La otra escena

- Miguel Ángel Quemain - Sunday, 09 Jan 2022 07:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Observatorio teatral, el rostro precario de nuestra escena (II y última)

 

El marco en el que se cierra el ejercicio cultural de 2021 y abre el de 2022 consiste en colocar lo que entendemos por producción cultural como parte de las tensiones que han relativizado las actividades culturales y la organización de las últimas tres décadas en un ejercicio de autocrítica del Estado mexicano, personalizado desde 2018 en las declaraciones de AMLO, sumadas a las extinciones de una simulación que el presidente consideró enmascarada en fideicomisos que se acabaron para tirios y troyanos.

Los reproches que desde el Estado y el Gobierno Federal se han lanzado al modo de administrar la cultura en el pasado, también representan una manera distinta de entender los desarrollos culturales, poniendo sobre la mesa la discusión sobre las formas de disimulo que el Presidente ha considerado como una apuesta servil al poder, por una parte de artistas e intelectuales que percibe como una forma cultural que el salinismo corrompió con esa miel de la legitimación y puso a su favor.

El sexenio de Salinas estableció prebendas y creó un conjunto de vocerías para ser aplaudido por una parte y por otra, para garantizar el mutis de quienes callaron para no perder, y también conquistar, posiciones en una dinámica que, si bien heredó mucho del empuje porfirista, también se alimentó de la esperanza vasconcelista que mantuvo la mancuerna educación-cultura, como parte del desarrollo espiritual del país y, hay que decir, cierta independencia de los creadores que siempre han identificado sus fronteras.

Inevitablemente, la contienda ideológica desacredita empeños que son logros espirituales e intelectuales legítimos de muchos agentes, que los representantes de la 4T consideran sus enemigos. El tribunal que condena a quienes han sido los voceros del salinismo, que en realidad siempre fue prianista (con esa mezcla de empresarios que desprecian la cultura que temen y los pone en evidencia, y los mercaderes que la enmascaran como espectáculo en sus medios electrónicos concesionados), tiene que ser capaz de reconocer que sus adversarios políticos también han hecho contribuciones a la cultura mexicana, aunque estén moralmente derrotados.

No basta con denunciar sus privilegios del pasado y demostrar todos los días que su libertad de expresión no está amenazada. Es necesario reconocer logros y deslindar a una comunidad artística que, si bien estuvo amedrentada y/o callada para no sudar fiebres ajenas, parece cada vez menos dispuesta a mantenerse en ese clóset hipócrita que calla (del que han empezado a librarse mujeres activistas y agentes de la diversidad sexual en pie de lucha) y otorga, mientras un sector de la cultura recoge las migajas del banquete, con esa certeza de que no se vive del aplauso.

Ese conjunto de artistas/educadores (no artistas/creadores) aglutina a quienes han dividido su existencia entre enseñar lo que saben a una ciudadanía que no promete continuar ni “consumir” la producción cultural de las tradiciones artísticas, y sobrevivir en las nóminas de honorarios, hoy amenazadas, según los detractores de la 4T, por el austericidio con el que muchos medios amanecieron este año, augurando la desaparición de la ENAH y los sucedáneos (en 2019 fue la Fonoteca Nacional). Finalmente nada de eso se detiene, lo que se ajusta son los puestos de estructura y los sueldos, como los que se niegan a soltar, entre otros, el INE.

No podemos terminar de poner en contexto en un par de entregas una situación compleja en la que se enmarca este esfuerzo intelectual, cultural y académico. Para empezar una discusión de hondura es importante comparar los números y cotejar con los “otros datos” que se cruzan con los de teatrounam.com.mx

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