Gabriel Retes a 30 años de 'El bulto'

- Rafael Aviña - Saturday, 12 Feb 2022 20:45 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Oportuno y merecido recuento crítico de la obra de Gabriel Retes (1947-2020), contestatario director independiente, entre otros, de los filmes 'Chin, Chin el teporocho', 'Los cachorros', 'Lo mejor de Teresa', 'Cómo filmar una XXX', 'La ciudad al desnudo' y 'El bulto', este último revisado aquí con más detenimiento a treinta años de su exhibición.

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Cortos como El paletero (1971) o Fragmento (1972) y largometrajes rodados también en marginal Súper 8: Los años duros (1973) y Los bandidos (1974), mostraban en estado embrionario algunos de los tópicos que el entonces joven e innovador cineasta Gabriel Retes (1947-2020) desarrollaría a continuación: la violencia urbana, el trauma de 1968 o la represión social que de alguna manera engloba su debut en la industria con Chin Chin el teporocho (1975), filmada en el corazón de Tepito, donde ocurre la acción de la novela de Armando Ramírez: una inquietante, fresca y sincera mirada sobre las conductas del lumpen en una urbe que iniciaba su descenso en picada entre devaluaciones, corruptelas y falsos triunfalismos. La novela fue adaptada por la espléndida dramaturga Pilar Campesino, entonces esposa del propio Retes.

Hijo de notables histriones como Lucila Balzaretti y el gran actor y director teatral Ignacio Retes, Gabriel debutó en los escenarios desde la infancia y consiguió espléndidas actuaciones en filmes como Cristo 70, Ya somos hombres, Los cachorros, Lo mejor de Teresa, Bajo California, Borrar de la memoria y Cómo filmar una XXX. Como realizador, a Retes se le deben filmes subversivos, adelantados a su tiempo, incómodos, brutales y algunos inmensamente divertidos: la citada Chin, Chin el teporocho, Nuevo mundo (1976), La ciudad al desnudo (1987) y El bulto (1991), realizadas con presupuestos irrisorios y trastocadas en objetos de culto, como quizá ocurra con su última película, estrenada sólo en la Cineteca Nacional: Identidad tomada (2020), escrita por él y la talentosa Lourdes Elizarrarás –expareja de Gabriel– en la que, como en sus insuperables Bandera rota (1978) y Bienvenido-Welcome (1993), el tema era el cine dentro del cine.

Desde Bandera rota, Retes estableció su posición política y provocadora, al tiempo que fundaba la Cooperativa Río Mixcoac, con la que se independizaba de la industria, creando sus propios medios de financiamiento y no sólo eso, pues la familia de Retes entera colaboró de forma activa en el proceso creativo de sus obras. Enfant terrible del echeverrismo, cooperativista politizado que resurgió de entre las cenizas de un cine en crisis, cineasta vapuleado por la censura, la crítica y las buenas conciencias de exhibidores, Retes experimentó con un atípico cine de aventuras en la primera mitad de los años ochenta (Mujeres salvajes, Los náufragos del Liguria y Náufragos II: los piratas) y resurgió de manera sorprendente en los noventa, para mantenerse fiel a sus principios y a sus propuestas de cineasta independiente, aguantando los vaivenes sexenales y las políticas fílmicas, en busca de una constante renovación y siempre a través de un estilo lúdico y crítico.

Su entrada al sexenio salinista fue con el crudísimo relato urbano menospreciado por la crítica, La ciudad al desnudo, estrenada en 1989, que lanzaba entre otros actores importantes a Luis Felipe Tovar y Damián Alcázar. Después, con sólo tres cintas realizadas en los noventa, se convertiría en uno de los cineastas más representativos del cine mexicano de esa década: un par de ambiguas y atractivas películas sobre la crisis de la pareja, el sida, el México salinista y el cine mismo: Bienvenido-Welcome, sobre los problemas de un equipo de filmación, y El bulto (1991) acerca de un hombre que despierta de un coma de veinte años, para cerrar esa década con el western-noir titulado Un dulce olor a muerte (1998), inspirada en una novela de Guillermo Arriaga.

Ecos del halconazo

Fueron muchos los periodistas que resultaron agredidos y lesionados, sin embargo, entre los que oficialmente reportaron los servicios de emergencia se encontraban los compañeros Sotero García Reyes de El Heraldo que fue pateado por un individuo armado con un rifle m2; Ricardo Poery Fernández de El Día, quien además de la golpiza, sufrió el robo de su reloj; Tony Hallick, camarógrafo de la nbc, quien recibió varias patadas… Manuel Reyes y Juan Sevilla, fotógrafos de El Universal, a quienes además de golpearlos les robaron sus cámaras…” Jorge Avilés Randolph y Elías Chávez García, El Universal, 11 de junio de 1971.

Al tiempo que se escucha la voz de un anónimo líder de los Halcones: “Son comunistas, vamos a darles una lección”, la ágil cámara de Jesús Chuy Elizondo, con imágenes viradas al blanco y negro, capta a un grupo de jóvenes que manipulan chacos y varas de bambú; escena que se alterna con la de manifestantes que avanzan por las calles de San Cosme en la sangrienta tarde del 10 de junio de 1971, en una de las secuencias de créditos más impactantes del cine mexicano: la de El bulto. Ahí, Lauro (el propio Retes), reportero gráfico de Excélsior, queda atrapado en ese caos y recibe una despiadada golpiza que lo dejará inconsciente a lo largo de dos décadas.

El bulto se estrenó en 1992 con una aceptable corrida comercial en cines acostumbrados a exhibir películas estadunidenses, y más tarde Videomax la distribuyó con éxito en video. En su momento, el apreciado guionista y crítico de cine Francisco Sánchez publicó en El Nacional que El bulto era una suerte de continuación de Rojo amanecer, de Jorge Fons; por supuesto, la conexión resultaba lógica. No obstante, lo atractivo del inclasificable filme de Retes, ejemplo sin duda de un cine moderno para la época, fue su inteligencia para cuestionar el pasado desde el presente y viceversa, de forma original y divertida, a través de una suerte de denuncia ambigua y a la vez perturbadora en la que su protagonista despierta para percatarse de que ya no existe el Partido Comunista Mexicano, de que el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari nos iba a sacar del atolladero con el Tratado de Libre Comercio y que sus combativos amigos revolucionarios han sido cooptados por el gobierno. Una inquietante y lúdica metáfora sobre un país adormecido durante dos décadas.

En la trama, el cuerpo en estado vegetativo de Lauro reacciona en 1991 con una erección; un doble despertar en un relato insólito e insolente de enorme audacia visual y temática, que mostraba ironía y distanciamiento y, a su vez, un nacionalismo exacerbado y ambivalencia política, en la que no podía distinguirse si se trataba de un elogio o de una burla hacia la modernidad salinista. A diferencia de otros tantos relatos de discapacitados de aquel momento, dispuestos a mostrar sus virtudes y empeños, aquí El bulto, como le llaman sus hijos en la cinta y en la vida real –Juan Claudio y Gabriela Retes, esta última autora del guión junto con Gabriel y Lourdes Elizarrarás–, resulta un estorbo, un bulto, que abandona el hospital para llegar a su casa a convertirse en una monserga. Un papá con el que sus hijos nunca han convivido, al que hay que atender, bañar, darle de comer… Para él, el tiempo se ha detenido veinte años y aunque de a poco recupera el habla y el movimiento, se empeña en permanecer en el pasado.

Lauro es el joven de ayer que se duerme con la esperanza del triunfo socialista y despierta envejecido, sólo para atestiguar el triunfo del libre comercio. No entiende nada, es intransigente, cuestiona a los que lo rodean. Cree tener la razón, se vuelve de nuevo un estorboso bulto, igual que esa pesada modernidad en la que vive en aquel 1991, en una nación gobernada por Carlos Salinas de Gortari, “el mejor presidente que ha tenido México desde Lázaro Cárdenas”, como lo explica uno de los personajes, antiguo activista político incorporado al sector público.

Con una trama que bien podría inclinarse al alegato acartonado con tintes trágicos, el clan Retes consiguió una suerte de gran farsa crítico-alegórica, tan regocijante como emotiva, tan subversiva como acorde a los lineamientos políticos de entonces. Ganadora del IV Concurso de Cine promocionado por el extinto Departamento del Distrito Federal, el STPC y el Imcine, El bulto mostraba que para esos años noventa, los radicalismos políticos se habían suavizado, las mujeres eran más liberadas, las nuevas generaciones se iban volviendo más conformistas y antipolíticas (basta ver las de hoy en día) y los hombres empezaban a usar el cabello corto y aretes, en una era que iniciaba un camino sin retorno en el área de la tecnología visual.

Con un desenfado poco habitual en nuestro cine, un estilo ágil y depurado, Retes mezclaba farsa, melodrama, crítica social y política, temas ecologistas que se ponían de moda, reconstrucción documental, entrevista y eficaces escenas íntimas en una obra que rompía con la monotonía del cine nacional de entonces. De igual modo, El bulto mantenía una incisiva mirada sobre la brecha generacional: Lauro y sus hijos tienen la misma edad mental y moral; sin embargo, sus intereses y metas son opuestas hasta que logran conjuntarse en una escena final, con rap de El bulto incluido. Es decir, el protagonista pretende imponer su autoridad de paterfamilias, pero eso ya no funciona en esa época de transformaciones, desinformación, contaminación y nuevas enfermedades (como puede adivinarse, hoy se impondría una nueva entrega de El bulto).

Pese a sus evidentes coqueteos con el régimen de entonces y de algunas efectistas y emotivas escenas de nacionalismo encendido, como aquel recorrido en el Zócalo nocturno durante las fiestas patrias, El bulto fue y continua siendo hoy, a treinta años de su estreno, una propuesta muy original, saludable y revolucionaria en varios niveles, capaz de atrapar al espectador más parco debido a su entusiasmo, dispuesta a calar en las emociones y en el intelecto, en la que además participaron figuras como Héctor Bonilla, José Alonso, Delia Casanova, Luis Felipe Tovar, Xavier Robles y Pilar Campesino, entre otros.

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