensible cuerpo de un perro destripado que, se adivinaba, tenía varios días muerto. A la entrada del bar, desarticulado y roto, una legión de esqueletos vivientes aguardaba la llegada de los bebedores desolados. Las caras se dirigieron hacia nosotros, pasó sobre el barrio una ráfaga de silencio helado, “de verdad que el lugar se ha ganado el nombre a pulso”, pensé. Uno de ellos se acercó, el que tenía por cuello una cicatriz de oreja a oreja. La visión obligaba la imagen de vasos de sangre bebidos de un hilo: recordé a Nosferatu y las pesadillas de bosques hemorrágicos.

–El alcohol es sagrado, no se le niega a nadie –dijo el teporocho en un tono que no se podría precisar si era súplica o amenaza.

Quien nos propuso visitar el antro, con una sonrisa triunfal, se acercó al hoyo en la pared de ladrillo, cincelado con tan mala mano que podría no llamarse ventana; a un costado había una piedra colgada de un cordón y con ella golpeó un trozo de lámina clavada en la pared. Sobre ella decía “Si desea servicio, toque el timbre”. La broma me pareció cruel. De aquel agujero se asomó una tabernera tan fea que parecía hombre: desgreñada, enana, jorobada, tripona, arrugada, pinta de mugre como un sapo y, por si fuera poco, la remataban unos ojos de loca lujuriosa.

–Pasen, pasen –rio, y nos barrió con la mirada de pies a cabeza.

Una inmensa caja de madera que servía de mostrador, dos mesas –una de ellas embadurnada de vómito– construidas a semejanza de la dueña y varias tablas sobre tabiques que mal cumplían la función de bancas, constituían todo el mobiliario. La cerveza de fabricación casera, que era lo único que ahí se servía, se sacaba de un tonel enchapopotado. El esperpento le dio un tarro de hierro a nuestro guía, quien salió a la calle para entregárselo al teporocho; el resto, que hasta entonces habían permanecido aletargados, se levantaron del piso terregoso con avidez vampírica. Religiosamente sorbió un poco, cerró los ojos, como agradeciendo al cielo el “alcohol nuestro de cada día” y lo extendió a uno de sus amigos, el oro líquido pasó por los veinte labios.

–Es que tiene que alcanzar para todos –dijo alguien.

–Ya entrados en confianza –agregó uno de nuestros compañeros guatemaltecos– ¿Por qué no les cuentas tu historia?

–Yo –empezó a decir el aludido con tono despreocupado, como si hablara al aire o consigo— era carpintero, pobre; diario me emborrachaba. Cierta noche, después de dos semanas de borrachera, regresé a casa –tragó saliva, el semblante y el tono de voz se modificaron–. Abrí la puerta y, de pronto en la oscuridad, una araña gigante se me echó encima; rodamos, me desprendí de ella y tomé una lámpara de metal y golpeé al animalejo. Se retorcía en el piso y yo lo golpeaba, lo golpeaba, lo golpeaba... En la cárcel supe que me había equivocado de casa y que a quien había hecho pinole era a mi amante que había salido a recibirme.

 

*Guillermo Samperio. (1948-2017) Narrador y ensayista, es uno de los cuentistas mexicanos más relevantes, autor de Miedo ambiente, El hombre de la penumbra y Lenin en el futbol, entre muchos otros.

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