Bemol sostenido
- Alonso Arreola | t: @LabAlonso / ig: @AlonsoArreolaEscribajista - Sunday, 24 Apr 2022 07:23



La colonia Guadalupe Inn, en Ciudad de México, nos gusta por dos razones. La primera tiene que ver con los árboles. Sea por variedad o por número, sus frondas regocijan la vista en un río verdemar que aligera el paso del concreto. Pese a encontrarse limitada con las avenidas Revolución, Barranca del Muerto e Insurgentes, sus jacarandas, cipreses y ficus acentúan el carácter sereno de camellones que promueven una irrigación humana inteligente, musical.
No. No somos conservadores ni fifís, lectora, lector (hemos sido críticos ante este y cualquier sistema de gobierno). Si hoy nos dedicamos a la otrora Hacienda de Guadalupe, expropiedad de José de Teresa, concuño de Porfirio Díaz, es porque está singlada con partituras notables. Tal es la segunda razón de nuestra simpatía por este conjunto de calles de la alcaldía Álvaro Obregón colindantes con la Florida, la San José Insurgentes, la Campestre y San Ángel.
Así es. La colonia Guadalupe Inn tiene muchos nombres de calles dedicados a compositores relevantes. Su corazón es la Plaza de Valverde, hermanada con el parque de La Bola. Esas confluencias de calles se repiten como pequeños y congruentes ecos a lo largo de Manuel M. Ponce que luego, ya convertida en Félix Parra, llega hasta adonde canta la estatua de Jorge Negrete.
Mientras se llama Manuel M. Ponce, empero, su longitud alcanza –como pasara en vida con el maestro zacatecano– para agrupar a numerosos colegas de batuta: Abundio Martínez, Alfonso Esparza Oteo, Ernesto Elorduy, Fernando Villalpando, Gustavo E. Campa, Guty Cárdenas, Macedonio Alcalá, Melesio Morales, Jaime Nunó, Juventino Rosas, Pedro Valdéz Fraga, Ricardo Castro, Ricardo Palmerín y Felipe Villanueva (tristemente renombrada en 1990 como “Su Santidad Juan Pablo II”).
La más pequeña y solitaria de estas calles sonorosas es, finalmente, Silvestre Revueltas. En ella hemos pasado mucho tiempo recientemente. Allí nuestro apremio de escribir algo sobre el violinista, escritor, compositor, director y maestro nacido en Santiago Papasquiaro, Durango, en las últimas horas del siglo XIX. Hay una composición asombrosa de su autoría que cumple ochenta años este 2022; es antecesora del repertorio en que normalmente descuellan “La coronela”, “Redes”, “Sensemayá” y “La noche de los mayas”. Nos referimos a “Cuauhnáhuac”, en la versión sinfónica de 1932.
Se trata de un portento que aún presume su novedosa universalidad proveniente del folclor, pero sin las ataduras chauvinistas que imperaban en la plástica y literatura mexicanas de la época, inercias de una Revolución que se iba ligando al comunismo… Pero ¿sabe qué?, todo eso lo puede hallar en internet. Mejor olvide lo dicho en este párrafo y busque la interpretación que durante el peor momento de la pandemia, en 2020, hiciera la muy juvenil Orchestra Now desde el Fisher Center del Colegio Bard. Fue espléndida y rigurosamente dirigida por su fundador, Leon Botstein, lo que redondea la pertinencia perenne de esta obra “revoltosa”.
Con afán de obtener contexto sobre Silvestre Revueltas, por otro lado, sería atinado buscar el documental dedicado a él en Canal 22, hace más de veinte años. Sobresalen la participación de un lúcido y generoso Eduardo Mata, así como la entrevista hecha al hermano José Revueltas. Hombre tocado por demonios mentales y físicos, para conmovernos basta conocer las líneas que Elena Garro le dedicara a Silvestre en sus memorias españolas de 1937, tras viajar junto a otros miembros de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), incluido su entonces esposo Octavio Paz, en solidaridad con la República que luego sería derrotada por Franco.
Baste, sobre todo, escuchar la obra de Revueltas teniendo en cuenta lo que señaló con precisión al describirse en sus memorias: “Sueño con una música que es color, escultura y movimiento.” Nunca mejor dicho. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.