Safo de Mitilene, musa de musas
- Guadalupe Calzada Gutiérrez - Sunday, 03 Apr 2022 07:08----------
“¡Tú que te sientas en trono resplandeciente, inmortal Afrodita! ¡Hija de Zeus, sabia en las artes del amor, te suplico, augusta diosa, no consientas que, en el dolor, perezca mi alma!... Dulce madre mía, no puedo trabajar, el huso se me cae de entre los dedos, Afrodita ha llenado mi corazón de amor a un bello adolescente y yo sucumbo a ese amor.” Este poema, “Oda a Afrodita”, es uno de los más conocidos de Safo de Mitilene, poeta griega (612-548 aC).
Pocas mujeres de la Antigüedad son conocidas hoy en día. La escasa información con que se cuenta muchas veces es insuficiente para reconstruir con cabalidad la vida y obra de quienes, en su momento, gozaron de reconocimiento por su genialidad. Claro que no es fácil, en un mundo donde los hechos y obras de los hombres trascienden por siglos ese reconocimiento. Este es el caso de la poeta Safo, una de las pocas voces femeninas que, en su momento, fue comparada con Homero, a quien se le conocía como el Poeta, mientras que a Safo se le llamaba la Poeta. Muchas leyendas se tejen alrededor de su vida. Probablemente, la más extendida sea su destierro a la isla de Lesbos por cuestiones políticas; no obstante, en los años que duró su exilio, Safo creó La Escuela de las Musas de Anactórea, donde enseñaba a escribir poesía únicamente a mujeres. Su fama y prestigio trascendió a tal grado que un escultor talló en piedra su busto. Esto sirvió para que en Atenas se creara una frase que posteriormente se convirtió en refrán y que decía: “¿Te has creído que tengo cabeza de piedra como Safo?”, una frase controversial que revela que no era común una estatua pública dedicada en vida a una mujer. Y no faltó quien dijera que los dioses se disgustarían por ello. Sin embargo, Solón, el reformador, legislador y poeta, que en ese tiempo gobernaba Atenas y era públicamente respetado, dijo que una cabeza que se había inclinado tan profundamente en su adoración a Afrodita no podía ofender a Zeus.
La obra de Safo tiene importantes tintes eróticos; no sólo trató temas para alabar a Afrodita, algunos de sus poemas estaban escritos para celebrar ritos femeninos como la pubertad, el parto y los casamientos. Escribía los poemas, componía la música y tocaba la lira. Su gran conocimiento de la música y la danza le permitió crear nuevos ritmos como la estrofa u oda sáfica, compuesta de once sílabas en tres versos. Con los años, sus obras se perdieron, aunque se conservan algunos poemas enteros y fragmentos. Se cree que escribió nueve libros de poemas de extensión y temas variados; los cantos nupciales o Epitalamios. Su poesía sirvió de inspiración a poetas como Teócrito y Catulo.
Safo trataba en su poesía temas como la homosexualdad, la feminidad y el silencio. En la escuela, llamada también “Casa de las servidoras de las Musas”, las mujeres no eran relegadas únicamente a concebir hijos o agradar al marido, ahí les enseñaban a acercarse a la belleza, al arte, al placer del amor erótico y al amor sensible. Independientemente de la fama que la rodeó por su poesía, también se le recuerda porque a la isla de Lesbos era a donde acudían las mujeres homosexuales a adorar a Safo, la Poeta. De ahí que, según se dice, el término “lesbiana” proviene de la fama que tenía la isla.
Pero no sólo en la Antigüedad los poemas de Safo sedujeron. En pleno siglo XX, Sir Granville Bantock, a quien llamaban el Strauss inglés por su gran talento como orquestador, compuso dos importantes sinfonías: la extensa Sappho –nueve fragmentos para contralto y orquesta–, en 1906, y el más breve Poema sáfico para violonchelo y piano, escrito en 1908 y orquestado al año siguiente. Probablemente, si Safo las hubiera escuchado, le habría dedicado estos versos: “La flauta de dulce tono se mezcló con la lira y la pandereta. Y los puros y limpios cánticos de las doncellas resonaron en un Himno sagrado, hasta que el maravilloso conjunto subió al cielo. Y los dioses inmortales se llenaron de júbilo. Por todos lados sonaron los versos gozosos…”
Safo sedujo y seguirá seduciendo por su obra, que trasciende cualquier proclividad sexual. No en vano Platón la consideró “la Décima Musa”.