La casa sosegada

- Javier Sicilia - Sunday, 15 May 2022 03:23 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Espejos

 

Los espejos forman parte de nuestras casas y han provocado siempre extrañeza, incluso espanto. Su capacidad de reproducir la realidad como ningún otro objeto que refleja luz lo ha poblado de todo tipo de especulaciones.

Tal vez el primer espejo que vio el ser humano fue un lago o un estanque y desde entonces, como lo narra el mito de Narciso, tuvo conciencia de su condición de farmakon (mitad elíxir, mitad veneno). Se dice que los espejos más antiguos fabricados por el ser humano y encontrados en Anatolia, Turquía, están hechos de obsidiana pulida y datan de 6 mil años aC. Los de Mesopotamia, de cobre pulido, de Calrededor de 4 mil años aC y los de piedra pulida de Centro y Sudamérica, de 2 mil aC. Durante los primeros siglos del cristianismo, hasta la Alta Edad Media, los espejos, que propiciaban la vanidad, casi no se usaron. Fue hasta el siglo XIII, con el descubrimiento del vidrio y del cristal de roca, y la amalgama de plomo y estaño, que su fabricación comenzó a repuntar.

Independientemente de su desarrollo y de su utilidad práctica, los espejos no han perdido su misterio. Dicen que atrapan el alma o el espíritu de quien se contemplan en ellos. Por eso no reflejan a los vampiros. En algunos ritos, cuando alguien muere, se les tapa para evitar que el alma quede atrapada en su fulgor. El espejo en muchas culturas mal llamadas premodernas es fuente de poder, de sabiduría o de adivinación. En el México prehispánico, Tezcatlipoca (“El espejo humeante”), el dios de lo oscuro, es el reverso de Quetzalcóatl. Lleva consigo, de allí su nombre, un espejo humeante capaz de matar. La literatura moderna ha retomado muchos de esos mitos. En Blancanieves, de los hermanos Grimm, el espejo habla y jamás miente. Lewis Carol lo imagina como la puerta de entrada a un mundo invertido y monstruoso. Tolkien le atribuye al Espejo de Galadriel la facultad de ver el futuro y mostrar cosas extrañas. En Harry Potter y la piedra filosofal, el Espejo de Oesed (“Deseo” al revés), no refleja la imagen de quienes se miran en él, sino sus deseos más íntimos. Borges descubre en los espejos un análogo de los laberintos del cosmos. Cercano a él, Oscar Wilde en “El pescador y su alma” dice que el Espejo de la Sabiduría, como el libro en donde todo está escrito, “refleja las cosas del cielo y de la tierra”.

Lo que los espejos despiertan es tan inmenso e inagotable como lo que capturan y de lo cual, a diferencia de la fotografía, no guardan memoria.

Tal vez lo desconcertante de los espejos es que al mirarnos en ellos nos descubrimos como cuerpos. Cada uno de nosotros jamás se mira a sí mismo como miramos a los otros o los otros nos miran. Nos percibimos, es decir, nos conocemos por lo que experimentamos de nosotros mismos a través de nuestros sentido. Si capturamos algo de nuestro cuerpo es siempre fragmentario y visto desde la altura de nuestros ojos. Por eso al mirarnos en un espejo no nos reconocemos. Ése que nos mira del otro lado no corresponde a lo que percibimos de nosotros o creemos saber de nosotros; incluso, si Narciso no nos habita, ese otro nos disgusta. “Esa que soy en el espejo –dice una amiga– me espejea”, es decir, le revela lo que de sí misma le desagrada, como cuando miramos en otros nuestros propios defectos.

Sea lo que sea, los espejos son, como el mito de Narciso, elíxir y veneno: al mismo tiempo que nos revelan, nos muestran nuestra propia extrañeza. Así escribió Borges en ese poema llamado “Los espejos”: “Dios ha creado las noches que se arman/ de sueños y las formas del espejo/ para que el hombre sienta que es reflejo/ y vanidad. Por eso alarman.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los Le Barón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.

 

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