“Los viejos somos así” La tercera edad en el cine mexicano
- Rafael Aviña - Sunday, 10 Apr 2022 06:55



En buena medida, las abuelitas son los personajes más venerados por el cine mexicano del siglo pasado, que les otorgó un lugar preponderante y melodramático en su corazón. Lo curioso es que, en medio del estereotipo de la anciana dulce y noble al estilo de Prudencia Grifell, o aquella cabecita blanca capaz incluso de echar relajo y leperadas, como Sara García parodiada por Los Polivoces en ¡Ahí madre! (Rafael Baledón, 1970), abundan a su vez algunas abuelas atípicas, orgullosas, severas y crueles, que incluso terminaban pidiendo perdón por sus pecados en los gloriosos años de la industria fílmica mexicana.
En esa etapa dorada, la vecindad era el espacio popular por excelencia donde coincidían las tesis de cineastas como Ismael Rodríguez, planteadas en la secuencia final de Ustedes los ricos (1948). En ella, la anciana millonaria Mimí Derba pide cobijo a los “pobres” que celebran en el patio el nacimiento de los gemelitos de Pepe El Toro, quien responde: “Aquí entre nosotros encontrará lo que nunca ha podido comprar. Lo que más vale; amistad, cariño...” “Y vergüenza”, agregaba el genial Fernando Soto Mantequilla. Ahí, en ese valle de lágrimas de tres patios, la abuela de Evita Muñoz Chachita y madre de Miguel Manzano, el riquillo que vivía bajo sus faldas, clamaba a los marginados de la vecindad: “Por favor, déjenme entrar. Estoy muy sola con todos mis millones y vengo a pedirles, por caridad, un rinconcito en su corazón. Ustedes que son valientes y que pueden soportar todas sus desgracias porque están unidos. Ustedes los pobres que tienen un corazón tan grande para todo...”
Los protagonistas de historias dedicadas a la tercera edad han sido personajes marginados, como lo es el propio cine dedicado a este tema... Si Hollywood realizó acercamientos atractivos en filmes como Cocoon, Harry y Tonto, o Asalto en el ocaso, por su parte México concibió, en las últimas dos décadas del siglo pasado, algunas obras decorosas y sensibles, como lo demuestran el mediometraje Café Tacuba (1981), de Jorge Prior, y Los años de Greta (1991), de Alberto Bojórquez, protagonizada por añejas figuras como Beatriz Aguirre, Meche Barba y Luis Aguilar, así como Mi querido Tom Mix (1991), de Carlos García Agraz y Por si no te vuelvo a ver (1996), de Juan Pablo Villaseñor.
No obstante, para llegar a ese punto, nuestra cinematografía tuvo el gran acierto de presentar una pléyade de ancianos vistos por lo general como las viejas y viejos bondadosos, cascarrabias o caprichosos según sea el caso, representados por personalidades de la talla de Sara García, Prudencia Grifell, Fernando Soler, Joaquín Pardavé o Arturo Soto Rangel, notables exponentes de ese curioso tópico: el de los abuelitos del cine mexicano. Soto Rangel, por ejemplo, con lágrimas en los ojos y sosteniendo su cuchilla de zapatero, clamaba en Eterna agonía (1949), de Julián Soler: “pobres de los pobres”, frase de una simpleza aterradora que escondía toda una filosofía popular y una realidad social que el México de ahora intenta borrar.
García y Griffel, cabecitas de algodón
Uno de los ejes primordiales sobre los que descansa la filmografía nacional es el personaje de la madre abnegada. La cabecita blanca (o casi), que sufre todo tipo de humillaciones con tal de sacar adelante a sus hijos, como en Corona de lágrimas (1967), de Alejandro Galindo, con Marga López y Cruz de amor (1969), de Federico Curiel, con Silvia Derbez como atribulada viuda que, para no decepcionar a su hija Irma Lozano, pasa por mujer adinerada aunque en realidad es la sirvienta de la déspota patrona María Douglas. Otra progenitora sacrificada que al final de la película se convierte en futura abuela es Dolores del Río en ¿A dónde van nuestros hijos? (1956), de Benito Alazraki.
Sin embargo, la figura clave de ese cine que beatificaba la maternidad fue Sara García, quien además de madre fue también La abuelita (Raphael J. Sevilla, 1942) en la película homónima, amén de una serie de personajes de vocación dramática, verbigracia en El papelerito (Agustín P. Delgado, 1950), como la anciana que saca adelante a coscorrones a varios niños de la calle; la que sufre en el concurso de El gran premio (Carlos Orellana, 1957) o en Eterna agonía, donde deambula con el Jesús en la boca rezando por su hijo descarriado David Silva.
Esos grandes intérpretes supieron dar matices sensacionales a los papeles de viejos. En Los tres García y Vuelven los García, ambas de 1946, doña Sara es la abuela machorra y madre sustituta de tres lagartones obsesionados con la prima güerita Marga López. En Las señoritas Vivanco y secuela (1958 y ’59), de Mauricio de la Serna, Sara García es una abuela maternal al lado de Griffel. Sin embargo, donde rompe con su estereotipo es en Mecánica nacional (1971), de Luis Alcoriza, y en el episodio Caridad dirigido por Jorge Fons en Fe, esperanza y caridad (1972). En el primero, doña Sara es la abuela malhablada que mienta madres y, en el segundo, una anciana ricachona que provoca una tragedia con sus “obras de buena fe”.
Prudencia Griffel por su parte, coincide de nuevo con Sara García en ¡Mis abuelitas... nomás! (Mauricio de la Serna, 1959). Ambas se dedican a salvar a su nieto, el pobre carpero Antonio Espino Clavillazo, en un drama provinciano ambientado en la ficticia Hacienda de la Machincuepa. Sin embargo, donde doña Prudencia tiene un papel memorable es en México nunca duerme (1958), de Alejandro Galindo. Aquí encarna a la angustiada abuela que busca por Delegaciones (ahora Alcaldías) y centros de perdición a su joven nieta (Silvia Suárez) que un sábado en la noche ha salido a reventarse por vez primera sin su consentimiento. La interrelación entre la abuela y el cinturita explotador Antonio Badú resulta soberbia.
Maduros serios y de los otros
Fernando, Andrés y Domingo Soler, así como Joaquín Pardavé, interpretaron a respetables y divertidos ancianos u hombres muy maduros. En La oveja negra (Ismael Rodríguez, 1949), Fernando es el irresponsable don Cruz Treviño que humilla a su hijo Silvano, encarnado por Pedro Infante, y dice: “Viejos los cerros”, “Me río del tiempo” o “Yo con reuma”, e interpreta a un excepcional hombre maduro enamorado de una bella e ingenua adolescente (Rita Macedo) en Rosenda (Julio Bracho, 1948). Andrés, en cambio, interpretó a unos viejos cínicos maravillosos en El Ceniciento (Gilberto Martínez Solares, 1951) con Germán Valdés Tin Tan, y en Los tres alegres compadres (Julián Soler, 1951), al lado de Pedro Armendáriz y Jorge Negrete. Su hermano Domingo pintó canas plateadas en decenas de filmes como Los hijos de la calle (Roberto Rodríguez, 1950) o Nosotras las sirvientas (Zacarías Gómez Urquiza, 1951). Entretanto, Pardavé fue el anciano meloso, dramático y chistoso en títulos como Los viejos somos así (Pardavé, 1948), México de mis recuerdos (Juan Bustillo Oro, 1943), Azahares para tu boda (Julián Soler, 1950) o Las medias de seda (Miguel Morayta, 1955), donde se muere de ganas por la española Rosario Durcal.
Otro anciano interesante lo interpreta Tito Junco en la curiosa comedia de humor negro ¿Quién mató al abuelo? (1971), de Carlos Enrique Taboada, al lado de Amparo Rivelles como su mujer y abuela de cuatro pequeños nietos. Por supuesto, otra abuela insólita fue María Gentil Arcos, la madre paralítica de Pedro Infante y abuela postiza de Chachita en la impactante Nosotros los pobres (1947), asesinada a golpes por el marihuano Don Pilar, un excepcional Miguel Inclán. En cambio, en las postrimerías del siglo XX, Del olvido al no me acuerdo (1996, Juan Carlos Rulfo) proponía una evocación familiar que intentaba desentrañar los misterios del campo y de sus hombres; vestigios de un siglo que fenecía con sus rostros surcados de arrugas como la tierra misma. Memoria, religión, muerte, cantos nostálgicos, chistes de doble sentido y la exploración de un agro sumido en el olvido, a cargo de un realizador que supo alejarse con ironía de un tema que le afectaba personalmente, reciclando la experiencia de su cortometraje El abuelo Cheno y otras historias (1994).
Por último, es destacable el trabajo de Beatriz Aguirre en Los años de Greta, con el que obtuvo el Ariel, en su papel de anciana olvidada por la familia, arrinconada en un pequeño cuartito, que encuentra la fuerza suficiente para descubrir un universo fuera de sus cuatro paredes. Lo mismo Silvia Pinal en Modelo antiguo (1991), de Raúl Araiza, sobre una locutora de radio que, al enterarse de que padece una enfermedad terminal, decide disfrutar del tiempo que le queda de vida y conoce a un joven chofer (Alonso Echánove) con el que inicia una historia romántica. Sin faltar los abuelos encarnados por Rosa de Castilla, Germán Robles, Bertha Moss, Anabelle Gutiérrez, Mercedes Pascual, Eduardo López Rojas y otros en la casa hogar de La paloma de Marsella (1997), de Carlos García Agraz, quien unos años atrás realizó la curiosa Mi querido Tom Mix, relato de añoranza provinciana sobre la relación amorosa entre dos ancianos (Ana Ofelia Murguía y Federico Luppi). Algo similar sucede con el grupo de cinco vejestorios que intentan formar una agrupación musical y se relacionan con una atractiva bailarina de table dance (Leticia Huijara), que comenta: “México es el mejor lugar para vivir si tienes lana, si no, es el peor”, al tiempo que se ven inmiscuidos en una intriga de tráfico de drogas en Por si no te vuelvo a ver, con Ignacio Retes, Jorge Galván, Justo Martínez y otros, en un filme que rompía el estereotipo del anciano en el cine mexicano. Sus personajes resultan mentirosos, necios, indisciplinados e incluso agresivos y, a la vez, fuertes, inteligentes, relajientos, y se permiten una que otra “cana al aire”, a diferencia de nuestras sagradas abuelitas del cine mexicano que podían beber alcohol, fumar puros o tirar balazos y, sin embargo, estaban negadas de por vida a la sexualidad…