Retratos y autorretratos: las alteridades del 'otro yo'

- José María Espinasa - Sunday, 02 Jan 2022 07:21 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La subasta del autorretrato de Frida Kahlo, 'Diego y yo', con resultados estratosféricos, desata aquí una oportuna reflexión sobre el autorretrato y el retrato en las artes plásticas, sus implicaciones estéticas y, acaso, su utilidad en el conocimiento de la obra y la persona del artista. Es “esa búsqueda del rostro”, el interno y el externo, que nos ve y a veces nos refleja.

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Hace unas semanas el arte mexicano fue protagonista en varias subastas internacionales. El arte precolombino sigue siendo motivo de tráfico, contrabando, espolio y especulación, y poco caso se hace a las protestas que el Gobierno de México presenta para tratar de impedir muchas de esas ventas. En el terreno del arte contemporáneo, el autorretrato de Frida Kahlo, Diego y yo, alcanzó una cifra récord en noviembre pasado: 35 millones de dólares. No es novedad que Frida Kahlo, por diversas razones, sea una de las autoras más cotizadas a nivel internacional: su leyenda personal, su relación con Diego Rivera, su vida política y sentimental, su escasa producción y su condición de símbolo de la lucha feminista contribuyen a ello. Sin embargo, hay algo curioso en esa cifra: no se suelen pagar precios tan altos por retratos o autorretratos. Se le considera un nicho reducido del mercado de coleccionistas, a diferencia de los paisajes, naturalezas muertas, vistas urbanas o incluso flores o bestiarios. Se piensa que hay en el retrato una condición afectiva del retratado que limita su precio público.

Lo curioso es que en México el retrato y el autorretrato son prácticas con mucha historia y alta calidad. Casi al mismo tiempo que leía la noticia  de la subasta apareció, al buscar un libro, un pequeño catálogo de 1996, Autorretratos de pintores mexicanos. Homenaje a Marte R. Gómez. Sobre esta práctica, el autorretrato, se ha escrito mucho y bien, y es una forma de mirar introspectivamente al pintor y, a través de su rostro, querer conocer su pintura, su carácter y su vida. Algunas de las pinturas más famosas de la historia son autorretratos –pienso en Las meninas– o retratos –aquí el paradigma es La Gioconda– y en México, junto a los de Frida, están otros tan extraordinarios como los de Orozco o Goitia. Pero el paradigma es, creo, Las dos Fridas, mismo que además autoriza a formular una hipótesis extraña: el autorretrato es siempre esquizofrénico. En Las dos Fridas, como en Diego y yo, hay esa condición del rostro reflejado en otro rostro y su infinito juego de espejos.

En el catálogo mencionado del homenaje a Marte R. Gómez se refleja una singular colección de autorretratos a lápiz o en otras técnicas, y su conjunción nos expresa el sentido de esa búsqueda del rostro, por diálogo y contraste. Por ejemplo pienso que, a pesar de que su autorretrato literal es extraordinario, el mejor “autorretrato” del Doctor Atl ocurre cuando retrata a Nahui Ollin. Véanse, por ejemplo, en el catálogo mencionado, los de Frida Kahlo y María Izquierdo, ambos a lápiz y de 1946, solicitados por Marte R. Gómez. El de la primera, barroco y sobrecargado, articulado sobre las pobladas cejas vueltas símbolo; el de la segunda casi etéreo, como a punto de borrarse. Se trata de dos de las más grandes pintoras mexicanas que haya habido, contemporáneas pero tan diferentes. Pero véase, además, otro todavía más evanescente, el de Olga Costa. Los tres son, a su manera, definiciones de una postura estética. Así soy yo, así es mi pintura: tautología pocas veces traicionada. Y, sin embargo, Frida Kahlo en sus autorretratos no coincide consigo misma sino con una idea de su pintura que le impusieron los otros, incluidos Diego, Breton, Trotski… hasta llegar a Madonna.

Hace veinte años pensé que la fridomanía no duraría y, como vemos, dura bastante. Eso trae cosas buenas –por ejemplo, el reciente libro de Jaime Moreno Villarreal Frida en Paris, 1939. Otras no tanto: el precio del cuadro hace impagable para una institución mexicana su adquisición, y también, supongo, inasequible para uno de nuestros ricos más ricos del mundo, en estos tiempos de pandemia. Por cierto, en la misma subasta, consigna la nota de Alondra Flores Soto, también estuvieron a la venta un cuadro de Leonora Carrington y otro de Remedios Varo. Pienso si la comparación de los (auto) retratos de todas ellas no nos revela algo de la figura femenina plasmada por esas extraordinarias artistas en una época clave para entender el rol de la mujer en la sociedad, el arte y la cultura. Frida y Diego, Atl y Nahui, dos contrastes: la fuerza de ellas viene de un lugar distinto a la de ellos. Hoy, en la tercera década del siglo XX, Frida proyecta una curiosa sombra sobre su época y su generación, y sobre la muy masculina cultura del muralismo.

Volvamos a la práctica del autorretrato en México: una de las últimas exposiciones en vida de Francisco Toledo fue una serie de autorretratos notables. La manera en que el pintor se ve a sí mismo no tiene que ver con la manera en que nosotros lo miramos a él y luego miramos su rostro pintado, no es un asunto de reconocimiento. O sí, si lo que va del conocimiento al reconocimiento es un salto cualitativo. Por ejemplo, ese dilema funciona de otra manera en la fotografía. Imaginemos que Narciso al asomarse al estanque no se enamora de sí mismo, sino que se horroriza. Pero amor y horror no tienen sólo una semejanza eufónica. La obsesiva manía por ser fotografiada de Nahui Ollin era una manera de escapar al tiempo, pero eso sólo lo consigue de verdad en el retrato que le hace el Doctor Atl. Así, vale la pena imaginarlo como un autorretrato por pincel ajeno. Si pensamos en Las dos Fridas y lo comparamos con Diego y yo, lo que vemos es un desplazamiento de la alteridad propia de Frida a la alteridad construida en su relación con Diego. El autorretrato es siempre una manera de decir, con Rimbaud, yo es otro.

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