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Un diálogo sobre la vejez y la muerte

'La muerte contada por un sapiens a un neandertal', Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás, Alfaguara, España, 2022.
Alejandro Badillo

 

Hay una idea constante en La muerte contada por un sapiens a un neandertal, segundo libro escrito al alimón entre el paleontólogo Juan Luis Arsuaga y el narrador Juan José Millás: el ser humano –y algunos animales de compañía– son las únicas criaturas en la Tierra que experimentan la vejez. Sin embargo, al contrario de los perros y gatos que han prolongado sus vidas gracias a nuestros cuidados y cuya propia trascendencia les es indiferente, las personas fantaseamos no sólo con querer vivir más sino, incluso, con la inmortalidad usando la tecnología. Para problematizar la muerte y el proceso que nos lleva hasta ella, Millás y Arsuaga emprenden una serie de excursiones que, en el papel, pudieron haber formado parte de un documental, pero que se presentan en una especie de diálogo socrático entre maestro y discípulo. En lugar de escribir una novela al respecto, Millás –capítulo tras capítulo– interroga a su acompañante, experto en evolución y declarado epicureísta, sobre los genes, la reproducción y la singularidad humana que, en el transcurso de las páginas, no parece tan ventajosa.

Lo más interesante de La muerte contada por un sapiens a un neandertal son las ideas que surgen en las charlas entre los dos amigos y las comilonas que las acompañan. La perspectiva del palentólogo, absolutamente materialista, desecha cualquier fantasía religiosa o aspiración metafísica a las que se recurre cuando se envejece y se comienza a pensar en la muerte. Comparándonos siempre con los animales salvajes, entendemos que quizás ellos viven mejor, pues siempre están en un estado de plenitud. Un búfalo, un ratón o una serpiente no alcanzan a envejecer porque mueren antes a manos de un depredador o fulminados por el hambre, incapaces de valerse por sí mismos. Por el contrario, el ser humano intenta prolongar su vida por medios cada vez más sofisticados y, por supuesto, artificiales. Sin embargo, como apunta Arsuaga en uno de los pasajes del libro, la misión está destinada al fracaso, pues la cuenta final llega a cero y dejamos de existir. La longevidad –una vez superada la función repoductiva– nos condena a una caja de sopresas, enfermedades que la selección natural no pudo eliminar porque el ser humano se ha quedado sin depredadores. Acostumbrados a ver nuestras dolencias como un enemigo a exterminar, no entendemos que, simplemente, mientras más vivamos, más provocamos errores en nuestra reproducción celular.

Quizás para darle más profundidad y, sobre todo, justificación a la serie de rodeos que nos llevan a las enseñanzas del paleontólogo, Millás pudo llevar un poco más lejos sus reflexiones sobre la vejez y su papel como miembro de una generación (nació en 1946) que se está despidiendo. En el principio del libro podemos ver el conflicto entre un hombre que aún se siente con la capacidad para valerse por sí mismo, pero que se siente en el límite de un territorio desconocido. Ese reconocimiento o fugaz toma de conciencia queda diluido en el resto del texto. Sin embargo, podemos rescatar varias preguntas: ¿quién es más pleno? ¿El ser humano que, hipnotizado por el solucionismo tecnológico –un dogma de nuestros días– intenta ganarle a la naturaleza? ¿O son mejor aprovechadas las vidas más cortas de muchos animales que, sencillamente, viven en armonía con sus posibilidades? Como apuntaba el filósofo alemán Ivan Ilich en su libro Némesis médica publicado el siglo pasado, dedicar esfuerzos y recursos a la trampa de la inmortalidad nos impide ver que podríamos mejorar las vidas de una mayoría sometida a enfermedades prevenibles, lastres que disminuyen su calidad de vida ya afectada por factores como la contaminación o la desigualdad económica. Así pues: mientras una minoría sueña con la eternidad, condena a los demás a una precaria sobrevivencia. Esto no lo mencionan el paleontólogo ni el escritor, pero las ideas que surgen en sus encuentros pueden provocar este tipo de lecturas.

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