El ahogado
- José Filadelfo García - Sunday, 06 Mar 2022 02:43



A la memoria de mi padre
En el mar ancho y oscuro ha caído, ya sin barco y con las extremidades desesperadas, un hombre sencillo. Vivir es una realidad, pero ahogarse acelera las ilusiones. El hombre, aunque sepa nadar, se cansa y empieza a sobrevivir. Durante el acto de supervivencia, en que el estómago es la casa del ser, toda pregunta es frívola, pero el gatillo del apuro escruta lo inimaginable: ¿quién que se esté ahogando, no está dispuesto a negociar? Aun cuando el que se ahoga no tiene entre sus metas el silencio que lleva a la esencia del ahogarse, pues él mismo está ya diluido en ella, casi extinto e intraducible; aun cuando las patadas y manotazos se limiten a resurgir, como la mirada de un ciervo vencido, que perdura con quietud mientras se vacía y el animal es descarnado por el vencedor, la pregunta es posible, pero sólo para los intrusos. Acaso ese intruso atina. Pensar tan sólo en la negociación como posibilidad es, de hecho, el negocio mismo, ahí donde, en el mapa sitiado de la mente, se concilia lo irreversible con la expectativa. El mar es tan profundo como quiera el miedo, suele decirse en los cafés pero, no obstante, cuando no hay tiempo para temer porque el ahogo lleva consigo su propia supervivencia, el que se ahoga negocia, primero, con sus sagaces o desarticuladas extremidades, y después (aunque el antes y el después en el que se ahoga son simultáneos y arbitrarios) con figuras sublimes, siempre internas, pues afuera el mar, es decir, la naturaleza, y la muerte, nunca serán trascendentes si no hay tiempo para meditarlos. De esta manera, el que se ahoga, que renunció en tierra a tantas cosas porque tenía otras tantas posibilidades, ahora que el mar está a punto de ocultarlo, se hace de negocios con recuerdos que sólo los sueños reconocen, y que vienen a él como imágenes frágiles (la madre que cura la rodilla del niño, la novia que prometió llamarlo) pero permanentes, y Dios se filtra en el instinto por necesidad. Instinto que, si sobrevive y la gratitud es una fiesta de la resurrección, se vuelve convicción y convocará al piadoso recogimiento de los templos. Negocios también que, ante un ahogo irremediable, consuelan el viaje a las profundidades con la serenidad de quien se suelta, renuncia a la materia, y termina por dejar que el azaroso oleaje lo abone a su fauna voraz; nada siniestro, pues el hombre, que ya nada tiene que perder, ha ganado en resignación. Así como el ahogado sucumbe absorbido por un mudo consuelo, o despedazado, acaso, por la impotencia, que es siempre una mansedumbre forzada, los animales negocian por la fuerza, pero también aprenden a resignarse. Y aunque el intruso irrumpa con una pregunta impensable a la hora de caer al mar, la necesidad siempre responde lo mismo que los muertos, si supieran regresar, si el ahogado hablara. Los que se ahogan negocian, aconseja; lo contrario no es de hombre ni animal, sino de estrella que colapsa, cortina empolvada, avión deteriorado, menguado estereotipo de una piedra sabia.