La Biblioteca Popular Circulante de Castropol. Historia de un ejercicio colectivo del derecho a la lectura

- Xabier F. Coronado - Sunday, 09 Jan 2022 07:41 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Breve historia de una biblioteca, la Popular Circulante de Castropol (1921-1936), a un siglo de su fundación, en la que se hace patente, con justicia, la labor de un grupo de personas genuinamente involucradas en la difusión y conservación de la cultura a través de los libros, en una época en la que leer era un lujo y no pocas veces ponía en peligro la vida.

----------

A María Ramona Loriente Penzol, in memoriam

 

Los promotores de la biblioteca de Castropol trataban de educar la sensibilidad de los aldeanos, conservándoles, y esto es lo esencial y digno de ser notado, el gusto por sus cosas y por su vida rural.

María Moliner

Entre las bibliotecas populares que se fundaron en España entre la última década del siglo XIX y el estallido de la Guerra Civil, la Biblioteca Popular Circulante de Castropol (BPCC) destaca por su labor y desarrollo. Estos días se cumple un siglo de esta institución asturiana que formó una red de quince filiales que funcionaban de manera autónoma bajo la coordinación de una biblioteca central. La calidad de su acervo y sus publicaciones, la variedad de iniciativas y actos organizados, las relaciones interbibliotecarias que sostuvo, la repercusión alcanzada en la comarca occidental de Asturias y su defensa de la cultura de la aldea, hacen de la red de bibliotecas de Castropol un modelo de institución cultural al servicio del pueblo.

La de la BPCC es una labor reconocida en su época por personalidades e instituciones educativas y culturales, que comenzó en 1921 y fue truncada por el golpe militar contra del gobierno republicano en 1936. Tras su desaparición, durante los años de la dictadura franquista, la historia de la biblioteca de Castropol permaneció oculta, silenciada y condenada al olvido de todos, menos de los habitantes de aquellos pueblos y aldeas que la vieron nacer y establecerse. Una historia que permanecía latente y que no fue recuperada para la memoria cultural colectiva hasta la primera década de este siglo.

Asturias es una región histórica del norte de la península ibérica; en su mapa territorial, Castropol es el concejo (municipio) que ocupa el extremo noroccidental y es cabeza del partido judicial de toda esa comarca. En los años veinte del siglo pasado, Castropol tenía una población que rondaba los ocho mil habitantes, la mayoría vivían dispersos en pequeñas aldeas en la costa y las montañas cercanas. Las ocupaciones mayoritarias de sus habitantes eran la agricultura, la ganadería y la pesca.

Un estudio, publicado por el Museo Pedagógico Nacional, “El analfabetismo en España”, arrojaba cifras sorprendentes: el nivel estatal medio superaba el cincuenta y dos por ciento; entre las cincuenta provincias españolas, Asturias con un cuarenta y cinco por ciento, estaba entre las veinte con menos incidencia y Castropol tenía un 47.5 por ciento de analfabetos entre sus habitantes. A pesar de los altos porcentajes, eran datos que podían considerarse positivos ya que, desde principios de siglo, el analfabetismo había descendido casi un doce por ciento en el país. Este descenso se debía fundamentalmente al incremento del número de escuelas, así como a la proliferación de ateneos obreros y sociedades culturales. En Asturias, desde finales del siglo XIX hasta el golpe de Estado militar funcionaron más de 250 bibliotecas populares repartidas por su territorio.

Fundación, organización y publicaciones

Es necesaria una vigorosa acción cultural, que capacite al pueblo para regirse por sí mismo.

Por Nuestra cultura

En octubre de 1921, el periódico local, Castropol, publicó en su primera página un manifiesto titulado “Por Nuestra Cultura” (año XVII, núm. 595). El texto, firmado por ocho jóvenes estudiantes del concejo, denunciaba la alarmante situación cultural que se vivía en la comarca y, para enfrentar esa realidad, anunciaban la “iniciativa de crear una Biblioteca Popular Circulante –lo único realizable, por hoy, en nuestro pueblo– con el fin de fomentar la propagación de la cultura”. Este manifiesto supuso el inicio de una aventura cultural que cuajó el 2 de marzo de 1922 con la inauguración de la Biblioteca Popular Circulante.

En sus estatutos, la BPCC se organizaba bajo la dirección de un Patronato de once miembros que establecieron las reglas de funcionamiento de la entidad. El cargo de patrono era un trabajo de servicio a la comunidad y se formaban tres comisiones para dirigir los destinos de la biblioteca: selección y adquisición de libros, propaganda cultural y la encargada del local. Entre los miembros del patronato, Vicente Loriente Cancio fue quien más se involucró en el proyecto, convirtiéndose en el organizador y coordinador de la biblioteca durante sus quince años de existencia.

A partir de mayo del año ’27, se disolvió el patronato y la biblioteca de Castropol se convirtió en una asociación cultural integrada por socios fundadores –los antiguos miembros del Patronato– y socios protectores, que contribuían con cuotas a su mantenimiento. La entidad pasó a ser regida por una Junta Permanente y Loriente Cancio ocupó el cargo de secretario de la Junta hasta su disolución, en julio del ’36. Con este cambio organizativo, los responsables de la biblioteca pretendían evitar intromisiones a su labor pues se vivían los años de la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930).

Desde su fundación, la BPCC funcionó con un reglamento que señalaba sus características: un espacio de lectura y consulta de carácter gratuito, sin requisitos previos para acceder al local o disfrutar del préstamo de libros, con libre acceso de los usuarios a los anaqueles y el derecho de todos los vecinos a beneficiarse de sus servicios.

Los estatutos de la biblioteca planteaban una financiación basada en tres cauces: solicitar donativos a entidades públicas y privadas, aceptar cuotas de sus socios y abrir suscripciones populares. La mayor parte de los ingresos fueron aportaciones recolectadas entre los emigrantes de la comarca, remesas procedentes de países americanos, sobre todo de Cuba. Los organismos oficiales –locales, regionales o estatales– apenas alentaron el proyecto cultural de la biblioteca de Castropol. Entre las excepciones hay que señalar el apoyo recibido, desde la proclamación de la República (1931), por parte del Patronato de Misiones Pedagógicas, una ayuda en forma de libros y materiales didácticos nunca a nivel económico. La falta de apoyos de organismos oficiales propició su condición independiente.

La BPCC se inauguró con un fondo bibliográfico de 158 volúmenes que se fueron incrementando a lo largo de los años, según un criterio marcado por las características sociales de la comarca y los objetivos de la entidad. Así, se fueron integrando secciones diferenciadas para satisfacer las necesidades culturales y profesionales de los usuarios: sección de agricultura, ganadería y pesca; sección de literatura; biblioteca del maestro; biblioteca infantil; sección asturiana; sección de música.

A partir del verano de 1925, el Patronato de la biblioteca planteó la necesidad de crear una red de filiales con el objetivo de llevar los libros a todos los rincones del concejo. Durante los diez años siguientes se abrieron un total de quince bibliotecas en pueblos y aldeas de la comarca occidental de Asturias. A medida que la red de bibliotecas de Castropol se implantaba, el número de usuarios y lecturas se fueron incrementando. En su primer año de funcionamiento se realizaron mil trescientos préstamos de libros, y en sus últimas estadísticas la cifra estaba cercana a nueve mil en todas las bibliotecas. Del mismo modo, el número de obras fue creciendo gracias a las adquisiciones y donaciones recibidas. En 1936, el fondo bibliográfico de la biblioteca central estaba próximo a los cinco mil volúmenes. A esta cifra hay que sumarle el acervo existente en el conjunto de las sucursales de la red, que puede estimarse cercano a los cuatro mil libros.

Las bibliotecas filiales se formaban con un mínimo de cien volúmenes de fondo inicial propio. La biblioteca central se encargaba de circular libros, con el propósito de ampliar la oferta de lectura a los usuarios. Los lotes se renovaban cada tres meses y eran completados en función de las solicitudes que los lectores hacían a los responsables de cada filial. La biblioteca de Castropol estableció la figura del delegado o agente bibliotecario en los pueblos y aldeas donde no había una sucursal; los delegados portaban un índice de libros y recogían las peticiones de los vecinos interesados en leer. De esta manera los delegados realizaban un servicio de préstamo ambulante y autónomo.

Cada biblioteca de la red funcionaba de manera autónoma, dirigida por una sociedad de lectores. Como ejemplo, la sucursal abierta en 1934 en La Veguina (concejo de Tapia de Casariego), todos los vecinos pagaban una cuota anual para asegurar la subsistencia de la biblioteca; así se convertían en socios protectores al asegurar el mantenimiento de un local propio y la compra de libros. La red de bibliotecas se coordinaba a través de asambleas anuales a las que acudían los responsables de cada una de ellas. En las asambleas, que también estaban abiertas a los usuarios, se presentaban ponencias y se discutían los problemas planteados por los asistentes. Además, existía un Comité interbibliotecario que se reunía trimestralmente con los miembros de la Junta Permanente para tratar los temas relativos al funcionamiento de la red. A través de las diferentes reuniones y asambleas se fue perfeccionando un procedimiento de coordinación que es modelo para quienes se dedican a organizar sistemas bibliotecarios.

A lo largo de su historia, la BPCC tuvo siempre a su disposición un medio impreso para comunicarse con sus lectores y, a través de sus páginas, se puede seguir la historia de la biblioteca. En los primeros años, el decenario Castropol divulgaba los asuntos de la biblioteca. A partir de 1924 editaron su propio boletín, El Libro y el Pueblo, del que salieron cuatro números. En octubre de 1929, los integrantes de la Junta Permanente comenzaron a publicar un medio de información general, El Aldeano. Este periódico quincenal se convirtió, hasta su desaparición en 1933, en el medio de expresión de la biblioteca.

El boletín más profesional editado por la entidad asturiana llevaba el nombre de La Biblioteca, apareció en 1934 y se llegaron a imprimir cinco números hasta su cierre, dos años después. La biblioteca de Castropol también publicó libros, índices bibliográficos, reglamentos, impresos, carteles de propaganda cultural y anuncios de actividades.

Vasconcelos en la Biblioteca Popular Circulante

Nos recibieron los amigos de Castropol y en lancha nos transportaron al salón de la conferencia, que estaba lleno de un público interesado en libros y en ideas.

José Vasconcelos

A lo largo de su historia, la biblioteca de Castropol organizó grupos de trabajo comunitario a los que todos los vecinos eran invitados a participar. Unos estaban orientados a recabar datos sobre lenguaje, folklore y demás manifestaciones de la cultura autóctona; otros a realizar siembras comunitarias de experimentación agrícola; alrededor de la biblioteca también se formaban colectivos de teatro, títeres, coros, etcétera. Es de remarcar el número y la calidad de actos culturales organizados por los responsables del proyecto: ciclos de conferencias, conciertos, lecturas, exposiciones, teatro, títeres, proyecciones cinematográficas, premios musicales, excursiones y fiestas, se sucedieron en los salones del casino y la biblioteca central, en las sedes de las sucursales de la red o al aire libre en pueblos y aldeas de todo el occidente asturiano.

Uno de aquellos actos tuvo relación directa con México: en 1932, José Vasconcelos visitó la BPCC durante sus meses de exilio asturiano. Tras llegar a España procedente de París, después de la trágica muerte de Antonieta Rivas Mercado, el educador y político mexicano vivió en Somió, una aldea cercana a Gijón, donde rentó una quintana y se dedicó a trabajar la tierra y criar animales, pero sobre todo aprovechó la tranquilidad para escribir. Vasconcelos relata este período en su libro de memorias El Proconsulado (1939): “Me tenía tomado el tiempo la preparación del Ulises y el estudio de los temas de la Estética. También en esos días juntaba el material del volumen que titulé La sonata mágica.”

A pesar de su aislamiento, el escritor mexicano dio dos conferencias en el Ateneo de Gijón y asistió a otros actos culturales: “de ciertas actividades públicas de la misma Asturias no podía eximirme del todo y así fue como acepté pronunciar el discurso de inauguración del monumento a Jovellanos en Puerto Vega.” La invitación incluía una visita a la biblioteca de Castropol. El maestro de América aceptó el paquete completo y en homenaje a Jovellanos pronunció un discurso sobre la hispanidad, que fue reseñado en todos los periódicos de la región y que en México se publicó hace pocos años (Biblioteca de México, núm. 111, 2009).

Al día siguiente, Vasconcelos continuó viaje hasta Castropol, donde fue recibido por Vicente Loriente y demás miembros del grupo responsable de la biblioteca. Visitó la central y algunas filiales de la red y dio una conferencia sobre las bibliotecas americanas y su lucha por difundir la cultura. Durante su visita, José Vasconcelos fue nombrado presidente honorífico de la biblioteca de Castropol:

Concertamos una visita a Castropol, donde existía un simpático grupo intelectual dedicado al trabajo de difusión de bibliotecas y de intercambio con la América española. Presidía dicho grupo don Vicente Loriente, joven historiador […] Aun siendo cada uno de procedencia un tanto diversa, advertíase en todo el círculo de Castropol una liga como de parentesco espiritual muy firme […] Años después, una monografía erudita y comprensiva de Vicente Loriente me sirvió de documento para el capítulo de mi Breve historia de México sobre los descubrimientos.

Una de las inquietudes de la BPCC era establecer contactos con otras bibliotecas y colectivos culturales, algo que era imprescindible dado su aislamiento geográfico. Esta necesidad quedó satisfecha con el intercambio de información y publicaciones que los coordinadores de la biblioteca de Castropol realizaron con otras bibliotecas: en España con la totalidad de las entidades bibliotecarias asturianas, así como la mayoría de las bibliotecas populares catalanas y de otras regiones de la península; en los países europeos sostuvo relaciones con bibliotecas de Portugal, Checoslovaquia y varias bibliotecas francesas. Durante su visita, Vasconcelos les facilitó contactos con el Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación de México y algunas bibliotecas que había visitado en Colombia, Ecuador y Perú.

Conclusión

El personal que sirve la Biblioteca de Castropol y las sucursales, se compone de personas abnegadas guiadas por su amor a la cultura.

Juan Vicens

Durante el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, celebrado en 1935 en España, Vicente Loriente Cancio ocupó el cargo de vicesecretario general del congreso y secretario de la sección de Bibliotecas Populares en representación de la Red de Bibliotecas de Castropol. A raíz de los contactos realizados con otras instituciones culturales surgió el proyecto, impulsado por la biblioteca de Castropol, de crear una Federación de Centros de Cultura Popular, abierta a las agrupaciones de todo el país. El propio Vicente Loriente Cancio escribía en el boletín La Biblioteca: “El propósito es articular una organización lo suficientemente elástica para que, dentro de una absoluta libertad de movimientos para cada entidad, éstas disfruten de todos los beneficios que se derivarían, no ya del conocimiento y apoyo mutuos, sino de una activa colaboración en lo referente a labor bibliotecaria, conferencias y exposiciones, cine educativo, etc.”

La importante labor cultural que la biblioteca de Castropol venía desarrollando durante más de catorce años quedó truncada con el estallido de la Guerra Civil. A los pocos días del golpe militar, las tropas facciosas del ejército penetraron en Asturias. Una de las primeras localidades ocupadas fue Castropol, la biblioteca se cerró y sus responsables fueron perseguidos.

A grandes rasgos, esta es la historia de la BPCC y su red de bibliotecas filiales, un organismo que desarrolló un proyecto cultural dirigido a toda la comunidad, sin distinción de clases sociales o ideologías. Una historia que fue posible gracias a la participación de hombres y mujeres entregados a una labor educativa y solidaria para preservar y expandir la cultura de la sociedad rural en que vivían.

Concluimos con la valoración de dos especialistas en bibliotecas que conocieron el trabajo de la biblioteca de Castropol. La filóloga y bibliotecaria María Moliner opinaba que “la ejemplaridad de la Biblioteca de Castropol está en la desproporción enorme entre sus medios y su obra, que demuestra lo que pueden conseguir el entusiasmo y la iniciativa particulares cuando no son producto de un esnobismo sino de aspiraciones colectivas que encuentran a los hombres que saben concretarlas y realizarlas.”

Por su parte, Juan Vicens, responsable de bibliotecas del Patronato de Misiones Pedagógicas durante la República, escribió:

Entre las bibliotecas no oficiales hay una verdaderamente extraordinaria, la Biblioteca del Concejo de Castropol. No necesito descubrirla, puesto que se ha hablado de ella en diversas publicaciones, entre ellas en Bibliothéques Populaires et Loisirs Ouvriers, del Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. La Biblioteca Popular Circulante de Castropol, la más moderna de las bibliotecas populares, merece ser conocida en todos los lugares porque constituye un ejemplo.

Versión PDF