El ángel exterminador: lo normal inverosímil (a 60 años de su estreno)

- Moisés Elías Fuentes - Sunday, 19 Jun 2022 06:27 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Reparto, trama, escenografía, música y fotografía son, entre otros, los aspectos que revisa este ensayo sobre una de las obras más importantes del gran cineasta hispano-mexicano Luis Buñuel (España, 1900-México, 1983), 'El ángel exterminador', estrenada en 1962 en el Festival de Cannes, y que fue recibida con cierta indiferencia de la crítica.

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Un plano secuencia acompaña al mayordomo Julio (Claudio Brook) mientras se acicala para iniciar sus labores y observa el pequeño salón donde los señores de la casa y sus invitados han pasado la noche, en una situación anómala, rayana en la promiscuidad, que a todo incomoda pero que nadie dilucida. Ese plano, que cierra con un fugaz plano general, preludia el acto central de la película El ángel exterminador, de Luis Buñuel (España, 1900-México, 1983), dignísimo epílogo de su etapa mexicana y brillante prólogo de lo que fue la etapa francesa de su obra fílmica.

Inspirado en el guión Los náufragos de la calle de la Providencia, redactado por el propio Buñuel y Luis Alcoriza (y reescrito por el de Calandas), el 16 de mayo de 1962 se presentó en el Festival de Cannes El ángel exterminador, donde se le recibió con una indiferencia que con los años ha cedido el paso a revaloraciones que exaltan la sátira de la burguesía, la atmósfera cerrada y el surrealismo que signan la narración desde las primeras secuencias.

Por lo demás, así como se revaloran estos aspectos, también se subrayan las carencias, desde la falta de una escenografía adecuada para reproducir la mansión de un matrimonio adinerado, hasta el miscast del reparto, objeciones atizadas por el propio director, quien externó opiniones ambiguas sobre su obra. Aunque, bien visto, el supuesto desdén alimentó y alimenta las discusiones acerca de El ángel exterminador, lo que ha enriquecido al filme.

Revaloraciones y objeciones aparte, lo cierto es que en el grupo de burgueses atrapados en una de las salas de la mansión Nóbile asoman rasgos de algunos filmes mexicanos de Buñuel, como si en El ángel exterminador recontara aquella etapa creativa. Así, en Francisco Ávila (Xavier Loya) y la relación incestuosa con su hermana Juana (Ofelia Guilmáin) se adivina al misógino Francisco Galván de Él (1953), y en la religiosidad litúrgica y sin fe de los burgueses sonríen los falsarios que rodean a Nazarín (1959).

Paralelismos que llegan al summum en las manifestaciones de violencia, lujuria, rencor, celotipia y paranoia que de inmediato emergen en el claustrofóbico microcosmos y a las que se entregan sin resistencia las y los personajes, donde se advierten los mendigos de Viridiana(1961) y su bufona representación de la última cena. Paralelismo que es refinamiento de ironía, porque el glamour de los millonarios y la humildad de los indigentes se borran y se equiparan en un punto medio, dominado por la doble moral, la cobardía y la represión sentimental; no por nada el espacio que los iguala es el interior de la mansión, espacio armónico que el encierro depaupera (aquí destaca el gran oficio del escenógrafo Jesús Bracho) y deja a la vista las miserias psicológicas y emocionales de los personajes.

El juego de los opuestos enclaustrados

Maestro en la economía de recursos, en El ángel exterminador Buñuel hizo alarde de ductilidad narrativa para sustentar al mismo tiempo la historia colectiva y las historias individuales. Si el filme expone un retrato de grupo, también delinea las particularidades de las mujeres y hombres atrapados en un microcosmos asfixiante que la fotografía de Gabriel Figueroa capturó con agilidad a través de planos en picada, americanos, planos secuencia y un inteligentísimo manejo de fuentes lumínicas (reflejos de las paredes, vestidos, cuadros), que entreteje con los filtros en que se cimientan los claroscuros, obteniendo una ambientación discordante, seductora y repulsiva, angustiosa y sosegada.

Dicha discordancia ambiental se acentúa con la poca afección de Buñuel a utilizar la música-comentario, por lo que los parcos acordes compuestos por Raúl Lavista se perciben disruptivos, indiferentes al absurdo encierro y más en equilibrio con la libertad de las piezas de Beethoven, Chopin o Scarlatti que complementan el repertorio. Es una música que no describe las tensiones emocionales del salón, pero que las exasperan a través de su deliberada, y a ratos socarrona, contraposición, como ocurre con la doble ejecución de la sonata de Scarlatti, que en la primera mitad es desangelada, de compromiso, mientras que hacia el final se realiza con furor, a contrapelo del pesimismo instalado en los personajes.

Este juego de contraposiciones encontró su proporción en el trabajo de Carlos Savage, quien utilizó el montaje ideológico para nivelar las emociones y sentimientos crispados con el desarrollo narrativo, a más de valerse del montaje poético para otorgar mayor fuerza a las secuencias de sueños, las disoluciones de la etiqueta social, y que alcanza su momento más intenso en las escapadas eróticas de Eduardo (Xavier Masse) y Beatriz (Ofelia Montesco), los novios que prefieren el suicidio antes que el aislamiento del salón o del matrimonio.

Como tantas veces en el cine de Buñuel, en El ángel exterminador el matrimonio trae implícita la muerte del amor, la creatividad y la rebeldía, sobrepasado cualquier impulso por el carácter del matrimonio como institución social. Ecos de los amantes de La edad de oro, los suicidas son los únicos que prefieren morir por sí mismos antes que enterrarse en la inacción anímica que rubrica al malogrado matrimonio de los Ugalde, Cristian (Luis Beristáin) y Rita (Patricia Morán), la hechiza avenencia de Alicia (Jacqueline Andere) y Alberto Roc (Enrique García Álvarez) y, particularmente, a los Nóbile, Edmundo (Enrique Rambal) y Lucía (Lucy Gallardo), más unidos por el esnobismo que por el amor.

Suele decirse que con el transcurso del encierro surgen las actitudes brutales en personas que se habían considerado educadas y correctas. Sin embargo, ya en el amanecer de la primera noche de hacinamiento se exteriorizan sentires en que se atisban, latentes, ideas y actos tan o más inhumanos que los que han de venir a continuación, como la confesión de la mujer que atestiguó el descarrilamiento de un vagón lleno de gente pobre en Niza: “Debo ser insensible porque no me conmovió el dolor de aquellos infelices.” A tal confesión, la respuesta es la de Leticia, la Valkiria (Silvia Pinal): “¿En esta casa no se desayuna?”

Enigmática, Leticia resguarda su individualidad aferrándose a la lógica, pero, aun así, no elude su pertenencia a una clase social que se desamora del mundo que la rodea, en un intento más autolesivo que benéfico por protegerse. Quizá por eso ella y Raúl (Tito Junco) son opuestos y complementarios. De hecho, al igual que Leticia, el intrigante Raúl advierte la ambigüedad insuperable de la situación y lo expresa con lacónica precisión: “Parece inverosímil. O quizá demasiado normal.”

Es el mundo de la burguesía según lo vislumbró Luis Buñuel, élite socioeconómica que emergió apoyada tanto en su triunfo como en su decadencia, y que el cineasta hispano mexicano plasmó en toda su intimidad.

 

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