La grafomanía y el arte de los locos: los 'Papeles de Tebanillo González'

- Enrique Flores - Friday, 18 Feb 2022 00:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Este artículo nos presenta un libro que reivindica el 'arte bruto' o 'arte de los locos', cuyo autor, poeta y grafómano, personaje excéntrico, perseguido por la Inquisición, de oficio bordador y de nombre José Ventura, se mueve en el territorio “de las obras marginales, excéntricas o heteróclitas”, donde sólo existen el deseo y la escritura.

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Da espacio a tu deseo

La Celestina

Este libro aborda el delirio, y a un tiempo canibaliza las formas del delirio. Experimenta y aborda a los artistas delirantes a partir de una edición anotada de los “papeles” de Tebanillo González, por buen nombre José Ventura, bordador de oficio, poeta y grafómano, personaje casi literario, excéntrico, perseguido por la Inquisición y encerrado finalmente en la casa de locos de la capital, el Hospital de San Hipólito, en 1789, para salir de allí en 1798, legando a la posteridad un archivo de más de cien folios de coplas, cartas, diseños, dibujos, diálogos escritos y pintados. Materiales todos ellos incomparables por su marginalidad y por primera vez editados en forma íntegra, que abandonan las ortodoxias y compulsiones comunes de la escritura y el arte para obedecer a su deseo: a su delirio y su deseo. Y abordados de acuerdo con un método: la mímesis del delirio, de un modo que tal vez puede parecer provocador o incómodo para un canon demasiado restrictivo; multiplicando los contextos y reconociendo la igualdad de las inteligencias; generando espacios de reflexión propicios a mostrar, y no a “explicar” o a “analizar” –otros podrán hacerlo– los papeles de Tebanillo. Todo eso en una especie de díptico o un díptico de dípticos compuesto de una transcripción y una edición del proceso inquisitorial, seguida de una edición crítica de los “papeles” archivados por el Santo Oficio, tras encerrar a su pergeñador en San Hipólito, y otro volumen hecho de citas, retazos y muestrarios de pesquisas emparentadas, y de otras figuras de “locos” y artistas delirantes.

Se trata de materiales prácticamente desconocidos, sin antecedentes en el ámbito de la filología, de la crítica del arte o del psicoanálisis en México –con la intrigante excepción de los trabajos sobre el gran pintor Martín Ramírez–: de una indagación cuyo carácter erudito, como esas ideaciones de los “locos literarios”, no excluye una inclinación interdisciplinaria, riesgosa y arriesgada, heterodoxa y heterogénea, que suprime barreras y abre puertas, con la intención de señalar conexiones y que ignora censuras previas. Y ello, reitero, en un texto o textil –un bordado– replegado en elipsis y desplegado en múltiples voces: un texto esquizo, heteróclito, plagado de experiencias de locura, encierros, teatros, diagnósticos, sexualidades y marginalidades, melancolías y escrituras, que configuran un juego de lecturas delirantes.

El volumen está, así, dividido en dos partes. La primera es filológica. Se trata de una edición de los “papeles” de Tebanillo. Y aunque existen algunas experiencias anteriores en esa dirección –incluida la edición parcial de María Águeda Méndez y mi admirado maestro Georges Baudot, en el libro Amores prohibidos, cuyas lecturas me permito corregir–, hacía falta una edición completa de estos materiales, la cual, creo, no llegó a cuajar a causa de la extrañeza y la heterodoxia de los textos, que hizo imposible su recepción y escucha por una crítica tradicional y académica, y que sólo una proyección de vanguardia, como lo fue la de los surrealistas, y antes la de los expresionistas y dadaístas, por no hablar de la intervención del psicoanálisis menos ortodoxo, del esquizoanálisis o de la etnopoética, podría reivindicar o situar en el lugar que les corresponde. Esa es la proyección que sostenemos en este libro.

En cuanto a la segunda parte –que terminó convirtiéndose en un segundo volumen–, es una suerte de patchwork tejido con materiales vinculados a Tebanillo: un cajón de sastre, por aludir al oficio del personaje. Pero el desorden, si lo hubiera, no es absoluto: los hilos se van tramando a veces con rudeza y otras veces delicadamente, con sutileza, cosiendo trozos de tela provenientes de fuentes muy heterogéneas. Mi voz aparece a través de otras voces, y esas voces de académicos, de historiadores, de analistas, de escritores y artistas heteróclitos son el canal de expresión de la mía. Y es que todas esas voces son elocuentes y fascinantes. No hablan directamente de Tebanillo, pero exploran universos vinculados a él en la historia de la locura, en ciertas lecturas teatrales y picarescas –comenzando por la Vida y hechos de Estebanillo González–, en lo que una tradición originada en el surrealismo y asumida luego por Jean Dubuffet ha llamado arte bruto o arte de los locos, y que Raymond Queneau, en la admirable obra que lleva por subtítulo Los locos literarios, atribuyó, no a los “locos” sino a los “heteróclitos”. Lo que intenté fue resaltar el entramado de locura y escritura, con todas sus implicaciones delirantes y materiales, en el sentido bruto del término: los elementos que los “locos” toman de donde sea para escribir o pintar, o bordar –asombra el lugar que posee el arte del bordado en el “arte bruto”, y es imposible no recordar el lugar que Lacan le dio a la teoría y el arte de los nudos–, terminando, por supuesto, en el bordado como una forma o como la forma de escritura, para Tebanillo y para otros. Por no hablar de otros dos aspectos que encauzan mi textil: la obsesión de la escritura, la grafomanía, definida por Tebanillo en la frase que sirve de epígrafe a este libro, así como las formas peculiares que adopta el “arte de los locos” en América Latina, incluyendo Brasil. He intentado interrogar los materiales a través de ese universo de experiencias –sin volver a Tebanillo un objeto ni instrumentalizar sus “papeles”. Siempre a la sombra, o el trasluz, no únicamente de la obra y la experiencia de Dubuffet, y antes de él de Breton y Éluard, sino también de Queneau y de la censura que experimentó cuando escribió Los locos literarios, magna obra rechazada en su tiempo y que transformó, de investigación documental y erudita, en la novela titulada Los hijos del limo.

Hace años, en un proyecto encabezado por Margo Glantz –la Guía de Forasteros–, presidida por la aparición de Tebanillo, escogimos algunos textos del bordador para “entrar en materia” y encabezamos la primera entrega con una frase suya: “No es bueno obedecer.” Frase que no olvidé y que reanimé en otro trayecto de edición de materiales conservados en el Archivo de la Inquisición, reservándome la transcripción de los papeles de Tebanillo. Así volvieron a surgir los “escándalos” del bordador, y se hizo necesario añadir la transcripción del proceso mismo, en un formato capaz de dar cuenta de las respuestas, o declaraciones, de los interrogados en las sesiones inquisitoriales –transcripción que antecede la edición de los “papeles”–, puesto que la relación de Tebanillo desbordaba evidentemente la profusión de escritos y dibujos que el Santo Oficio había secuestrado. Y aunque alguien más proponía un “diagnóstico” de la locura de Tebanillo, preferí exceptuarlo de estos trámites y conectarlo al flujo esquizo de los bordados de la locura, a través de las pesquisas que hice en mis visitas a las colecciones de “arte bruto” de Lausana o Berna, o París, o de las obras aún más extrañas que se conservan en Brasil o California. En el territorio de las obras marginales, excéntricas o heteróclitas, no hay lugar para el diagnóstico: existen únicamente el deseo y la escritura.

¿Cómo analizar una escritura como la de Tebanillo? ¿Cómo interpretarla? No, desde luego, reduciéndola sino multiplicándola, haciéndola errante: induciéndola a la errancia, al error, desvariándola. Contagiándose de su locura, y la locura de otros heteróclitos, a manera de método. O, visto desde otra perspectiva, en la línea o los mapas errantes de Lo arácnido, del gran “poeta y etólogo” Fernand Deligny, el analista salvaje de niños autistas, artesano y resistente, defensor de la pulsión y lo innato, del “no-querer” y la ausencia de proyecto y de lenguaje: rodear al objeto en la trama de un silencio o una lengua vernácula, trazando líneas de errancia en un ardid capaz de abrir una brecha en el lengua y zurcir lo arácnido. Atrapar a la presa en la red, en el bordado de la telaraña, circunscribirla para capturarla, sin tocarla, es el método. Filología grotesca, irradiada de una visión lúcida y obscena, una parodia fiel a sus delirios, afín al fin a la escritura –interminable e irremediable– de Tebanillo González.

 

*Doctor en Letras Hispánicas por El Colegio de México. Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas y profesor de Literatura Colonial y Etnopoética en la FFyL de la UNAM y en la ENES-Morelia. Ha ocupado la Cátedra México y la Cátedra América Latina en la Universidad de Toulouse. Ha publicado, entre otros, los libros Unipersonal del arcabuceado, La imagen desollada y Los tigres del miedo. Actualmente trabaja en el proyecto “Crueldad y conquista”, sobre la Brevísima relación de la destrucción de las Indias y el primer espectáculo del Teatro de la Crueldad (de Antonin Artaud):La conquista de México.

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