Las rayas de la cebra

- Verónica Murguía - Monday, 27 Dec 2021 17:51 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El tesoro bajo el velo

 

Para Eduardo Piastro

Cuando era una niña, mi idea de un árabe era Aladino. Un Aladino sacado de un libro para niños, en el que el genio era idéntico a Shazzam. Sobra decir que ignoraba dónde estaban las ciudades y los países de donde venían los personajes de los cuentos. Sólo sabía que allá había camellos, esos fabulosos burros jorobados que aguantaban semanas sin agua.

Más tarde, ya en quinto, mis padres me regalaron una cuidada edición de Las mil y unas noches que quedaba a medias entre las auténticas -sanguinarias, sabias, procaces, llenas de maravillas y horrores- y el primer librito aquél. El destino terrible de los cuarenta ladrones; la traición del amigo de Alí Jocha y la justicia del cadí, inspirada en los niños que jugaban en la calle; las babuchas malhadadas de Abú Kassém; Simbad y sus viajes, todo eso se convirtió mi entusiasta y solitaria lectura de antes de dormir. Siempre he dormido mal, y tanta aventura tremenda no me ayudó nada, aunque me enamoré de Scherezada, amnor que perdura.

Pero los árabes me seguían pareciendo exóticos, misteriosos y debido a una precoz lectura de la historia de las Cruzadas, amenazantes. El autor al que leí, Joseph Francois Michaud, publicó el primer tomo de su serie en 1811, así que no puede pedírsele corrección política. Años después, la lectura del fabuloso Stephen Runciman me hizo ver lo equivocada que estaba: los Cruzados fueron unos miserables. Es más, la Iglesia ha pedido perdón por los abusos de los invasores, pues fue el Papa Urbino II quien llamó a la Cruzada.

Pero me desvío: ya en esas épocas me había fijado en un dato de la enciclopedia: antes de la Conquista, de la caída de Tenochtitlán, acaecida el 13 de agosto de 1521, hubo una Reconquista en España. No mucho antes. Veintinueve años, para ser precisos. El 2 de enero de 1492 se cerró esa Reconquista con el destierro del rey Boabdil del reino nazarí de Granada, a la que siguió la expulsión de judíos y de árabes de España. Y la dichosa Reconquista se dio después de ¡ocho siglos! de estancia de los árabes en España. El doble de tiempo que la duración de la colonia. Ocho siglos, que comenzaron con un edicto firmado por el árabe Abdelaziz ibn Musa ibn Nusair y Tudmir ibn Abdush, es decir, Teodomiro, el hijo de los godos, un edicto generoso en el que se le permitía a los conquistados vivir casi como antes, y en algunos casos, mejor. Con estos árabes llegó a España un ímpetu vital y una apertura intelectual ausentes en la mayor parte de Europa.

Ellos son nuestros antepasados. España también fue mestiza. Hablamos castellano, un idioma enriquecido en las áreas más delicadas del saber por su lengua: al menos cuatro mil vocablos castellanos vienen del árabe. Y también están presentes en los dichos: "Ver si hay moros en la costa", "De la Ceca (casa de Bolsa) a la Meca", "Ver moros con tranchete", "El oro y el moro" o cuando decimos "Zutano" o "Fulano".

Es gracias a sus traducciones que Platón y Aristóteles fueron recobrados por Europa; que se estudió y practicó la medicina de Galeno e Hipócrates. Por ellos el álgebra se enseñó en las universidades medievales. Gracias a su sensibilidad, la poesía ganó un lugar preponderante en las artes de la península ibérica. Bajo la vigilancia de los Omeyas, los judíos españoles no supieron de persecuciones durante ocho generaciones. Maimónidess, el formidable filósofo y médico judío español, escribió su Guía de los perplejos en árabe.

Estos datos no son siquiera un esbozo de la maravilla de la que nuestro idioma forma parte. Los árabes españoles no están presentes en nuestra educación, pero nuestra identidad es mucho más compleja que lo que las discusiones recientes sobre la Conquista nos quieren hacer creer. Somos mestizos y en nuestro mestizaje hay mucho más que sangre blanca e india, adjetivos paupérrimos para describir la mezcla humana que dio origen a México.

Hay árabes y mudéjares en ella, en buena hora.

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