Eternidad y utilidad del arte de contar
- José A. Castro Urioste - Sunday, 24 Apr 2022 07:00



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Por razones obvias, se desconoce cuáles fueron los primeros relatos creados por la humanidad, no sólo de naturaleza oral sino, se presume, posiblemente dotados de una estructura, así fuera bastante simple. Sin embargo, debieron poseer una función sumamente necesaria e imprescindible dentro del contexto histórico en que se generaron. En oposición a esa carencia de registro, han llegado hasta nuestros días expresiones de una arte pictórico paleolítico analizado con gran agudeza por Arnold Hauser. Para él, se trata de un naturalismo prehistórico elaborado en la circunstancia de sobrevivencia en que se encontraba ese cazador-pintor, creador de imágenes rupestres que retrataban en su mayoría a un animal cazado. Era un arte con un claro propósito: adquirir alimento, y la representación –el animal flechado, o atravesado por una lanza– se transformaba en una búsqueda mágica (y no en el sentido religioso), como si fuera la antesala a una futura realidad deseada. Era un arte práctico, por cierto, con un significado unívoco.
Tal vez, y a manera de hipótesis imposible de demostrar, el relato en sus inicios, al igual que el arte paleolítico, tuvo una función similar. Una función de apoyo a la sobrevivencia, que sirviera a la obtención de alimento y de protección del ambiente que rodeaba a ese hombre primitivo; una función que podría haber tenido un propósito práctico, tal vez eficaz; por eso, se puede especular, el acto de contar sobrevivió. Esta función práctica y, si seguimos especulando, en conjunción con un lenguaje rudimentario, debió crear un relato de significado unívoco al igual que la pintura paleolítica.
El mito y la fábula
En la historia del relato, el surgimiento del mito marca un momento fundacional. Es, por decirlo así, un relato complejo en su forma y contenido y es considerado como punto de partida de lo que posteriormente desarrollarán, con claras diferencias, la epopeya y la novela. El mito posee un firme propósito. Su origen y su naturaleza se comprenden a partir de esa finalidad que consiste en explicar la formación y el destino del universo, como también en aprehender los fenómenos y las cosas que rodean al ser humano. En congruencia con ese propósito se busca también construir un signficado unívoco para que la audiencia no tenga dudas ni confusiones del mensaje emitido. Es, por consiguiente, un complejo relato en el que se instala una función práctica, didáctica a fin de cuentas, equivalente a la del arte paleolítico y al mismo tiempo menos circunstancial.
Muchos textos calificados como religiosos se acercan a los propósitos explicativos del mito: los relatos del Antiguo Testamento sobre el origen del mundo son un ejemplo. Sin embargo, a esta característica se agrega otra, también didáctica. Buena parte del Antiguo y del Nuevo Testamento puede comprenderse como un archivo de relatos, los cuales adquieren distintas estructuras incluyendo las llamadas parábolas, relatos narrados por Jesús, con lo cual se enfatiza el sentido de autoridad, el sentido de la palabra del maestro y de la palabra sagrada. A través de este conjunto se expresan claras enseñanzas. Hay, pues, una evidente función didáctica y práctica que se elabora a partir de la búsqueda de un significado unívoco. Se manifiesta así un contenido moral/sagrado: el “deber ser”, el modelo de conducta para poder ingresar en el reino de los cielos. Claro, estos relatos, al asumirse como religiosos, adquieren un componente mágico que revigoriza su poder y su función en determinada comunidad.
Otro ejemplo de un tipo de texto narrativo con una función práctica y que anhelaba expresar un significado unívoco son las Fábulas de Esopo (siglo VI aC) que, en el mundo moderno, adquieren el estatus de ser una de la lecturas privilegiadas para niños. Según el investigador británico C.M. Bowra, en la Grecia de aquella época se consideraba “a los escritores como maestros públicos”. En ese contexto de privilegiar lo didáctico en la escritura se instalan dichas fábulas. Éstas, como bien se sabe, son relatos breves, con un estilo claro para no obstaculizar el mensaje que se desea comunicar, en las que los personajes son animales con características humanas –hablan, piensan–, cuya conducta hacia el final del texto es sancionada o premiada y de ello se desprende una enseñanza. Después de la fábula se plantea la moraleja, que expresa el significado único que debe tener el texto precedente. La moraleja cumple el rol de ser la interpretación “válida” que sintetiza y refuerza el específico propósito educativo de la fábula. La moraleja es, de manera equivalente al campo jurídico, una interpretación auténtica en la que una ley expresa el sentido que debe tener otra promulgada anteriormente.
La función fundacional del relato
Obviamente, la transformación de la lengua, la cultura y los cambios tecnológicos permitieron que el acto de contar se volviera más complejo, con nuevas técnicas narrativas e incorporando figuras literarias. Parte de ese proceso es el surgimiento de un tipo de relato que abandona la búsqueda del significado unívoco y de una función práctica/didáctica y, en contraste, ofrece la posibilidad de una variedad de interpretaciones. Se deja así la voz única, a veces autoritaria, y se instala lo que el crítico ruso Mijaíl Bajtín bien ha analizado y definido como polifonía, que hace que la cuestión de la perspectiva en el arte de narrar se vuelva más compleja. Curiosamente, el abandono de una función práctica/didáctica permite, en su sentido más extremo, la plasmación de una narrativa de entretenimiento, evasiva, como la denominada literatura light, o buena parte de la producción cinematográfica de Hollywood, o el microrrelato audiovisual que hoy predomina en las redes sociales.
Lo curioso es que el surgimiento de ese otro tipo de relato no genera un proceso cancelatorio. La etapa inicial, caraterizada por la referida función práctica y luego didáctica del relato, que buscaba la emisión de un significado unívoco, no desaparece. Parece que estos tipos de función y significado permanecen de manera supérstite en nuestras historias y se reactivan en ciertos contextos, cuando el escritor asume y concibe que, en su comunidad, existe la necesidad de que se transmitan determinados mensajes para el beneficio, protección y defensa de los miembros del grupo, de la tribu, de la sociedad. Esta reactivación, obviamente, se plasma utilizando las técnicas narrativas y la tecnología propias de la época.
En ese marco, como una reactivación de una supuesta función fundacional del relato, puede entenderse el costumbrismo del siglo XIX. Ante una realidad convulsa, conflictiva, en proceso de búsquedas tanto sociales como de identidad colectiva como fue ese período histórico, los escritores costumbristas forjan mensajes a través de la literatura que puedan impactar y poseer un efecto transformador de la sociedad. Se concibe una escritura didáctica, efectiva, capaz de modificar la conciencia colectiva, y con tal finalidad se prefieren géneros que en ese siglo podían cautivar a grandes audiencias, como el teatro y el artículo de costumbres. Recuérdese que en esa época los periódicos publicados por los escritores costumbristas se leían en voz alta en las plazas, de tal modo que su mensaje era también recibido por una audiencia que no sabía leer.
En ese marco, y de manera equivalente al costumbrismo, en pleno siglo XXI se puede comprender la literatura antiextractivista. En un contexto en el que las compañías transnacionales realizan tareas tanto en la minería como en agroexportación, que destruyen y socavan el medio ambiente, surgen escritores que consideran que deben expresar un enfático mensaje de defensa y protección de la naturaleza. Así lo analiza, por ejemplo, el crítico Ulises Juan Zevallos al estudiar determinada literatura quechua contemporánea, escrita por autores como Dida Aguirre, Feliciano Padilla y Washigton Córdova Huamán. Sus obras expresan la búsqueda de una democracia radical en la que la naturaleza posee derechos y se enfatiza el concepto de “buen vivir”, consistente en la convivencia de los seres humanos con la flora, la fauna, la tierra y los fenómenos metereológicos. Se trata, a no dudarlo, de un mensaje tanto de sobrevivencia como de construcción de un modo de vida alternativo.
En ese marco, finalmente, también es posible comprender el surgimiento y desarrollo de la literatura infantil. Tanto la escritura como el discurso visual de la literatura infantil poseen una función práctica/didáctica y anhelan construir un signficado unívoco. En este caso, esa reactivación de la posible función fundacional del relato no surge del contexto en sí, sino de asumir que el lector se encuentra en proceso de formación y que, como tal, requiere de un modelo en el cual el aprendizaje de la lengua es un componente, que le permita en el futuro ser un sujeto integrado a su comunidad a la que pueda realizar determinados aportes para su mejora.
El arte de contar, con todas sus variantes formales, acompaña al ser humano desde su existencia y lo seguirá haciendo infinitamente.