Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 24 Apr 2022 07:18



Una mañana de abril de 1964, bajo un torrencial aguacero, llegó el monolito de Tláloc, dios mexica de la lluvia, a custodiar el Museo Nacional de Antropología en el Paseo de la Reforma. Cincuenta y ocho años más tarde, el artista juchiteco Sabino Guisu (1986) coloca sobre el camellón adyacente una figura de 5 metros de altura, de Pitao Cocijo, también dios del agua y de la lluvia para la cultura zapoteca. El pasado ancestral y el presente postmoderno entablan un estrecho diálogo a través de dos efigies emblemáticas que nos hablan de la continuidad de nuestra cultura milenaria. Sabino Guisu reflexiona sobre el peso de la historia y su trascendencia, la dicotomía pasado presente y la necesidad de preservar las raíces culturales en un mundo distópico. Comenta para La Jornada Semanal frente a esta escultura: “Cocijo ha estado siempre presente en la cultura zapoteca, ya que sobrevivió la Conquista con una nueva piel. En la Catedral de Oaxaca está el famoso Señor del Rayo, patrono del pueblo que, según la leyenda, apareció milagrosamente entre los restos de un incendio, cuando los indios remisos todavía veneraban a su dios del agua, transformándose en el Señor del Rayo que simboliza el sincretismo religioso en Oaxaca. Al final, todos adoramos ídolos, pero en realidad lo que veneramos es la energía sagrada del universo, en este caso el líquido vital que es el agua.” Hace unos años Sabino visitó el Museo de Arte Kimbell y se enamoró de uno de los highlights de la colección que es una escultura del dios Cocijo exquisitamente tallada en piedra. Agrega el artista: “Es un híbrido entre jaguar y serpiente con grandes anteojeras y lengua bífida, y un extraño tocado que se relaciona con el rebozo que todavía hoy llevan sobre la cabeza las mujeres de Tlacolula. Parece como un casco y esto ha dado lugar a que se suscite aquí una situación chusca entre algunos paseantes, pues lo relacionan con el Darth Vader de La guerra de las galaxias. Esto nos demuestra cómo muchas veces los mexicanos –y en general personas de todo el mundo– conocen más las culturas ajenas que la propia y se identifican con símbolos que no les pertenecen.” Erguida con señorial dignidad en pleno camellón de Reforma, la escultura Cocijo con su gran altura y recubrimiento de color negro brillante, no pasa inadvertida. A unos cuantos metros, el portentoso Tláloc milenario nos recuerda que la fuerza de nuestro pasado cultural está viva y se manifiesta de manera simbólica a través de nuestros pueblos originarios, así como en el imaginario de algunos creadores contemporáneos como el propio Guisu: “Que mi Cocijo estuviera frente a Tláloc en Reforma era una utopía y se cumplió. Ahora otro sueño es la repatriación de la escultura del Museo Kimbell a Monte Albán. Con la Galería Maia y un grupo de colegas y amigos vamos a hacer todas las gestiones posibles para hacer este sueño realidad.”
Sabino Guisu se apropia de elementos de la cultura pop para acercar al público a su creación artística plena de guiños al mundo moderno que en ocasiones esconden destellos de humor e ironía: el uso del neón, los materiales industriales, sus colores vivos y brillantes que rozan el kitsch, siguiendo la tendencia del movimiento del Art Toy surgido en Hong Kong en los años noventa, con figuras hoy icónicas como Takashi Murakami o el estadunidense Kaws. Sobre esto, agrega Guisu: “Así como Murakami se inspira en todo el arte japonés antiguo, yo como mexicano me siento muy orgulloso de mis orígenes en el Istmo de Tehuantepec y mi intención es crear una puerta para que el público entre con curiosidad a indagar de dónde viene Cocijo y descubrir todo el tesoro histórico-artístico del que venimos.” Para Sabino Guisu, su arte es una forma de resistencia ante la adversidad de nuestro mundo actual, una manera simbólica de reconectarnos con nuestras raíces a partir de un lenguaje plenamente contemporáneo.