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Poesía y verdad

'Exorbitante' (edición bilingüe), José Ángel Leyva, L’Harmattan, Francia, 2020.
Evodio Escalante

 

En traducción del poeta francés Michel Cassir, la edición bilingüe del nuevo libro de poemas de José Ángel Leyva, Exorbitant/Exorbitante desafía de entrada nuestras expectativas. Según el Diccionario de la RAE, exorbitante sería un adjetivo que significa “excesivo, exagerado.” El sentido que le otorga Leyva, empero, se vincula más bien con el que le otorga Bajtín a la palabra exotopía: se trata de una visión inusitada, sorprendente, surgida desde el exterior, pero que permite ver mejor lo de “adentro”. Justo la visión que tienen los cosmonautas cuando orbitan alrededor del planeta. A partir de esta suerte de paralaje, Leyva construye un libro estratégico con el que reconstruye no sólo la visión que puede tener un astronauta de la vida en la Tierra, lo que le habría permitido observar el temblor de septiembre de 1985 como si se tratara de un hilito de polvo que brota del Pacífico para adentrarse serpeando en el Valle de México, sino que emprende un recorrido con el que evoca algunos momentos dramáticos de la historia: la persecución de la Inquisición contra Bruno y Galileo, el sitio (y las atrocidades) de Leningrado, el asesinato de Trotsky, el acoso de Víctor Serge por la burocracia soviética, sin que falten evocaciones a algunas de las grandes obras de arte del siglo pasado: El acorazado Potemkin de Serguei Eisenstein, por ejemplo, nueva protesta contra la brutalidad policíaca.

Editor, periodista, ensayista, promotor cultural, novelista y autor de cerca de una decena de libros de poesía, algunos de ellos traducidos a otras lenguas, el origen de Exorbitante es una entrevista que le hizo Leyva al astronauta Víctor Sabinij durante una visita que éste hizo a nuestro país. Leyva se dio cuenta desde un primer momento que el astronauta ejemplificaba a la perfección un pensamiento de Baudrillard, al encarnar el tránsito de la trascendencia filosófica a lo que sería la exorbitancia, una suerte de mirada extranjera y nómada, como venida de otro mundo. A partir de ella reconstruye las experiencias del astronauta, tanto en su “cotidianeidad” dentro de la cápsula en el espacio, como en aquellas “vivencias” que le permiten al poeta compendiar la cuota de sufrimiento y destrucción que dejó en la ciudad de México el terremoto de 1985, visto ya no sólo como una distante estela de polvo sino como una “serpiente emplumada” capaz de destruir cuanto encontraba al deslizarse.

En esta visión no priva el esteticismo, como podría creerse, sino antes bien un sentido de la compasión por los muertos y la cauda de sufrimiento ocasionada por el sismo y otras catástrofes sociales. Así, el propio Sabinij llega a preguntarse, estando en México: “¿Qué me trajo a este país de dioses sanguinarios/ de impuestos bárbaros constantes a la muerte…?” En esta tesitura anímica, podría decirse, está concebido el libro. A partir de aquí, José Ángel Leyva se siente autorizado para explorar, desde su exotopía, ciertos hitos notables en la historia del hombre, y de modo especial, aquellos que conciernen a la experiencia de un joven militante marxista que creyó en el socialismo y que vio sucederse en catástrofes sucesivas la caída del Muro de Berlín así como la desintegración final de la Unión Soviética.

También Víctor Serge y su hijo, Vlady, tripulantes de un tren que los lleva al destierro, van encapsulados en una nave, como sucedió con Sabinij. También Trosky, al reaccionar ante el piolet que le ha encajado en la cabeza el emisario de Stalin, da un “giro exorbitante” para encarar el rostro de su asesino y conocer la verdad.

A José Ángel Leyva le sublevan la opresión y la injusticia, donde quiera que las haya, pero no ha escrito un libro “de protesta”, sino más bien una suerte de sinfonía de los muertos a quienes estamos obligados a memorar. “Y sin embargo se mueve”, el poema dedicado a Galileo, y que es como el eje del libro, consta de diez secciones. El dogma criminal de la Iglesia Católica, por supuesto, ocupa un primer plano y suscita emociones del escritor que se rebela ante la atrocidad: “El telescopio de la fe vigila el pensamiento// No pasaba la ciencia por el ojo de la aguja/ donde cabían holgados los siete pecados capitales.” Lo interesante es que no sólo la casulla de Urbano VIII resulta cuestionada; igual pregunta Leyva, con sesgos de ironía: “¿Qué puede Dios hacer por sus pastores?” O exacerba el sarcasmo: “La Inquisición no pudo borrar la inteligencia/ en nombre de un Dios hecho de leña.”

En el poema dedicado a Víctor Serge encuentro unos versos que acaso sintetizan esta protesta contra la irracionalidad que se ha apoderado del sentido: “Al fondo de las calles su madre aullaba de tristeza/ En los canales del delirio se estancaba para siempre/ la brújula de un Dios oculto en la omnisciencia.” Suprema ironía: el velo de la omnisciencia ha hecho que Dios permanezca oculto a los ojos de los creyentes. La teología se hace cómplice de la expoliación del hombre por el hombre.

Se entenderá si concluyo que Exorbitante es un gran libro del desasosiego. Pero en este desasosiego hay esperanza, por eso ha escrito Leyva con total convicción: “La justicia vendrá también alguna vez para los muertos.” Walter Benjamin afirmó en un pasaje de sus Tesis de filosofía de la historia: “ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y el enemigo no ha dejado de vencer”. Al pesimismo mesiánico de Benjamin, que redactó lo anterior en la época del Pacto Germano Soviético, José Ángel Leyva opone un rasgo de optimismo que estamos obligados a agradecer.

 

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