Si tan sólo te quedaras: la poesía migrante de Gloria Gervitz (1944-2022)

- José Ángel Leyva - Sunday, 08 May 2022 06:29 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Significativa conversación con Gloria Gervitz (1944-2022), poeta mexicana recientemente desaparecida, de ascendencia judía y autora de 'Migraciones', tomo que en realidad es un largo poema en el que se reúnen siete libros, a lo largo de cinco décadas. Su postura ante la poesía es tan contundente como sencilla: “Me interesa una poesía que comunique, sin duda. No me gusta la poesía críptica, la poesía que evita decir algo y se vuelve sólo sonidos y figuras retóricas.”

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Gloria Gervitz (1944-19 de abril, 2022) ignoraba que un cáncer pulmonar residía en su cuerpo. Conversamos en línea el 1 de octubre de 2021. Lucía un vestido blanco en medio de las níveas paredes de su casa de San Diego, California. Abraham, su marido, y ella hablaron de lo complicado que es ponerse de acuerdo entre dos personas mayores que han disfrutado la soledad. Los dos se mostraban exultantes, dispuestos a integrar hábitos, costumbres e incluso manías, para continuar juntos. Un par de semanas antes habíamos tenido otra conversación para Casa Cultural de las Américas, que preside Elizabeth Quila. Su marido la asistía para que luciera radiante y desenvuelta. En ambas ocasiones, un tosecilla impertinente solía aparecer y la poeta argumentaba que se debía con certeza a ciertas alergias. Poco tiempo después supe por Elizabeth Quila que le habían diagnosticado un cáncer terminal, con metástasis que afectaban ya varios órganos vitales. Ante la desoladora noticia evoqué la sonrisa desbordante de Gloria, su satisfacción por haber terminado Migraciones y ver la obra publicada en varios idiomas, y celebrar la fortuna de haber encontrado el amor y de ser, en esa etapa avanzada de la vida, migrante por voluntad propia.

Comenzamos el juego de la bibliomancia. Era obvia la razón de su traslado a San Diego, pero decidimos preguntarle a Migraciones: ¿Qué le había dado fuerzas para abandonar su vida en México? Escogió la página 59, línea cinco, que sentenció: “Sobre la mesa unas fotografías.” Qué interesante, qué interesante, repetía con asombro. “Sí, esa fue una motivación muy fuerte”, afirmaba.

Gloria contaba que había leído, en un libro de Martin Buber, la pregunta del rabino Susya: “¿Por qué no llegaste a ser aquello que sólo tú podías llegar a ser?” La interrogante sería epígrafe y detonante de su libro Septiembre. Pero, ¿Gloria había llegado a ser aquel imperativo? Estaba convencida de que en 2002, cuando había terminado de escribir Septiembre, no lo había logrado aún, pero casi veinte años después, cuando cerró la saga de sus libros que conforman Migraciones, ese largo poema compuesto por diversos libros, encontró a esa otra, también ella. El poema se fue publicando en partes, sin orden cronológico, pero se fundía y se fusionaba con las otras piezas, con los otros libros.

“Muchas veces sentí que me secaba y el poema venía de nuevo, luego se alejaba y yo estaba allí siempre para él, paciente –comentaba la poeta entornando la mirada, dulcificando la voz, fuerte y grave–. Tengo cincuenta y un años de escribir poesía, y casi cuarenta años, desde 1976, de trabajar en lo que vendría a ser Migraciones, en su edición de 2020. Al inicio, no imaginé que esas partes que brotaban de manera espontánea, no programática, iban a poder unirse de una u otra manera y se convertirían en un proyecto de vida y en un matrimonio como el de las monjas con Dios. Fue una simbiosis por largos años entre el poema y yo.”

Gloria recordaba su viaje a Israel con Myriam Moscona y Esther Seligson, ambas escritoras de ascendencia judía, con quienes mantuvo un fuerte vínculo afectivo. Esther falleció, pero la relación con Myriam continuó; lamentaba que se hubiese enfriado más tarde la amistad entre ambas. Tras la muerte de Gervitz, Myriam Moscona publicaría en su muro de Facebook que había viajado a San Diego para el reencuentro final. Gloria le había dicho: “La cerradura se oxidó, pero la llave sigue viva.” Enumeramos a las escritoras judías mexicanas: Perla Schwartz, Margo Glantz, Ethel Krauze, Andrea Montiel Rimoch, Angelina Muñiz-Huberman, Becky Rubinstein, entre otras. Gloria sonreía y afirmaba que la mayoría, como ella, eran judías guadalupanas, pero con distintos intereses literarios y diferentes trayectorias. Se reconocía como una autora muy solitaria.

 

“Aunque uno sea feliz, el recuerdo siempre duele…”

“Yorgos Seferis dice que la memoria donde quiera que se le toque duele –afirmaba la poeta–. Aunque uno sea feliz, el recuerdo siempre duele porque es algo que ya pasó y no volverá a ser. Yo traía desde muchacha muchas preguntas sobre mis orígenes. Por ejemplo, ¿qué habrá sentido mi abuela paterna cuando llegó a México? Desembarcó en Veracruz, no sabía nada de este país, ni siquiera el idioma que se hablaba y murió antes de que naciéramos sus nietos. El miedo, la zozobra, el desconcierto embargaba a esas mujeres que hablaban y escribían en yiddish. Recuerdo un relato que me conmovió mucho desde la infancia. Una migrante escribía muchas cartas para un misterioso destinatario. Cuando falleció, toda su correspondencia no enviada fue descubierta entre sus enseres de tejido. Nunca se supo a quién estaba dirigidas, o si sólo fue una fantasía, una necesidad de hallar un motivo para vivir. Se me quedó grabada esa historia y así apareció en mi poema. Quise darles voz a todas esas mujeres, que además de abandonar sus orígenes, fueron determinantes para sacar adelante sus familias, a costa de renunciar a sus sueños y sus deseos personales. Del lado materno mi abuela era una señorita católica de Puebla que se enamoró de aquel joven que venía de Ucrania. Mi abuelo. No obstante, uno es el que es hasta la muerte. Mi abuela se convirtió al judaísmo, pero siempre traía en su bolso un rosario. A mí me tenía confianza y decía para cualquier cosa: ‘Ave María Santísima’, ‘El señor nos ampare’ y frases por el estilo. Uno no siempre es otro, también es lo que fue desde el inicio.”

Gloria pensaba que su condición de migrante en California era muy cómoda. Había decidido cambiar de país, pero nada ni nadie la había forzado a tomar esa decisión para estar al lado del hombre que amaba. Antes de ese momento le resultaba imposible la sola idea de imaginarse una vida fuera de México.

“Me pasé veinticinco años sumergida en los libros. Ahora prácticamente no leo. Los viajes más maravillosos los hice sentada con un libro entre las manos. Fueron recorridos por dominios autorales. Me leí todo Borges, Milan Kundera, todo Bashevis Singer. Por este autor comencé a leer en inglés, porque la traducción que llegó a mis manos era una traducción española hecha al vapor; Bashevis acababa de ganar el Premio Nobel y tenían urgencia por llenar las librerías con su obra. La lectura del inglés me abrió un horizonte insospechado y descubrí un idioma directo y claro, más económico que el español. Un día tuve que parar porque me di cuenta de que no estaba yo en mi mundo sino en el mundo de los demás. Era necesario vivir también mi propia realidad; el tiempo de uno es irrepetible. Ahora sólo leo por partes, no leo toda la obra de un autor sino ciertas cosas, y no todo un libro, sino fragmentos. Leo, más que libros de los poetas, sus poemas, ciertos poemas. Además he dejado de leer otros géneros, leo exclusivamente poesía. Creo, definitivamente, que Bashevis influyó en mi escritura. Para mí como autora es muy difícil advertir a plena conciencia quiénes en verdad me influenciaron. Uno puede decir por conveniencia que viene de Seferis, de Octavio Paz, de Borges, de Elliot, de Saint-John Perse. Pero en realidad suele ignorar las influencias profundas. Bashevis habla mucho de esos pequeños pueblitos polacos, de ese mundo desaparecido que emerge en la imaginación del autor. Un mundo aparentemente en armonía con Dios y con los hombres, pero él nos lo presenta con sus infidelidades, sus traiciones, sus demonios. Un mundo humano y delirante a la vez. Esas historias me dejaban huella.”

Se definía a sí misma como “algo fashionista”. Le daba importancia a la vestimenta, al arreglo personal, a la belleza del lugar donde escribía y leía, al momento mismo cuando se disponía a escribir. Reconocía su pasión por los objetos producto del quehacer humano, los derivados de la artesanía o de fabricación industrial, la arquitectura, la ingeniería, la estética de las cosas concebidas y producidas por el hombre. “Hubo una época que amé todo el art nouveau, pero desde hace tiempo comenzó a parecerme muy recargado y ahora prefiero el minimalismo, la síntesis. Prefiero los artefactos, las cosas derivadas del trabajo y el talento humano y no tanto las de la Naturaleza”, reiteraba la poeta. En cierta forma esa tendencia a despojar de ornamentos sus poemas la condujo a cambiar el dibujo de sus versos.

“En Septiembre sentí que los versos se hacían tan cortos que estaban tocando el silencio. Prácticamente chorreaban, se resistían a ser líneas horizontales. Más que palabras son pulsaciones. Tuve la sensación de que me estaba hundiendo en el silencio junto con las palabras.”

Observé que en su poesía participaban las tres personas del singular. ¿Era ella consciente del empleo de dicho recurso? ¿Qué sentido tiene su empleo?

“Yo creo que no soy muy consciente. Allí sí pienso que son estos encuentros con esos otros que somos. Son exigencias mismas del poema, no acciones programadas. Es una voz femenina que se desdobla en otras voces, que a su vez se desdoblan en varias más. Yo obedecí las órdenes del poema, estaba atenta a sus indicaciones. Si el poema me hubiese cuestionado, seguro hubiese seguido otros caminos, empleado otras técnicas, dispuesto de otros recursos discursivos. Pero no, el poema imponía sus condiciones. Uno de los interlocutores centrales del poema es la madre. No mi mamá en particular, aunque ella está allí, sino la madre como emblema y como motivo. La madre universal. La palabra es el otro interlocutor. Hay un diálogo recurrente y hondo con la palabra. Y hay momentos en que la voz femenina se convierte en un ruego, en una plegaria, en una súplica para no ser abandonada. Al mismo tiempo hay una exigencia de liberación por parte de ambas figuras, que son voces que derivan en otras voces.”

La poesía de Gloria Gervitz carece de una retórica recargada, tiende más a la sencillez, a expresarse de manera más directa y transparente, es más comunicativa. ¿Qué opinaba ella de esta observación?

“Me interesa una poesía que comunique, sin duda. No me gusta la poesía críptica, la poesía que evita decir algo y se vuelve sólo sonidos y figuras retóricas. En mi poesía me preocupo mucho por la musicalidad. Los versos necesariamente tienen que estar envueltos en música. Aunque el ritmo de su respiración llegue en ocasiones casi al ahogo. Más que inhalaciones y exhalaciones suelen sonar a pulsaciones. La imagen, el carácter plástico de los poemas no es cosa menor. La metáfora puede o no vestir el poema, y éste puede incluso aparecer en una casi absoluta desnudez retórica.”

A Gloria le encantó el juego de la bibliomancia y me pidió una última pregunta a Migraciones. Tomamos uno de sus propios versos: “¿Y qué queda de mí, para qué, para quién?” Página 99, línea 9, y otro verso le contesta: “Si tan sólo te quedaras.”

 

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