Las rayas de la cebra
- Verónica Murguía - Sunday, 26 Dec 2021 07:45



Querido lector(a):
Llevo un poco más de la tercera parte de mi vida, veintiún años para ser precisos, escribiendo para ti desde esta sección. Podría dedicar un párrafo a la numeralia, a las páginas, sexenios y Navidades en los que te he tenido en mente, pero mejor te cuento cómo ha sido traerte conmigo este tiempo.
Cada vez que descubría algo, me iluminaba una idea ajena, me dolía por las noticias o llegaba a una conclusión, sentía el impulso de escribir aquí. Nunca redacté con flojera, aunque muchas veces me costó trabajo componer los renglones que llenan este breve espacio. Todo era material para el artículo: sueños, recuerdos, lecturas, experiencias, conversaciones propias y otras escuchadas al pasar.
Con los libros que escribo no pasa lo mismo. Al escribir novela, al menos en mi caso, pienso sobre todo en los personajes y en la trama, no en el lector. Pero en estas Rayas siempre me dirigí a ti, un ser humano al que imaginaba lleno de indulgencia y curiosidad, aunque la fisonomía que te atribuía variaba constantemente. Has sido una mujer parecida a mí, pero mejor arreglada –te la ponía fácil, sinceramente–, y has sido hombre, siempre de camisa y suéteres genéricos. Sólo una vez te puse traje, después de la lectura de una carta fabulosa que me envió un ingeniero de ochenta años para contarme que estaba de acuerdo con la descripción de una jacaranda que consigné aquí.
En mi mente has sido joven y viejo, seria y risueña, serena y acelerado. Los domingos en los que me tocaba aparecer y veía a alguien en la calle con el periódico en la mano, me daban ganas de decirle que me leyera. Siempre tuve la fantasía, que nunca se me hizo, de descubrir a alguien leyéndome en un café.
Escribir en el periódico era parte de mi felicidad, pero he de confesar que, de cierto tiempo para acá, me costaba trabajo escribir con sentido del humor. Este es el momento en el que los lugares comunes revelan su utilidad: yo he cambiado y el periódico también, lo cual, después de veintiún años, es más que normal. O podemos decir que yo he cambiado y La Jornada no. O que yo no he cambiado y el periódico sí. Como sea, ya no combino, como me decía mi mamá cuando yo salía con un par de zapatos de monja y una minifalda. Por eso, me voy a la reja con todo y cebras.
Por cierto, este espacio se llama Las Rayas de la Cebra por dos razones: porque las rayas hacen diferente a la cebra del burro, con el que comparte la forma de las crines (aunque los burros me parecen animales fantásticos) y porque las rayas de la cebra, ese lugar por el que transitan los peatones frente a los coches con el cuerpo expuesto ante las carrocerías son, para mí, símbolo de la fragilidad de la conducta cívica. Ahí están, pero pocos las respetan. Eso no significa que no sean esenciales. Su existencia es la prueba de que el fuerte, es decir el coche, no debe ser más importante que el inerme, es decir, el peatón.
Tengo, todavía, millones de cosas que contarte. Ya lo haré, desde otros lugares, si la suerte me sonríe. No sabes la cantidad de cosas interesantes que he leído. No visto, porque, como medio planeta, no he viajada mucho que digamos en estos años.
Muchas veces, lo confieso, me han dado ganas de ser la escritora más persuasiva del universo y convencerte de que los animales son lo más hermoso de cuanto nos rodea y que es nuestra obligación crear las condiciones para la supervivencia de miles de especies. Que de las decisiones que los gobiernos tomen hoy depende la viabilidad del planeta. Creo que la violencia en el país es el problema más grave que enfrentamos y bueno, también creo que hay que hacer mayor espacio a las voces que disienten con argumentos sólidos. Yo disiento y soy feminista.
Supongo que con esto basta para explicarte las razones de mi salida.
Eso sí, lo escrito nadie me lo quita. Y lector(a), si eres como imagino, te abrazo con toda el alma. Adiós.