La moral como factor evolutivo
La moral o la ética han sido expulsadas del debate público. En el mundo de hoy, dominado por la tecnocracia, estos temas son vistos con desprecio, e incluso con sorna. ¿Para qué responsabilizarnos de las decisiones que tomamos si la mayor parte de ellas están predeterminadas por un sistema que, en apariencia, funciona automáticamente? La sociedad contemporánea ha cedido el control a expertos que, en el discurso, se venden como garantes de la civilidad y el bien común cuando, en la realidad, son parte de una maquinaria que desecha personas y recursos naturales. Vivimos en un entorno amoral y, sobre todo, individualista: para llegar a la meta nos dicen que debemos superar cualquier obstáculo más allá de cualquier consideración ética. Si triunfamos quiere decir que hicimos lo correcto.
La editorial Pepitas de Calabaza rescató el año pasado Fijaos en la naturaleza. Ética: origen y evolución de la moral de Piotr Kropotkin uno de los padres del anarquismo– en un momento en el que hay una crisis de credibilidad en gobernantes, modelo económico, líderes empresariales y élites, entre otros muchos actores que han moldeado las dos primeras décadas de este siglo. Kropotkin (1848-1921), conocido por obras como La conquista del pan y El apoyo mutuo: un factor en la evolución, emprendió durante sus últimos años un estudio histórico sobre la moral que, además, complementaba las investigaciones que realizó a partir de la Teoría de la Evolución de Darwin. El proyecto, inconcluso por su muerte, es suficientemente profundo como para redondear la tesis principal del pensador ruso: la solidaridad entre las personas, el famoso “apoyo mutuo”, es un factor que nos pertenece, que ha sido fundamental en nuestro pasado y es vital para la sobrevivencia humana y de un número muy amplio de animales.
Fijaos en la naturaleza es un prolijo tratado histórico de la moral desde la perspectiva de los filósofos presocráticos hasta los pensadores del siglo XIX. La idea más interesante de la obra póstuma de Kropotkin es, precisamente, la vinculada con la evolución, la solidaridad humana y las perspectivas de la moral a través del tiempo. La religión –pensemos en el cristianismo– surgió como un guía ética para los hombres, una especie de control social que después fue sustituido por el Estado y las leyes. Kropotkin analiza y debate el cuerpo de ideas de pensadores como Hobbes, para quien la sociedad tiene que ser controlada por un gobierno fuerte que evite la discordia inherente –según su perspectiva– en los ciudadanos. Al final de su obra se acerca a la ética vista a través de la lente del socialismo y cómo se integró a la teoría de la moral el concepto de justicia social. La desigualdad, legitimada por la religión y muchas formas de gobierno, tendría, a partir de entonces, un papel fundamental en la historia de las ideas.
Para Kropotkin, aquello que nos vuelve “buenos” no viene de una revelación trascendental –como pensaba Platón, razón por la cual fue asimilado por los teólogos cristianos– ni de un Estado coercitivo, sino de una evolución gradual que nos llevará a una sociedad en la que la cooperación es la mejor manera de sobrevivir, al igual que sucede en la naturaleza. Como argumenta en El apoyo muto, el futuro del ser humano no está en la competitividad, ni en la ley del más fuerte, ideas que a menudo se explotan en documentales sobre la naturaleza. La cooperación realizada, simplemente, como un acto de inteligencia colectiva hace la diferencia entre la vida y la muerte; entre la perspectiva a largo plazo o la extinción. En tiempos en los que reina el individualismo salvaje, la pregunta que nos deja el libro de Kropotkin –epílogo de toda su obra– es si seremos capaces de enmendar el camino o si la humanidad está condenada a desparecer porque no fue capaz de evolucionar a un estado en el que la felicidad no sea una utopía.