La primera Academia de América

- Pablo Pérez Grovas - Sunday, 17 Apr 2022 06:43 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
'Documentos fundacionales de la Academia de San Carlos. Facsímiles 1781-1784', Facultad de Arquitectura UNAM, México, 2021.

 

Hace 240 años, el ocaso de la Nueva España convivió con un orgullo criollo generalizado. Había razones para ello. Los habitantes, sin conciencia, percibían una serie de hechos: las más importantes Reformas Borbónicas se implementaron desde 1762 y modernizaron la administración en lo fiscal, comercial, productivo y militar, pero a favor de la metrópoli; la extracción, acuñación y exportación de plata era la mayor del mundo, pero esa riqueza no permanecía aquí, donde había poco circulante. Los contrastes sociales eran, lo observó Humboldt, escandalosos. A partir de entonces, las sociedades novohispana y española advirtieron sus diferencias. Faltaba la puntilla: la convalidación de vales reales en 1804 empobreció a la población local y generó una crisis.

En aquel mundo desafinado, una serie de personas de diferente nivel social e influencia en el poder político y económico peninsular y novohispano, pensaron, siempre con anuencia del rey, que la Casa de Moneda local era una institución pujante y la “amonedación” no podía descuidarse, sus obras debían ser delineadas con arte, sus moldes perfectos, sus vaciados inmejorables, y todo eso partía de dibujos trazados con los cánones de la moderna e ilustrada academia francesa. Por lo tanto, ¿no era natural que Nueva España contara con la propia? En España ya existía un par. Qué vanidad, ser la primera de América. No era superflua su fundación: se ligaba a la base económica, se engranaba con el Colegio de Minería y sería otra de las Reformas Borbónicas.

Así se puso en marcha la gestión para fundar la Real Academia de San Carlos en Ciudad de México, que culminó tres años después con su apertura. Participaron, a distintos niveles, el modesto grabador Gerónimo Antonio Gil, el poderoso superintendente de la Casa de Moneda, Fernando J. Mangino, mineros y comerciantes nobles y adinerados (el conde de la Valenciana), diversas corporaciones y ayuntamientos, dos virreyes, Martín de Mayorga y Matías de Gálvez, sin olvidar al monarca español, Carlos III. Es la historia que se lee en los documentos de esta cuidada edición.

Los actuales directores de la Facultad de Artes y Diseño, así como de Arquitectura, de la UNAM, doctores Gerardo García Luna Martínez y Juan Ignacio del Cueto Ruiz-Funes, respectivamente, acordaron festejar la efeméride con este libro, reflexionando sobre la abuela común y a la vez recuperar el origen de sus disciplinas. El libro se completó con la exhumación de un entrañable texto histórico del especialista, recientemente fallecido, Eduardo Báez Macías. En esta edición se reunieron, fotografiados y transcritos, los principales documentos que ofrecen al lector la posibilidad de revivir las dificultades que se vencieron para hacer frente a una necesidad de ese momento, pero también para dejar los cimientos de una gran institución que hoy pervive. Es en este punto donde el prólogo y presentación que se incluyen cobran sentido. García Luna trae a cuento a Carlo Ginzburg para explicar el origen común del conocimiento y abogar por la interdisciplina que las artes plásticas y el diseño reclaman. Del Cueto cita a José Vasconcelos para apelar al espíritu generoso que implica heredar una institución y hacerla crecer al respetar durante generaciones lo que cada predecesor ha logrado y, a partir a veces de cimientos incluso débiles, mejorarlos y construir sobre un templo druida, otro griego, uno paleocristiano, y sobre el anterior uno románico, decía el Ulises Criollo, hasta llegar a una catedral gótica. Metáfora entrañable, escribe Del Cueto y tiene razón, para los arquitectos. Así se construyen las catedrales e instituciones. De una escuela de grabado se pasó a otra de pintura, escultura y arquitectura, para después a lo largo del XIX y XX paulatinamente especializar el lugar de donde egresaron los pintores escultores, ingenieros-arquitectos y arquitectos que sirvieron a varias repúblicas, dos imperios, dos revoluciones y, durante 240 años, llevaron a cabo diversas transformaciones.

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