Casanova en tiempos del Me Too
- José Ángel Leyva - Sunday, 29 May 2022 06:56



La lectura de Miklós Szentkuthy, 'A propósito de Casanova', genera interrogantes y curiosidad: ¿por qué Casanova es aún emblema del seductor, del depredador sexual, del libertino?, ¿por qué Casanova es un adjetivo?
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Quizá la obra de ficción que más ahonda en la personalidad del seductor de Venecia sea El retorno de Casanova, del médico y escritor vienés Arthur Schnitzler; es una pequeña pieza literaria de grandes proporciones que da cuenta del ocaso del personaje y anuncia su emergencia como autor de sí mismo. El filme, que lleva el mismo título de la novela, dirigido por Édouard Niermans, no es sólo una recreación magistral de la pieza literaria, alcanza su propia dimensión estética y contribuye con algunas líneas a enriquecer las ideas y los diálogos que Schnitzler desarrolla en su escritura; contribuye además con algunos diálogos memorables.
Casanova no fue, seguramente, la encarnación de la belleza masculina como sí lo fue Alain Delon en su papel de Casanova viejo, quien vive su propio drama en el declive y la caducidad. El príncipe Carlos José de Ligne lamentaba que Giacomo tuviera la piel oscura y no haya sido hermoso, aunque rescataba su físico hercúleo y su ingenio, su gracia y su erudición. Casanova no fue, además, heredero de fortuna, ni de linaje noble; fue, sí, hijo de una actriz que lo abandonó a su suerte; se forjó como enamorado del amor y de los libros, seductor y habilidoso sobreviviente en un mundo donde el adorno y la apariencia pretendían engañar la realidad.
“Algo digno de ser leído”
Miklós Szentkuthy aborda a Casanova menos como un personaje de aventuras que como un tema; lo ve como un constructo narrativo en el cual reside el pensamiento. El libro, A propósito de Casanova, publicado en Budapest en 1939, es decir en los inicios de la segunda guerra mundial, irrumpe como un ensayo blasfemo, censurado y proscrito. Es una obra epigonal y anunciatoria de una Europa convulsiva que renacerá de los escombros, tal como la vive Casanova en su retiro. Así lo narra Ettore Scola en La noche de Varennes. Casanova, interpretado por Marcello Mastroianni, también en el período crepuscular de su belleza, dialoga con el narrador Restif de La Bretonne (Jean Louis Barrault). Ambos se admiran: la leyenda del seductor versus la fama del novelista. Restif de La Bretone es bajito y poco agraciado pero, en su modesto horizonte, también es un mujeriego. Presume a Casanova que lo importante no es ser un personaje sino elevarse como creador, pues a los escritores les corresponde fungir como testigos y cronistas de la realidad. Este diálogo parece responder a lo que el afamado seductor destaca, citando a un maestro en las páginas introductorias de sus Memorias: “Si no has hecho cosas dignas de ser escritas, escribe al menos algo digno de ser leído”, para luego afirmar que ese precepto, que vale oro, no se aplica a él porque no escribe una novela ni la historia de un personaje ilustre, sino, digna o indigna, su propia vida.
Casanova no sería nada, nadie, si su encanto sólo se limitara a ser un donjuán, un seductor utilitario, pero es un intelectual. Eso lo coloca en la conciencia de Szentkuthy en un territorio aparte. El autor húngaro recoge las palabras del veneciano en el periodo crepuscular de su vida: “Mi sistema, que consideraba a toda prueba, se había desvanecido. Reconocía un Dios vengativo que me había esperado en esta ocasión para castigarme por todas mis infamias de una sola vez y para poner fin a mi incredulidad, aniquilándome.” Contra ese destino y consciente de que su imagen sufriría infantilización en la memoria, Casanova aplica el antídoto: su escritura.
Szentkuthy lo enfoca desde una perspectiva cristiana, que no es demoniaca sino luciferina, ángel caído y a veces casi un santo. Para el autor húngaro, el poder persuasivo y envolvente de Casanova no radica en su carisma, en sus habilidades y estilo, sino en su pasión literaria, en su mentalidad estética, en su sofisticado mecanismo de posesión y representación escénica en un mundo de oscuros misterios de la realidad, donde el amor es equivalente a la capacidad infinita de soñar, pues nace de una sensualidad sin límites. Casanova habita un escenario de utilerías y de apariencias; por su condición social, a él le está vedado ese ámbito de poder y de refinamientos tan inútiles como imperativos. Las restricciones religiosas, los tabúes, los interdictos son implacables con la plebe; los jerarcas de la Iglesia y la nobleza se reservan el derecho de transgredir y gozar de tales prohibiciones.
Artificio y maleficio de la seducción
Giacomo es dueño de sus emociones, no hay moral ni impulso romántico en sus lances, en sus búsquedas. Atiende a una estrategia y a una conciencia clara de representación escénica, imaginativa, fantástica de posesión y de satisfacción propia y ajena de los otros actores y actrices. Baudrillard, en De la seducción argumenta sobre el tema y considera que la seducción no es del orden de la naturaleza sino del artificio y del maleficio, pues es el Demonio, mediante sus artes encantatorias, quien perturba e incita al pecado, altera el orden de lo divino. Dios y el diablo existen para mantener un orden, pero el monopolio de la sexualidad y el poder político es masculino y está en manos de la Iglesia y sus grandes inquisidores, de los ricos y los monarcas.
Arthur Schnitzler escribió la novela atraído por el magnetismo de Casanova. Lo coloca allí donde se pierde el personaje y comienza el escritor, en la encrucijada donde la verdad y la mentira optan por caminos diferentes. En la novela y en la película, el protagonista se ve reducido a la servidumbre del encanto, es él el seducido por la inteligencia, la belleza femenina, la juventud, la gracia y la memoria. Schnitzler es psiquiatra, conoce muy bien los intríngulis de la conducta humana, las debilidades del narcisismo herido. En su impotencia, Casanova apela a la verdad, a la sinceridad mendicante, a la compasión, sin saber o no queriendo saberlo, que se despoja de su instrumental simbólico, de su vestuario para recibir a cambio una dosis de franqueza lacerante, que lo reduce a caricatura. El costo por su desliz ingenuo, o por sus menguadas capacidades, es devastador. En consecuencia, reacciona como un Luzbel herido en su vanidad; para compensar su dolor, reclama la venganza. Szentkuthy afirma que la mentalidad de Casanova no se erige en la gracia satánica sino luciferina, porque Dios no es amigo de la verdad, sino de las ideas. Por eso concedió a cada ser humano un poder de discernimiento, de duda, de interrogación.
El erotismo como arte
El individualismo creativo nace también de la subjetividad, de las ilusiones ópticas, de la interpretación de la realidad. Casanova está enamorado de la imagen del amor, de la belleza, de la apariencia, y eso es lo que él vende y trafica: su propia imagen, su estilo, su artilugio. En él rige la pulsión de seducción, el deseo, la urgencia de vencer la resistencia de los sentidos y la razón del otro, otra. Lo suyo es la belleza y la virtud, al margen del género. Se enamora sincera y perdidamente de un supuesto castrado, andrógino: Belllino; aunque intuye que el cantante puede ser mujer, no le importa la posibilidad de que no lo sea. Lo que está en juego es la correspondencia a su deseo, a su fascinación. Es un transgresor y es al mismo tiempo un defensor del status quo; rompe las reglas y subvierte el orden con el anhelo de que nada cambie. No obstante, vive el esplendor de la Ilustración y la rebelión de las masas bajo los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Pero en eso, él no es más que un observador pasivo.
El erotismo en Casanova es un arte. No se puede negar que su objeto de placer y su objetivo es vencer la voluntad de la mujer, particularmente de la mujer burguesa y noble, de la mujer virtuosa, pero tampoco duda en tomar de amantes a las prostitutas de alto rango. Bataille afirma que las bajas prostitutas fueron toleradas por la Iglesia como un mal necesario, pues las colocaba por debajo de los interdictos humanos, en el nivel de la repugnancia animal. “El aspecto sagrado del erotismo importaba más a la Iglesia. Fue para ella la razón mayor de hacer estragos. Quemó a las brujas y dejó vivir a las bajas prostitutas.” Casanova no ignoraba la importancia de tales interdictos. Él mismo fue privado de su libertad en Los Plomos, la cárcel de Venecia, a causa de las intrigas de sus enemigos, señalado de poseer lecturas prohibidas. El infierno que vive en esa prisión lo lleva a fraguar una fuga espectacular, misma que narra con lujo de detalles en sus Memorias.
Las imposibilidades del amor
Casanova no difiere mucho en sus afanes de conquista del protagonista de Las amistades peligrosas (1782), de Choderlos de Laclos, ni tampoco del personaje de Kierkegaard en Diario de un seductor, cuyos rasgos comunes son el egoísmo, el cinismo y el cálculo. Pretenden la virtud para poseerla y mancillarla, en ello radica su mayor disfrute, su triunfo. Para la institución religiosa representan el mal, la desacralización del erotismo espiritual, fundado en la restricción y el pecado. Con Memorias, Casanova salva su juventud de la decadencia y de la fatalidad. Otorga, con la gracia de un demiurgo, permanencia a sus acciones y a su mito.
Szentkuthy recurre al poeta Andrew Marvell cuando éste se interroga sobre el amor y su compleja trama, porque está convencido de que el erotismo, como la seducción, demandan la razón y también la sinrazón para existir; no responden a la transparencia biológica de una ameba, sino a la sofisticada evolución humana. Miklós Szentkuthy, como Marvell, están persuadidos de que el poeta y el escritor, tal vez incluso la mayoría de los artistas, actúan regidos por la voluntad de un Casanova, dispuestos a conquistar el interés, el placer y hasta la admiración de los lectores. Szentkuthy advierte y concluye con la terrible cita de Marvell: “No es posible amar a un escritor: un escritor no es capaz de amar.”